Ocho años después del Maracanazo, El Scratch se consagraba por primera vez en su historia. Aquel Mundial fue el bautismo de oro de Pelé y Garrincha, un campeonato que marcó un antes y un después en las formas de jugar al fútbol.
“A los defensores de hoy los envidio: no por el dinero que ganan, sino por las libertades que tienen”. Nilton Santos, acaso el mejor lateral izquierdo de todos los tiempos, jugaba y declaraba del mismo modo. Durante el Mundial de Suecia 1958 inauguró el estereotipo del carrilero moderno. La vocación ofensiva de su juego sacudió para siempre los paradigmas defensivos. El libreto conservador seducido por la astucia improvisada que implica esa acción: pasar al ataque. Su caso es un símbolo de la implicancia de aquel equipo brasileño, que se consagró por primera vez en una Copa del Mundo. Mucho más allá de la estadística, de la gloria bautismal de Pelé y Garrincha, este Brasil fue grande por haberle puesto un bache a la historia de la pelota.
Vicente Feola, el gordo Feola, se escudó en su ideario utilitarista cuando el apriete de sus futbolistas. Los nombres más pesados del plantel, entre ellos Nilton Santos, advirtieron las falencias de un equipo con muchos años encima pero sin frescura. Le exigieron al entrenador que les diera crédito a varios de los más jovencitos del plantel. Jovencitos ignotos para el mundo que sin embargo ya habían ocupado las portadas de los diarios brasileños. “Si no entran ellos, no jugamos nosotros”, lo arrinconaron al DT que, lejos de achicarse, retrucó: “Voy hacer lo que ustedes piden: porque si ganamos o perdemos ustedes van a quedar como responsables”. Así entraron Pelé y Garrincha. Así Brasil derrotó a la dura UniónSoviética por 3 a 0 en el último partido de la zona de grupos. Antes, había sumado pero sin brillo: victoria ante Austria 3-0 y empate sin goles ante Inglaterra.
UN EQUIPO, VARIOS SIMBOLOS
El Brasil del 58 clavó su bandera mucho más allá de las estadísticas. Como un teórico precursor de un saber instalado, su juego fundó una corriente de símbolos que hoy en día aceptamos como si fueran de toda la vida. El 10, en tanto versión moderna: aquel capaz de diferenciarse del resto de sus compañeros en un pase o una gambeta, el único habilitado para sostener mediante la promesa de su inventiva las ilusiones del público, probablemente haya sido parido por Pelé en tierras suecas. Hasta entonces, la numeración de las camisetas era simplemente una cuestión azarosa en virtud de alivianarles la labor a los relatores radiales. Por casualidad recibió la 10 ese joven de 17 años que ya proyectaba en el Santos su estirpe fenomenal. Los dirigentes de la delegación brasileña enviaron la utilería sin haber estampado la numeración. Un dirigente uruguayo, compadecido por el contratiempo de sus hermanos brasileños, se tomó el trabajo de hacer coser los números de las camisetas asignándolos sin ningún criterio.
Pelé llegó a Suecia con una rodilla averiada. Su nombre, sin embargo, fue el primer apuntado de ese listado que los mayores le impusieron al DT. Garrincha, a quien le tocó la 11, también era prioridad. El mítico delantero es otro de los nombres de aquella selección cuyo juego cargado de significado persiste y persistirá por los años. Hábil, atrevido, pícaro, de andar desparejo, despreocupadamente gambeteador. Las enormes condiciones técnicas y una historia de vida embrollada, tan necesaria para engrandecer o reducir el pasado de una figura, le dieron lustres de personaje legendario. Consultado por Feola, Joao de Carvalhe, el psicólogo de la delegación, recomendó no incluir al extremo del Botafogo: “No hay ningún atisbo de inteligencia en él, la situación es irremediable”. Pero Garrincha, el hombre de las piernas torcidas, se reiría en la cancha de esas advertencias técnicas pretendían excluirlo. Su fútbol y sus andanzas, algunas más exactas y otras menos, alimentan constantemente su pasado. En aquel Mundial fue protagonista de varias. Dicen que en la previa del partido ante los franceses, Feola, enérgico y vivaz, iba y venía sobre sus pasos en el vestuario dándoles indicaciones tácticas a sus dirigidos. Cuando le preguntó al delantero si había entendido lo que pretendía, Mané hizo estallar de risa a sus compañeros: “¿Usted se puso de acuerdo con los rivales para que tengamos que hacer todo eso que nos indicó? La pregunta-respuesta de Garrincha es una ilustración poderosa de aquel equipo brasileño, que jugaba al fútbol por sobre todas las cosas.
