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Floyd Mayweather, una máquina de hacer y gastar dinero, gran egocéntrico

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Él se encuentra parado en una joyería que le provee la plata al mejor del mercado, luciendo casi US$3 millones en platino y diamantes alrededor de su cuello y muñeca, rodeado del al menos 20 de sus asociados, uno de ellos abrazando un bolso marca Nike que contenía bolsitas plásticas repletas de ataditos de billetes de US$100 del grueso de un antebrazo y las joyas suficientes como para satisfacer caprichos sartoriales de su dueño para un recorrido promocional por 11 ciudades.

Hay gente afuera en la calle de Nueva York con sus rostros presionando contra los escaparates de la tienda, parados a unos pies de distancia de una caravana de siete Suburbans y Escalades negras. Hay una Gulfstream IV y una Gulfstream V preparadas y esperándolo a él y a su séquito en el pavimento al otro lado del Hudson en Teterboro.

Ha gastado, en los pasados 20 minutos, cerca de un cuarto millón de dólares en aretes y un collar para su hija de 13 años, Iyanna, y envió a algunos de sus asociados a comprar tantas tiras de pollo y papas fritas que el lugar huele como un contenedor de aceite quemándose, y en esto momento él le está regateando a los joyeros por un reloj de US$3.5 millones mientras un miembro de su servicio de seguridad — al que llamó para que entrara en acción tras el comando lírico de «Jethro — ¡desinfectante!» — le está vertiendo tanto Purell en sus manos que cae como cascada entre sus dedos, creando un charco en el piso de mármol blanco.

Y es aquí, en este momento, en medio de este auto infligido caos de su vida, que Floyd Mayweather Jr. demanda la atención de todos en la habitación: gente comiendo de platos de espuma de poliestireno, los joyeros amonestándolo por programar su próximo combate en el día de Yom Kippur, el reportero, fotógrafo y equipo de camarógrafos que estaban allí para documentar momentos como estos. «Escuchen, escuchen, escuchen», dice, como un mal episodio de hipo. ‘Escuchenescuchenescuchen». La sala cae en un silencio obediente. Él levanta los brazos extendiéndolos diagonalmente, como un cura dando las gracias. «¿Saben cuánto me gustaría tener un día normal?¿Un solo día normal? ¿Sin fotos? ¿Sin autógrafos? ¿Un día normal?»

Hay una pausa en la sala. Este es un hombre que usa su ropa interior una sola vez antes de deshacerse de ella, Este es un hombre que usa zapatos deportivos una sola vez antes de dejarlas en un cuarto de hotel para los de limpieza que puedan llegar a tener un conocido que lleven talla 71}2, que se afeita la cabeza pero aún así viaja en su jet privado con su barbero personal, que tiene dos juegos casi idénticos de autos ultra lujosos que van a juego en color con la mansión para no confundirse — blanco en Las Vegas, negro en Miami — donde está.

¿Un día normal? El momento de incredulidad silenciosa termina con algunas risas forzadas emitidas por los empleados de él que quieren permanecer empleados. La respuesta fue tenue y breve — la sala regresa al tumulto estándar casi inmediatamente — porque lo que Mayweather acaba de decir, de su deseo de ser normal por un solo día, es quizás la afirmación más delirante que este singularmente delirante hombre ha dicho jamás.

Se encuentra acostado en el sofá del G5 mientras vuela sobre la Ciudad de Nueva York camino hacia Washington, D.C., como segunda parada del recorrido promocional de su combate del 14 de septiembre contra Saúl «Canelo» Álvarez. En algún lugar detrás del G5, en el G4, están sus guardaespaldas, cuatro seres humanos masivos que viajan separados porque Mayweather tiene un miedo irracional acerca de compartir una cabina con tanto volumen humano. Su masajista, Doralie, una hermosa mujer con cabello irradiado y tacos de ocho pulgadas del diseñador Valentino, le masajea los pies mientras mira hacia el horizonte con una mirada de tres horas de sueño más o menos. Floyd es el centro de atención, hablando sobre más de 100 cosas al mismo tiempo, nunca deteniéndose para medir alguna reacción o hacer una pregunta. «Así es que se vive, nena», dice. «Simplemente relajándose en un G5».

La experiencia Mayweather es una invitación a ceder el control de tu vida, el simplemente dejar todo — dónde ir, cuándo dormir, inclusive qué comes — en manos de Floyd Mayweather. Si estás acostumbrado a la medida mínima de autosuficiencia, hay que aprender a ajustarse un poco. Para el final del segundo día en mi tiempo compartido con él durante el recorrido, paré de preguntarme la única pregunta que está constantemente en mi cabeza: ¿Qué estamos esperando? La respuesta, de cualquier número de personas, es o encogerse de hombros o decir con un tono de estar sin dormir «Floyd».

