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El árduo camino de Pedro Martínez

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Boston.- De Manoguayabo a Cooperstown, dos pueblitos pequeños en dos países distantes y distintos, hay una distancia estimada de 1,800 millas (2,900 kilómetros). Ese fue el camino, lleno de piedras y obstáculos, que tuvo que recorrer Pedro Martínez para pasar de ser un niño descalzo a convertirse en uno de los alrededor de 300 miembros del exclusivo Salón de la Fama del Béisbol, el más alto honor que puede recibir un jugador de Grandes Ligas.
 
El lanzador dominicano fue escogido el martes por los escritores de béisbol de Estados Unidos para ser exaltado, junto a los estadounidenses Randy Johnson, John Smoltz y Craig Biggio, en el ceremonial del domingo 26 de julio en Cooperstown, una villa de 1,900 habitantes en el noroeste del estado de Nueva York.
 
Martínez es el segundo dominicano y el séptimo latinoamericano que llega a Cooperstown por el voto de los periodistas.
 
En sentido general, 11 jugadores de béisbol, incluyendo tres de las Ligas Negras, y tres narradores latinoamericanos tienen placas en el Museo del Salón de la Fama.
 
«Los sentimientos son altos, siento una paz increíble. La República Dominicana explotó en celebraciones, de un triunfo que no es solamente mío, sino de todos los dominicanos, los latinos y todos los que oraron por nosotros», dijo Martínez a ESPNdeportes.com.
 
Pedro Martínez entró al Salón de la Fama con el mayor porcentaje para un pelotero latino en la historia.
 
«Finalmente don Juan Marichal ya no estará solo en Cooperstown. Ahora espero que sigan entrando muchos dominicanos y muchos otros latinoamericanos, porque lo merecemos», agregó el antiguo astro de los Dodgers de Los Angeles, Montreal, Boston, Mets de Nueva York y Filadelfia.
 
Para tratar de comprender la figura de Pedro Martínez, primero hay que conocer de dónde salió el nuevo miembro del Salón de la Fama, una entidad que en casi 80 años de existencia apenas ha integrado a 310 individuos (215 jugadores de Grandes Ligas, 35 peloteros de las Ligas Negras, 28 ejecutivos, 22 managers y 10 árbitros), de los cuales solamente 119 han sido electos por los escritores.
 
Al igual que la gran mayoría de los peloteros quisqueyanos, Martínez es producto del extracto más humilde y vulnerable de República Dominicana. De esa capa en donde el béisbol es uno de los pocos medios dignos que tiene un joven para escapar de la extrema pobreza y ascender, junto con el resto de su familia, en una sociedad que margina y aparta a los que tienen menos recursos.
 
Pedro y sus hermanos Ramón y Jesús, también ex peloteros profesionales, nacieron y crecieron en Manoguayabo, un pequeño poblado rural fundado sin ningún planeamiento urbano alrededor de un campamento de operaciones especiales de la Policía Nacional en el lado oeste del gran Santo Domingo, la capital del país.
 
Pese a que Manoguayabo está geográficamente relativamente cerca de la ciudad motor de la isla, en desarrollo y facilidades se encontraba a años luces de la capital cuando los hermanos Martínez eran niños y jugaban descalzos en pastizales sin marcas ni bases.
 
Sin embargo, Pablo Jaime — fallecido– y Leopoldina Martínez no tuvieron problemas para criar a sus hijos, incluyendo los tres beisbolistas, como hombres y mujeres de bien, al punto de que Pedro, cuyo apodo de niño era «Enyo», es conocido en Manoguayabo como «El Alcalde» por haber construido la iglesia, la escuela y el campo de béisbol de la comunidad.
 
«Primero Dios, luego mi mamá y mi papá. Mi papá ya no está en la tierra, pero debe estar feliz allá arriba. También pensé en mi pueblo, mi gente, los que siempre han estado conmigo», dijo Martínez sobre sus primeros pensamientos cuando fue informado oficialmente por el Salón de la Fama de su elección.
 
«Pedro me ha dado todo lo que una madre puede esperar de un hijo, principalmente por la forma tan digna en que ha llevado el nombre de nuestra familia. No importa los logros materiales que consiga una persona si no mantiene una línea de comportamiento ejemplar y mis hijos, incluyendo a Pedro, nunca han hecho algo que me haga sentir avergonzada», dijo la señora Martínez desde República Dominicana.
 
«Para la familia Martínez es un honor muy grande. Todos estamos felices por Pedro», dijo Ramón Martínez, un  lanzador que tuvo marca de 135-88 y efectividad de 3.67 en 14 años en las ligas mayores.
 
Ramón, quien siempre ha sido el héroe de Pedro, era un atleta alto y fuerte que fue considerado incluso para firmar como jugador ofensivo. Pedro, sin embargo, era pequeño y delgado y en sus inicios debió luchar contra las evaluaciones negativas de muchos expertos que consideraron que no tenía las condiciones físicas para llegar a ser un buen lanzador abridor al nivel más alto.
 
Pero eso no era lo que iba a detener a un muchacho de Manoguayabo, acostumbrado a luchar contra prejuicios y humillaciones. Todo lo contrario.
 
«En cierta forma, toda esa falta de confianza me ayudó a crecer, a dar más de mí y a llegar a ser en lo que me convertí», dijo Pedro Martínez, quien firmó con los Dodgers de Los Angeles en 1988, cuatro años después que Ramón.
 
«Pedro nunca fue tímido para expresar lo que sentía y encarar los retos. Su actitud fue lo que más me impresionó cuando lo vi por primera vez. Tenía un gran brazo, un físico poco adecuado para lo que se buscaba en los lanzadores en la época en que lo firmaron, pero una actitud superior a la mayoría», dijo Eleodoro Arias, el entrenador de pitcheo de la academia de los Dodgers en los tiempos en que los hermanos Martínez fueron desarrollados.

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