Caminando, caminando se tarda la oxidación, la fuerza impulsa nuevos rumbos de vida entusiasta. No me estaciono, paraliza, inutiliza, no miro la mecedora. En Taiwán, observando el bello orto, corría de espacio, veía personas disfrutando la edad de la aceptación en unos movimientos físicos lentos, lo percibía como un ejercicio físico espiritual.
Leyendo un monje, no decía su nombre, solo, el monje recomienda: “cada despertar, la mente clara. Aspira aire fresco, inunda toda la naturaleza. Exhala en plena armonía. Alegría de todo. Repítelo varias veces. Está recibiendo sanación y tu vida comienza en armonía con todo”.
Es imprescindible continuar el ritmo del amor, si me detengo estoy como un carro guardado, sin uso, frío. Jamás neutralizar la hermosa jornada de darnos a la vida, para eso estamos entre los demás como parte del plan de Dios; así entregar la vida entre las manos del que nos ama, nos guía. Comprender, disfrutar la compañía.
Vivimos para entregarnos, servir, abrazar el calor humano como los rayos del sol que vigorizan todo lo que bañan. La actitud es pensar y actuar en todo lo verdadero, honesto, justo, puro, lo que es bien hecho, buen nombre. Mantener sana la conciencia de relaciones.
No ser inclinado a cargar cruces, a preocuparme porque estoy sin duda en la comunicación con mi Señor. Así el espíritu no se inquieta, no sufre el afán que debilita, enferma lo físico. Hágalo, no se arrepentirá e incitará a los demás a la gran fiesta de la vida.
Invito a un recuerdo de las conversaciones de mi padre: “Más puede Dios que el diablo”. Nos explicaba: anima a proseguir un buen propósito a pesar de las dificultades.
Meditabundo: mi compañera, la actividad
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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