Mayweather es la encarnación moderna de lo que Gay Talese, describiendo a Frank Sinatra, llamó «el macho completamente emancipado». Puede hacer lo que quiera cuando quiera y con quien se le plazca.

Él es el último personaje carnavalesco de la vieja escuela del boxeo, la última de los narcisistas de tercera persona, el último de los grandes altamente cotizados peleadores norteamericanos. Atrae y repele a la gente en igual proporción. Es mucho más grande que el deporte mismo, usualmente el atleta mejor pagado en el mundo, y verlo pavonearse de Nueva York a Washington y a Grand Rapids, Michigan, hasta Chicago y de regreso a casa a Las Vegas — aplaudido y abucheado en igual medida — se siente como el comienzo del final de una era.

Tiene un récord de 440 y una pelea adentro de su acuerdo de seis combates, 30 meses y potencialmente US$300 millones con Showtime. Si las gana todas, tendrá 38 años y una marca de 490, el mismo récord que Rocky Marciano, el mítico campeón de campeones. Un récord de 490 sin un contrato podría dejarlo en libertad para negociar una monstruosa cantidad de dinero para un combate número cincuenta. Por sus buenos negocios, programaciones astutas y el declive de Manny Pacquiao, Mayweather es la última megaestrella del boxeo.

«Todo el mundo quiere el día de pago de Floyd Mayweather; quieren las mismas cosas que Floyd Mayweather tiene», dice. «Pero Floyd Mayweather, él se lo ganó con trabajo duro».

El combate contra Álvarez será el de mayor recaudación en la historia del deporte, y sin embargo, resalta un inherente problema para Floyd y su profesión. Con la escasez de contendientes, la tormenta residencial del boxeo está en peligro de quedarse sin gasolina. Para que una corrida hacia la marca de 500 sea apreciada, su relación con sus oponentes, comenzando con Álvarez, tiene que ser más simbiótica que adversaria. En otras palabras, funcionaría a favor de los intereses de Mayweather que Álvarez se demuestre creíble.

***
Pero ahora mismo, Floyd tiene preocupaciones más inmediatas: tiene frío. La preferencia de Mayweather respecto a la temperatura es famosa entre sus conocidos; el gimnasio en Las Vegas está más caluroso adentro que afuera, sin importar la estación del año. Le pide a la azafata que suba el termostato y le dice, «No se puede cocinar con grasa fría, nena».

Está sentado en una mesa en el G5, comiendo Twizzlers y hablando sobre su padre. Un pensamiento se atraviesa: ¿Quién es él? Es una pregunta honesta, porque es difícil penetrar los flashes y el dinero y el aislamiento humano. Casi todo — entrenamientos, entrevistas, incluso conversaciones — se llevan a cabo en grupo y por el beneficio del grupo. Se dirige a salas más que a individuos, haciendo de cada discusión una especia de arte performativo.

Pero hay señales de que Mayweather, con 36 años, ha adquirido un poco de introspección. El hecho de que se le fue impuesta no debe hacerla menos. Tras su victoria en mayo del 2012 sobre Miguel Cotto, pasó dos meses en solitario en el Clark County Detention Center bajo una condena por violencia doméstica. Lo separaron del resto de los prisioneros y se le permitió una hora al aire libre, cinco días a la semana. El resto del tiempo se encontró a sí mismo en una circunstancia altamente inusual: solo con sus pensamientos.

Llenó sus días haciendo lagartijas y abdominales y escribiéndole cartas a su familia. (También se la pasó leyendo revistas de casas de lujo y el DuPont Registry, y dijo, «Seguía viendo mi nombre en la revista Forbes».) Le escribió a su madre y a su abuela, sus tíos y a sus cuatro hijos. Durante ese tiempo, 13 páginas de un cuaderno cayeron estrujadas al suelo de su celda. Cada una representaba un intento fallido de escribirle a su padre, Floyd Sr.

Ellos siempre tuvieron una relación complicada y tempestuosa. Cuando Floyd tenía alrededor de dos años de edad, Floyd padre lo usó como escudo humano para evitar que le disparasen en un altercado con un pariente que cargaba con una escopeta. No funcionó, a Floyd padre le dispararon en la pantorrilla de todos modos — y en la parada del recorrido correspondiente a Grand Rapids, Floyd detuvo la caravana y señaló la casa donde sucedió. Floyd padre, un ex contendiente de peso welter que en una ocasión se midió por 10 asaltos contra Sugar Ray Leonard, le enseñó a su hijo el negocio familiar antes de ser enviado a prisión por tráfico de drogas cuando éste era solo un adolescente. Desde su liberación en el 1998, Floyd padre ha estado yendo y viniendo como entrenador de su hijo en su campamento, y sus desencuentros a menudo son desagradables y públicos.

