La verdad sobre la “dulce espera”

Existe en el ser humano una fuerte motivación a formar parte de grupos. Esta necesidad de pertenencia ha sido seleccionada a lo largo de la evolución dado que aumentaba la tasa de supervivencia de los individuos.
 
El concepto de ostracismo es un concepto muy importante a nivel social e histórico ya que hace referencia al acto mediante el cual una sociedad decide alejar de su seno a un individuo. Proviene del término griego ostrakismós que representaba la idea de destierro, alejamiento. En la Grecia Antigua, la práctica del ostracismo era muy común cuando una polis consideraba que un individuo podía no ser una buena influencia para el bienestar de su población.
 
El término ostracismo puede aplicarse o utilizarse en muy diversas situaciones, situaciones muy específicas como también muy generales. La variedad que abordaremos aquí, no implica necesariamente que la persona deba abandonar el lugar sino que ejemplifica a los que transita algún tipo de apartamiento del grupo.
 
Cada vez que una mujer se embaraza, hay un hombre que circunstancialmente comienza a recorrer un período de ostracismo. Todo el mundo sabe que él es uno de los “hacedores” de esa pequeña vida que crece en el vientre materno, pero también sabemos que el varón está muy lejos de las luces del protagonismo de la mujer y la criatura. Aquí retrato algunos de los momentos donde el expectante papá participa de todo, pero desde un lugar recóndito.
 
Cuando asisten a la consulta del médico obstetra: Desde los primeros días en que el hombre se le anuncia que va a ser papá, la felicidad comienza a recorrerle el cuerpo como si fuera una maravillosa electricidad. Sabe que es parte de un gran proyecto, integrante de un equipo extraordinario que hará frente a un inmenso desafío. Pero desde la primera consulta el médico te ignora. Obviamente, la protagonista es la parturienta, aún así el doctor podría concedernos una minúscula participación. Hemos realizado méritos suficientes para ser parte de la aventura, por cierto.
 
Cuando conocemos a la partera: Generalmente el obstetra se apoya en una profesional de la salud que por su experiencia, será la encargada de instruir, apuntalar y asistir a la embarazada. Son personas muy resueltas que conducen todos los preparativos con solvencia, infundiendo confianza a la mujer qua dará a luz. Tu esposa suplica que la acompañes y es lógico que debas concurrir. Pero todo cambia cuando la comadrona te impone: “En la sala de partos usted se colocará en un costadito, sin molestar y sin hablar.” Ya comprendí, seré una presencia casi holográfica, imperceptible, microscópica.
 
Cuando compartimos con la familia: El día que damos la noticia, las felicitaciones llueven a raudales, a los dos. Recibimos cariño y buenos deseos por partida doble. Eso sucederá el primer día, luego todos los mimos, los regalos, la atención y los cuidados se los llevarán madre y el nonato. Al llegar a cada reunión familiar, un reflector se encenderá sobre tu esposa, iluminándola solo a ella. Si te encuentras de suerte, quizás obtengas una palmadita en la espalda.
 
Cuando nos visitan los amigos: Las queridas amistades que tenemos en común querrán saber de la evolución de esa panza. Nunca se interesarán por tus sentimientos, tus inseguridades, tus ansiedades. Eso pasará a un segundo plano. Tú no representas ninguna fascinación para nadie. Si han de preguntarte algo, será sobre ella.
 
La vida es sabia, todo este camino en el que no eres prioridad, no es más que la preparación para lo que vendrá. En sólo nueve meses toda esa atención que hoy concita la embarazada, se la llevará el recién nacido. Y tú seguirás en la banca de suplentes…
Si ese es el precio que debemos pagar por tener la hermosa experiencia de ser padres, a mí me parece justo. ¿Qué opinas?

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