La Constitución de la República Dominicana, Ley Sustantiva que rige cada acto de la nación, ha integrado unas treinta y ocho reformas en el país, las cuales, según el expresidente Leonel Fernández, se deben “a la falta, a lo largo del discurrir histórico, de estabilidad política, fruto, a su vez, de la debilidad del sistema democrático y de desarrollo económico y social”.
Expertos en el tema consideraron que esas modificaciones no implican que los gobiernos formulen políticas públicas en salud, educación, vivienda o medio ambiente, tal y como la sociedad requiere, aun cuando “duplica en número de artículos la anterior y dan la apariencia de progresismo democrático… es un simple espejismo”.
Han sido asambleas revisoras las que han determinado estos cambios, con las interrogantes ineludibles de ¿qué Constitución tenemos? Y ¿cuánto de las opiniones mayoritarias ha quedado reflejado en sus sagradas páginas, que nadie, absolutamente nadie, debía violar?
Leonel Fernández recordó durante la promulgación de la Carta Magna, que habían sido los congresistas, quienes “con vehemencia, con pasión y entusiasmo, discutieron cada concepto, cada criterio, cada juicio vertido, con la finalidad de que la nueva Carta Sustantiva fuese el mejor instrumento posible para la defensa de la libertad y la democracia en la República Dominicana”.
Hubo entonces oídos sordos a las expresiones de descontento entre la población y aunque Fernández la calificó como “la Constitución del Siglo XXI”, “garantía de la paz, la democracia, la libertad, la justicia social, el bienestar y la prosperidad de la familia dominicana”, el tiempo, juez de la existencia humana, ha dictaminado que tantas reformas y modificaciones han dejado al margen asuntos esenciales relacionados con las funciones de las altas instancias del Poder Judicial, los derechos reproductivos de las mujeres, y viejas nomenclaturas, como el Concordato firmado entre la Santa Sede Apostólica y la nación, existente desde la dictadura trujillista, para “regular las recíprocas relaciones de las Altas Partes contratantes, en conformidad con la Ley de Dios y la tradición católica de la República Dominicana”, por solo nombrar algunos.
Sin duda alguna, la Constitución es hermosa y sublime; pero, no debe jamás “amarrar” la democracia, en sentido alguno.
Constitución de la República
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