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Brasil 2014: el Mundial de los fanáticos.

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Tal vez hoy, en el Mineirao, no sean 50.000 como en el Maracaná, pero hay una nueva promesa de pasión nacional en el choque con Irán y se estima una invasión de 100.000 argentinos para el encuentro con Nigeria, en Porto Alegre.
 
BELO HORIZONTE. El argentino suele sentirse más argentino cuando está lejos de casa. Se aferra más a la bandera, lo seducen las multitudes y compartir un mate o un asado puede servir de excusa perfecta para cristalizar similitudes en torno a una mesa. El seleccionado nacional no jugó aquí todavía su segundo partido y el desembarco en tierra brasileña continúa siendo incesante, como el de una hinchada cautiva.
 
Tal vez no alcancen hoy a ser las 50.000 personas que poblaron las tribunas y los alrededores del Maracaná Pero en el estadio Mineirao serán muchísimos. Y serán más todavía el miércoles que viene, en Porto Alegre, a donde se estima una invasión de 100.000 argentinos, según las previsiones que maneja el Ministerio de Seguridad de nuestro país.
 
Las cifras sobre la cantidad de personas son irrefutables con apenas asomarse a la calle. Caminar por el barrio de Savassi puede ser como pasear un sábado por Palermo. Sobre la peatonal Pernambuco se expande durante el día una feria de artesanías que por las noches se convierte en un estruendoso punto de encuentro a cielo abierto. Agradecidos por las bondades del clima, los bares despliegan sus mesas en la vereda y siempre hay algún show musical en vivo o alguna pantalla gigante muestra fútbol, el imán que no falla en esta época de temporada alta. Savassi es el lugar favorito del visitante cualquiera. Es un sitio que se jacta de ser el corazón más cosmopolita de una ciudad que percibe de a ratos la intensidad del Mundial. Nunca antes Belo Horizonte se había sentido tan invadida como ayer, con los argentinos o, como la semana pasada, con los colombianos.
 
En cualquier rincón ondea una bandera celeste y blanca. En el centro o en los suburbios. Aunque el mayor gesto de pasión se percibió ayer en Cidade do Galo, el búnker del seleccionado.
 
Parecía sitiado ese pedazo del barrio Jardim da Gloria. Desde hace días hay decenas de personas que acampan frente al predio, a la vera de la autopista MG424. Hay carpas, casas rodantes, ómnibus y autos con patentes argentinas. Los fanáticos bromean con la fantasía de ser  vecinos de los jugadores, a pesar de que éstos duermen en la cima del morro y es imposible siquiera verlos. Se ilusionan con distinguir a lo lejos la silueta de Messi. O piensan que un futbolista es capaz de asomarse para saludar. Aunque sea Basanta. O el tercer arquero. No importa. También anhelan con que algún dirigente les venda una entrada. Ni hablar si cae de arriba, de regalo.
 
Las parrillas humean y no hacen falta solamente argentinos para animar la jornada. Hasta Cidade do Galo llegaron dos iraníes cargando sus guitarras. Damahi y Pallett mostraron sus habilidades musicales y hasta fueron desafiados a cantar temas en español. «Para bailar la bamba se necesita?», tararearon con algo de ritmo. Desafinaron cuando el mítico Tula irrumpía con el batido de su bombo. Había camisetas de todos los clubes y banderas de todos los lugares. Se cantó el himno nacional y se bailó cumbia. Hubo asado, fiesta y baile. Pero sólo hasta la caída del sol.
La noche empujó a muchos hacia Savassi, donde el Mundial nunca se detiene. A otros, como a los que se les anidan en el estómago los nervios previos a un partido, prefirieron irse a descansar. Durmieron en hoteles de categoría o de medio pelo. En autos o en carpas. Y algunos muchos encontraron refugio en los alrededores del estadio, a la intemperie, como en las playas de Copacabana. La batalla del sueño es importante ante un horario de cancha poco habitual como lo es el mediodía. «¿Se desayuna o se almuerza?», preguntó medio en broma un tucumano que pretendía pasar la noche en vela cerca del Mineirao.
 
Entre los fanáticos hay muchos buscavidas. Vinieron sin entradas y con poco dinero. Llegaron con mochilas llenas de chucherías para vender y economizar la estada. Venden cualquier cosa: desde artesanías, camisetas y banderas hasta empanadas, alfajores y dulce de leche. Y ayer, algunos comenzaron a desprenderse de su botín de refuerzos: se vendía fernet, que aquí es casi imposible conseguir, a 50 reales (200 pesos) la botella.
 
El aeropuerto Tancredo Neves también sirve de referencia para medir la fiebre argentina. Desde la primera hora hasta la madrugada, fue un peregrinar de camisetas albicelestes. Llegaron vuelos directos desde Buenos Aires y otros desde Córdoba, previa escala en San Pablo. También desde Río de Janeiro, con aquellos hinchas que le huyeron al viaje por tierra después de enterarse de los embotellamientos y los peligros de las rutas brasileñas.
 
Da la sensación de que todo vale por vivir la experiencia de un Mundial al lado del seleccionado. Están quienes alentarán desde la tribuna y otros que lo harán desde la calle o el Fan Fest, un sector al aire libre montado por la FIFA en el que se baila, se bebe y se ven los partidos en pantalla gigante. Como sea, la Argentina va dejando su huella en tierra enemiga, siempre acompañada por una multitud en cada punto que toca.

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