Escritores encerrados

Las cárceles han sido el reino del arte para muchos escritores violadores de la ley o prisioneros injustamente. Y aunque resulte increíble, importantes libros han nacido en el presidio: El Quijote (Cervantes), El Príncipe (Maquiavelo), Mi Lucha (Hitler).
 
La literatura es hija del silencio y la soledad, solo en la quietud de la ausencia de ruidos vuelan las mariposas creativas y lo hacen en un tiempo sin testigo, cuando las paredes del calabozo contemplan mudas el parto de un poema o de párrafos iluminados por la inspiración. Así para el austríaco Stefan Zweig, uno de los más leídos biógrafos de siglo XX, la cárcel es la condición emotiva de mayor influencia en la redacción de obras literarias: “los grandes proyectos políticos, religiosos y artísticos, han surgido de personas sujetas a estas circunstancias”. El autor resalta que las penitenciarias son fábricas genuinas de buenos libros.
 
Como se podrá comprender, el encierro físico no incluye la imaginación, la cual nunca cae presa porque siempre está en libertad. Los ejemplos de libros inspirados, pensados, concebidos o escritos por personas encarceladas son muchos y abarcan parte de la historia de la humanidad: Entre los años 58 y 63 de la Era Cristiana  aparecen las “Cartas de San Pablo”, el apóstol escribió una serie de misivas que forman hoy parte de la Biblia. Se cree que algunas de ellas, como por ejemplo la de Filemón o la de los Efesios, fueron redactadas en el período en que el autor estuvo preso.
 
También en el año 1513 existe el caso de Nicolás de Maquiavelo, quien desde la mazmorra escribió “El Príncipe”, su obra maestra. La cuna de este libro fue el encierro de Maquiavelo en San Casciano, acusado de conspiración en contra de los Medici. Nadie olvida los consejos dados en El Príncipe: “divide y vencerás”; “el fin justifica los medios”. Ningún otro texto había influido tanto como éste en las decisiones políticas tomadas por malos o buenos gobernantes.
 
En el mismo tópico, pero ochenta y cuatro años después en el 1597, fue encarcelado por robarse fondos públicos el escritor cumbre de la lengua española, Miguel de Cervantes, como él mismo confiesa en el prólogo de “El Quijote”, la obra más leída de la literatura universal, fue pensada en prisión: “…como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”. Esta dura experiencia justifica sus palabras a Sancho en el capítulo 58 de su obra clásica: “el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres… La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”.
 
Por la misma fecha también fue llevado al encierro el escritor sublime en la lengua inglesa, quizás el más grande dramaturgo de la humanidad, William Shakespeare, como lo testimonia Víctor Hugo en su biografía sobre este autor: “Shakespeare fue cazador  furtivo y se le sorprendió en el parque de Sir Thomas Lucy y arrojado a la cárcel, luego se le procesó”.
 
Una de las historias más impresionante y conmovedora es la del escritor inglés John Bunyan, nacido el 28 de noviembre de 1628, y quien permaneció por 12 años en una celda por predicar la Palabra de Dios. Encerrado redactó parte de su texto, “El progreso del peregrino”, probablemente, “el libro más leído en inglés”, ha sido  traducido a 100 idiomas. La intolerancia religiosa quiso callar la voz del predicador encarcelándolo, y como ironía de la vida su libro se convirtió en la lectura de mayores seguidores en el mundo después de la Biblia y el Corán.
 
Siguiendo la lista, en 1748 el inglés John Cleland, después de haber sido encarcelado por ir en contra de los intereses de la realeza escribió ”Memorias de una mujer de placer”. Esta  narración es considerada como la primera prosa pornográfica que usa la forma de novela. “Es uno de los libros más perseguido y censurado de la historia, convirtiéndose en sinónimo de obscenidad”.
 
En ese mismo género y en la fila de los escritores encerrados se destaca el rey de la literatura erótica, el Marqués de Sade, escribió detrás de los barrotes la obra “Justine”, en el año 1787 mientras estaba encarcelado en la Bastilla.
 