En cuartos de final, Gales resultó un escollo más duro que lo previsto. Los británicos, que habían clasificado al Mundial por medio del repechaje frente a Israel, apelaron al juego áspero y de pierna dura para desconectar el circuito ofensivo de los brasileños. La maraña de piernas europeas, sin embargo, no previó respuestas para la magia de un Pelé que bosquejó su gloria en aquellos tres partidos finales. Se jugaba el segundo tiempo cuando el futbolista del Santos recibió de espaldas al arco, sobre el punto de penal. De pecho la paró, y con un toque sutil giró sobre su eje quitándose de encima al marcador. La acomodó junto a un palo y le dio el triunfo a su selección.
Llegó Francia. La poderosa Francia de Just Fontaine y Raymond Kopa. El primero, goleador de la Copa del Mundo, había anotado nueve veces hasta el choque con los brasileños (lideraría esa tabla con 13). El segundo, ese mismo año sería elegido por la UEFA como mejor jugador de Europa. “Prefiero jugar contra diez alemanes que contra un brasileño”, diría Claude Abbes, el arquero galo tras el triunfo 5 a 2 en favor de los sudamericanos. Otra vez Pelé volvió a dar cuenta del nacimiento de un fenómeno. Vavá puso el 1 a 0 a los dos minutos de juego pero enseguida lo empató Fontaine. Didí aumentó para los brasileños sobre el final del primer tiempo. La tensión y los nervios de un partido casi ajedrecístico se rindieron al talento de aquel joven rey del fútbol, que marcó tres goles y aplastó a los franceses. Brasil se clasificaba a la final por segunda vez en su historia.
El fantasma del Maracanazo, aquella épica remontada uruguaya en la final del 50 que constituye la mayor tragedia deportiva del pueblo brasileño, reñía contra un presente que no admitía dudas. El Brasil de Pelé, Garrincha, Didi, Vavá, Zagallo, Djalma Santos y Nilton Santos era el mejor equipo del mundo. Pero en el fútbol de esos tiempos no bastaba con ser el mejor. Era un fútbol sin televisión pero igualmente infestado por los intereses de los gobernantes como hoy en día. Los afanes localistas bastaban para prohibir cualquier gloria justa. Nada podría, sin embargo, interponerse entre Brasil y la copa, la primera de su historia. El 5 a 2 sobre el equipo local, con dos goles de Pelé quien fue llevado enandas durante la vuelta olímpica, es el punto de partida del país más exitoso de todos en materia futbolística.
BRASIL: Gilmar; Djalma Santos, Bellini (capitán), Orlando y Nilton Santos; Zito, Didí; Garrincha, Pelé, Vavá y Zagallo. DT: Vicente Feola
SUECIA: Svensson; Bergmark, Axbom, Boerjesson y Gustavsson; Parling, Hamrin; Simonsson, Liedholm (capitán), Gren y Skoglund. DT: George Raynor
GOLES: 3′ Liedholm (S); 8′ Vavá (B); 32′ Vavá (B); 55′ Pelé (B); 68′ Zagallo (B); 70′ Simonsson (S) y 90′ Pelé (B).
ESTADIO: Rasunda de Estocolmo.
Brasil campeón 1958
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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