No cabe duda de que la única manera de financiar el desarrollo es contando con el compromiso de los países más ricos del planeta, por el bien de aquellos y de todos y todas.
En el Sexto Diálogo sobre Financiamiento al Desarrollo, que cerró recientemente sus debates, enmarcados en el 68 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), los países más pobres demandaron un “mayor compromiso de los ricos con la asistencia financiera y técnica”.
Se dice fácil, pero los delegados de América Latina, el Caribe, África, Asia y Oceanía tuvieron que recordar- una vez más-, aquella promesa asumida hace lustros (y reducida desde hace dos años), por las naciones industrializadas, de aportar el 0,7 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) a la ayuda oficial al desarrollo.
El olvido, posposición o como quiera llamársele, ha traído como consecuencia una lógica detención de ese proceso, que aunque beneficie esencialmente a los más pobres, definitivamente favorece a los ricos, en la medida en que el mundo se plantea como una gran balanza donde, si uno de los platillos se sobrecarga, al otro no le puede ir bien en el necesario equilibrio.
Las naciones desarrolladas aducen el aletargamiento de la ayuda a la crisis económica y financiera global y su impacto en algunos países donantes, sobre todo de la Zona Euro. Pero, tal y como plantearon en el certamen los estados del llamado tercer mundo, ese apoyo resulta vital y clave para avanzar en el cumplimiento de las metas antipobreza conocidas por Objetivos del Milenio, en las estrategias de desarrollo post-2015; así como para lidiar con fenómenos como el cambio climático.
Pesaron con gravedad indiscutible las consideraciones de Belice, en representación de los pueblos insulares del Caribe, África, Mediterráneo y los océanos Pacífico e Índico, acerca de que del 0.7% del PIB pactado, el respaldo apenas alcanza un 0,29 por ciento; en tanto que Ecuador denominó “falta voluntad política de algunos gobiernos para cumplir sus compromisos”, y tal y como aseveró Fiji: “la crisis global no puede esgrimirse por los socios desarrollados como una justificación para evitar su asistencia en recursos y cooperación técnica».
Con preocupaciones y algo de optimismo se dice que concluyó el cónclave, con una agenda de desarrollo sostenible posterior a 2015, “cuando vence el límite fijado hace 13 años para lograr las ocho metas antipobreza y exclusión social”.
Se afirmó con certeza que “los recursos están ahí”, la cuestión es que se creen políticas, acciones y se materialicen las propuestas de desarrollo y junto a la asistencia de norte a sur, crezca y se fortalezca la cooperación solidaria de sur a sur.
Compromiso de ricos y de pobres
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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