Los siete días en Taiwán son inolvidables, todo me atraía con la ansiedad de unir a la vida para siempre. Dormí poco, las noches eran cortas pasando páginas y escribiendo en mi bitácora como en las singladuras marineras. He vuelto a leer esta fábula china y me permito entregarla a mis amables lectores: “El viejo tonto que removió las montañas”.
Hace mucho tiempo vivía en el norte de China un anciano conocido como el Viejo tonto de las montañas del norte. Su casa miraba al sur y frente a ella, obstruyendo la pasada, se alzaban dos grandes montañas: Taijang y Wangwn. El Viejo tonto decidió llevar a sus hijos a remover con azadores las dos montañas. Otro anciano, conocido como el Viejo sabio, los vio y dijo riéndose “¡Qué tontería! Es absolutamente imposible que vosotros, tan poca gente, logréis remover montañas tan grandes”. El Viejo tonto respondió: “Después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran, quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente; aunque son muy altas, estas montañas no crecen y cada pedazo que les sacamos las hace más pequeñas. ¿Por qué no vamos a poder removerlas?”. Después de refutar la idea errónea del Viejo sabio, siguió cavando día tras día, sin cejar en su decisión. Dios conmovido ante esto envió a la tierra dos ángeles, que se llevaron a cuestas ambas montañas.
Dominicanos hoy sobre nosotros pesan grandes montañas que nublan y socaban nuestra calidad de vida. Es tarea de lo que hoy transitamos y las generaciones venideras seguirán derrumbando la cordillera del sistema político de corrupción, inseguridad ciudadana, mala instrucción escolar e insalubridad.
Nuestro invitado de hoy Louis Pasteur: “Preguntaos ante todo ¿qué he hecho por mi patria? Así alcanzareis quizás la inmensa dicha de saber qué contribuisteis al bienestar y progreso de la humanidad”.
