No somos un paraíso, pero tampoco el único infierno

Es irrebatible aun hoy en el periodismo de redes sociales a granel esa vieja máxima que dice que una imagen vale más que mil palabras. Y esto lo decimos a propósito de una fotografía publicada por el vespertino El Nacional en su portada del día martes 16 del corriente donde se observa a un “colector” de plástico o cuanto material pueda servir para revenderlo luego.
 
En el grabado se observa a este “feliz e inocente” señor echando-como se dice-una pavita debajo de una sombrilla de playa en el caluroso verano y en un área verde de una de las ruidosas avenidas dominicanas.
 
Eso si no es un mentís total sobre el descalabro de la seguridad ciudadana en la Republica Dominicana, es al menos un mentís parcial para quienes en muchos medios de comunicación dominicanos, se desgañitan día por día en colocarnos como el mismo averno en la tierra, sin molestarse ni siquiera en esperar el tiempo que se toma dar un clic en el ratón de su computadora que le llevaría a encontrar las estadísticas fatídicas de otros países vecinos que si son de verdad aterradoras para sus ciudadanos al punto que han convertido a muchas de sus poblados en ciudades fantasmas porque se marchan o se han marchado para siempre a otros lugares en busca de su seguridad personal y para su familia.
 
Recién en estos días escuche algo así de pueblos tan sufridos de la violencia criminal como El Salvador, pueblo digno de mayor suerte, en la que se dice que gran parte de su población más joven se marcha comprometiendo el futuro de su país, porque no hay reemplazos para ejercer ni siquiera las funciones públicas de cualquier índole. Y lo mismo he escuchado de muchos poblados mexicanos azotados por la violencia de los grupos de narcotraficantes que se disputan el control de ese fatídico negocio.
 
También por supuesto en los Estados Unidos de América un país cuya seguridad pese a todas estas matanzas en centros escolares u otro tipo de establecimientos, se cree eficaz por sus bien preparados aparatos policiales, deja mucho que desear precisamente en ciudades tan avanzadas en todos esos aspectos como la propia capital federal, Washington, New York, Los Ángeles o Chicago.
 
Y ni se diga si a usted se le ocurre echar una “pavita” debajo de la sombra de un árbol en una carretera o hasta de un parque público si a alguien usted le parece sospechoso. La policía no tardara en presentarse y preguntarle si le pasa algo y si no…por favor muévase.
 
Esto por supuesto no nos puede enceguecernos, más bien deberíamos aunar esfuerzos porque la violencia delincuencial no discrimina entre pobres y ricos, blancos o negros, criollos o extranjeros y a todos nos afecta o nos puede afectar, pero temo que el maligno deseo de venganza indirecta o de que el otro fracase por cuestiones de oportunismo político, nos impida esa colaboración indispensable para enfrentar ese mal.

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