Finalmente, el imperio colapsó, pero la historia la escribieron sus historiadores cargados de resentimientos contra civilizaciones que sojuzgaron, pero que a su vez minaron la romanización y acabaron con sus delirios de grandeza.
Roma es el sustrato del pillaje cultural de celtas, germanos, griegos, persas, hunos y vándalos, pueblos que ellos llamaron bárbaros, que no era otra cosa que extranjeros, pero que para justificar los abusos se les acabó asociando con la deshumanización y escasa formación educativa.
¿Será a la ausencia total de una conciencia crítica sobre su pasado, que alude la ministra de Integración, en Italia, Cécile Kyenge, cuando dice que ese país no es racista, que el problema es que se educa sin memoria histórica?
Promueve iniciativas con las que muchas personas podrían estar en desacuerdo, pero la forma torpe e insolente con las que están siendo confrontadas, la van a convertir en héroe.
Ella sustenta que los hijos de los extranjeros ilegales que residan en Italia deben tener garantizado el acceso a la educación, pero añade que no se les legalice solo a través de una tarjeta de migración, sino que sirva para lo propio el que los padres puedan probar que tienen hijos inscriptos en las escuelas, si eso se propone aquí lo rechazo de plano.
Pero son las propuestas de Cécile Kyenge las que hay que debatir y no el color de su piel. Ella no es candidata a Miss Universo, tiene una misión que Europa observa con recelo, pero si se entretienen con descalificaciones personales xenófobas, ella irá colando por debajo de la mesa sus objetivos.
La violencia y toda suerte de abusos contra las mujeres, son tan preocupantes que el gobierno del primer ministro Enrico Letta ha tenido que emitir un decreto de doce medidas contra el machismo y en ese contexto al vicepresidente del Senado de la ha ocurrido plantear que la única dama que nadie sería capaz de violar es a la ministra de Integración, comparándola con un orangután.
En apariciones públicas, militantes de la Liga Norte le han arrojado bananas. “Mi trayectoria vital siempre ha sido difícil, pero mi objetivo sigue siendo el mismo: ayudar a los demás”, esa ha sido su respuesta, o lamentar que en un mundo con hambre, haya quienes desperdicien alimentos.
Nació en Kambove en la República Democrática del Congo, tiene 48 años, llegó a estudiar medicina, padeció discriminación, pero perseveró hasta que le dieron cupo, se especializó en oftalmología, conquistó el corazón de un italiano que la llevó al altar y alcanzó la nacionalidad. Es la primera extranjera ministra, la primera negra.
Cuando se le ha preguntado si las desconsideraciones de que ha sido objeto la pueden llevar a renunciar de su cargo ha dicho que “mi persona no puede estar por encima de mi misión, que es la que determina lo que deba hacer”.
Ella sabe lo que busca y está usando la tribuna que amplifican sus detractores para impulsar sus propósitos.
Cécile Kyenge, mi respeto
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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