Un grupo de asistentes al festival de música Wacken Open Air (WOA) se moviliza en el llamado Metal-Train, desde la estación de la ciudad de Itzehoe (Alemania).
Cerca de 900 amantes del heavy metal se dirigían desde aquí hacia la ciudad que alberga, desde ayer hasta mañana, la mayor cita mundial de la música heavy metal. Se estimaba la participación de 75 mil personas.
La población alemana de Wacken acoge la mayor concentración de amantes del «heavy metal» de Europa para los tres días de atípico festival veraniego que desde hace más de dos décadas se celebra en esa tranquila localidad de 1.800 almas.
Policía, equipos sanitarios y sobre todo los vecinos del lugar recibieron ya al primer contingente de amantes de «heavy», dispuestos a la gran acampada cuyo plato fuerte a lo largo del fin de semana es la actuación de la banda alemana Rammstein.
Las autoridades locales han preparado un dispositivo de unos 750 auxiliares médicos dispuestos a atender todo tipo de situaciones, desde rotura de huesos en pleno concierto a consumo de alcohol.
La idílica población, en el norte de Alemania, concentra año a año a miles de rockeros de todo el mundo, atraídos tanto por las actuaciones que discurren sobre su escenario principal como por la fama de buena armonía entre sus vecinos y los rocker.
Los primeros adoradores del «heavy» empezaron a invadir las calles y praderas del pueblo, mientras cafeterías y supermercados reforzaron su contingente de bebida y comida para esos días.
El festival de Wacken nació hace más de 20 años por iniciativa de dos fanáticos del «heavy», Holger Hübner y Thomas Jensen, bajista de la banda ‘Skyline’.
Desde entonces, el festival ha ido creciendo y Wacken se ha ganado un puesto de honor en el circuito internacional del «heavy».
Los ruidosos visitantes acuden año a año al pueblo con sus mejores galas de estilo «metal», mientras los vecinos sacan a la calle sus mesitas de pícnic para asistir al desfile de los visitantes, sea tomando café y tartas o cervezas y salchichas.
La oferta hotelera del lugar es nula, de forma que los visitantes deben acampar por las praderas de la población, más o menos organizadas en los últimos años para evitar que la fiesta degenere en descontrol.