El proceso mental detrás de esas 13 cartas incompletas y arrugadas — el que padre e hijo necesitan reconciliarse — llevó a Floyd padre a la esquina de su hijo. Regresó como entrenador de Floyd Jr., y su relación pareció encontrar un ángulo relajado de reposo. Se saludan cariñosamente antes de cada entrenamiento y se hablan con calma respecto a las estrategias. Floyd padre es un maestro de las estrategias defensivas, y sintió que recibió innecesariamente mucho castigo por parte de Cotto, pero el reencuentro fue más allá de una decisión de negocios.

«No estoy diciendo que fue bueno que haya ido a prisión», dijo Floyd padre. «Pero estoy diciendo que fue bueno para él. Era algo que necesitaba. Tuvo la oportunidad de reflexionar sobre muchas cosas, de pensar. Tuvo la oportunidad de estudiar las cosas y de estar solo donde nadie podía pensar, salvo él».
Hay señales de un Mayweather más calmado, más en paz. Antes de su combate más reciente — contra un Robert Guerrero desventajado en el fin de semana del 5 de mayo — el padre de Guerrero interrumpió la conferencia de prensa con un loco ataque verbal, llamando a Mayweather un golpeador de mujeres y sugirió que lo aprendió de su propio padre. Un Floyd más joven hubiese escupido una respuesta viciosa. Sin embargo, en esta ocasión, bajó la cabeza, mirando a su teléfono, sin responder nada, como si Rubén Guerrero ni tan siquiera estuviese allí.

¿Es este el nuevo Floyd? ¿Un hijo mejor? ¿El hombre que pasó las noches en prisión escribiendo cartas sensibles a su familia?

«Se podría decir que estoy en paz», expresó Mayweather. «Pero la gente se hace de la idea equivocada. Solo porque uno sea callado, no significa que sea humilde. La humildad es saber de dónde vienen tus bendiciones».

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Se encuentra parado en una curva en el estacionamiento del Dunbar High School en Washington, D.C.. Es pasada la 1 a.m. — tarde para la mayoría de las personas, mediodía para Mayweather — y recién termina de jugar por más de dos horas un poco de baloncesto bajo el zumbido de las cicadas de las luces anaranjadas de un gimnasio que ha visto días mejores. Casi todos en el Money Team, como Floyd llama a su equipo, están aquí, y están parados en la vereda, esperando. Varios de los autos de la caravana están en reposo y vacíos, los conductores preparados, pero nadie camina hacia ellos. Todo el mundo por ahí parado, lerdos y obedientes, mientras Floyd le asigna a cada uno un vehículo y asiento.

Así es que esto funciona. Nadie sabe lo próximo que viene, pero todos saben que Floyd proveerá. Hay un orden jerárquico, y esta es otra manera más de Mayweather enviarle mensajes sutiles a su equipo. Entre más temprano llame tu nombre, más alto tu estatus. Él no es muy fanático del delegar.

«No sabemos lo que vamos a hacer hasta que lo estamos haciendo», dijo uno de sus asistentes. «Uno se acostumbra».

Hay una psicología detrás del séquito. Aún cuando Floyd pelea dos veces al año, como lo hará este año por primera vez desde el 2007, hay mucho tiempo de inactividad. Comienza a entrenar aproximadamente dos meses antes de cada pelea, lo cual deja ocho meses de tiempo libre en un año de dos combates. Fuera del entrenamiento, no tiene ningún itinerario fijo. Pagarle a la gente para que se mantenga cerca significa que nunca está solo, nunca tiene que esperar a que alguien realice una diligencia o que se dirija al 24-Hour Fitness para jugar baloncesto a las 2 a.m. Muchos de sus roles no están definidos. Algunos viven en una de las muchas casas que posee en Las Vegas. Algunos son empleados de Mayweather Promotions. Todo parece ser compensado en diversos grados, aunque no siempre queda claro cómo. En la flexible estructura corporativa de Floyd, hay una garantía: él nunca está esperando que alguien salga de trabajar.

***
Está parado en un Foot Locker en el centro comercial Woodland Mall en Grand Rapids, poco después de que aterrizara su avión. La cantidad de comercio dándose a su alrededor es sorprendente. Mayweather ha decidido que quiere jugar baloncesto en su antigua escuela pero no quiere registrarse en el hotel y cambiarse de ropa primero. La solución obvia: llevar a su equipo, incluyendo a un número de amigos y familiares de su pueblo natal, al Foot Locker para comprar lo necesario para ir directo al gimnasio. Zapatos deportivos, camisetas, pantalones cortos, medias — son agarrados y probados y llevados a la caja registradora sin conciencia.

Ya para este punto, ya había arrasado la tienda de Apple (con dos bolsas de accesorios), Macy’s (por una pila alta de ropa interior — para usar y tirar) y North Face (por varios bolsos grandes). Pero esos fueron actos de calentamiento. En Foot Locker, la torre de cajas de zapatos en la caja registradora parecía que el camión de entregas acababa de bajar un mes de mercancía.

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