Otro expediente de escritores presos es la obra “El vientre de la bestia”, que recopila las cartas que Jack Henry Abbott envió a Norman Mailer, durante su cautiverio. El texto relata las fallas e injusticias del sistema de prisiones estadounidense.
 
En otra fila sobresale el escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986. Su libro “Lanzadera en una Cripta”, es el resultado de la realidad de un intelectual africano encerrado por razones políticas a finales de los sesenta. “Una experiencia que lejos de destruir al poeta le hizo escribir los mejores versos de su vida”.
 
En la obra “Escritores Delincuentes”, de Editorial Alfaguara, en edición del año 2011, su autor el español  José Ovejero, hace un interesante recuento por la existencia de autores cuya fama no le impide caer en prisión, al final “los lectores se vuelven el jurado y el libro una nueva sala del tribunal”. En el listado de Ovejero se presentan crónicas curiosas sobre el tema de los hombres de letras encarcelados:
 
El escritor americano William Burroughs, uno de los mejores novelistas gringos del siglo XX, en una de las innumerables noches de borrachera decidió jugar con Joan, su mujer, a ser Guillermo Tell, el intelectual colocó una manzana en la cabeza de su esposa, pero no eligió un arco y fechas para atravesarla, optó por una pistola 45, ya que se consideraba a sí mismo un excelente tirador. El resultado de aquella noche de alcohol y manzana fue: para él la cárcel por homicidio involuntario, para ella la muerte por hemorragia cerebral.
 
Asimismo el novelista y poeta colombiano Álvaro Mutis, uno de los grandes escritores hispanoamericanos contemporáneos, estuvo en la famosa cárcel de Lecumberri por malversación de fondos en contra de una empresa multinacional. También la escritora inglesa Anne Perry, autora de historias de detectives, siendo adolescente fue sentenciada por asesinato.
 
Tampoco la humanidad olvida el escándalo de la prisión del genio escritor Óscar Wilde, a finales del siglo XIX, en la celda escribió “De Profundis”, una carta sentimental reveladora de sus inclinaciones homosexuales. Y quiénes no recuerdan la historia de la prisión de Fedor Dostoiewski, el inmenso escritor ruso autor de dos de las mejores novelas de todos los tiempos: “Crimen y castigo”, y,  “Los hermanos Karamazov”. El novelista salvó milagrosamente su vida, pues después de esperar en la cárcel el momento de su fusilamiento, de repente llegó la orden del perdón. El incidente inspiró una narración impactante: “El minuto de Dostoiewski”, presentado por Zweig en su obra “Momentos estelares de la humanidad”.
 
Un fruto amago de la cárcel fue Adolf Hitler, quien  escribió en prisión su autobiografía, a la que tituló Mein Kampf (Mi Lucha). Una exposición de la ideología nacionalsocialista, el dictador germano detalló los pasos que debía seguir un futuro Estado alemán para convertirse en el dueño absoluto del mundo. Además en este libro están sembradas las ideas venenosas responsables de que murieran más de seis millones de judíos.
 
El contexto general de este trabajo demuestra que la cárcel es la espada más efectiva contra los enemigos, lacera profundamente sin causar heridas ni sangrado, pero destruye espaciosamente como un fantasma el ánimo, destrozando en cámara lenta el corazón. Sin embargo, hay quienes desde la profundidad de la conciencia tejen una coraza indestructible,  volviéndose fieras indomables, que al salir en libertad convierten en realidad los sueños escritos en la prisión. Tres obras y tres nombres  representan esta heroicidad: “Diario de la prisión” (Ho Chi Minh), “La historia me absolverá” (Fidel Castro) y “No es fácil el camino de la libertad” (Nelson Mandela).
 
Para quienes equivocadamente siempre han pensado que la cárcel es la mejor mordaza para acallar las ideas de los escritores, no comprenden que el pensamiento no lo detiene la prisión, para algunos tampoco la guillotina y mucho menos el paredón; por el contrario, después de muertos los escritores sus ideas antes encarceladas, florecen, convirtiéndose en libros iguales que huertos, cuyas semillas esparcen a distancias sin límites los vientos.

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