Avanzaba el verano del 1950, a bordo del patrullero Restauración P-104, fondeado frente a la isla Saona. En mi observación veía como el mar tenía más fuerza cuando se estrellaba contra los escollos. No se cansaba, era su vida que se crecía al no poder besar la arena de la playa Cocotera. Concebí que esa era mi vida, no detenerme ante las circunstancias adversas, sí, con más vigor continuar la búsqueda de escalar, alcanzar mi visión. Juventud, tiempo de amores por la realización.
Hoy en la edad de la oxidación que nos proporciona serenidad, aceptación, no inmiscuirse en la vida de los demás, en la que trajinan y dicen de todo contra su otro yo. Lo comprendo, en lo exterior hay mucho ruido desordenado, intereses, que solo ocasionan inquietudes espirituales y males sociales. Debemos inclinarnos a un alejamiento de deseos materiales. Es el camino de la ley natural del desapego que borra las pasiones enfermizas, por lo inútil, dañino, transitorio. En sí, es dejar de vivir lo innecesario, pasajero, deseos perturbadores. No tenemos nada, nada necesitamos. Todo nos sobra, vivir siendo dueño de sí mismo. ¡Qué buena es la vejez que elimina lo dañino, los vicios! La aceptación nos inunda de paz. La ansiedad y la violencia no pertenecen a la vejez.
Pasamos gran parte del tiempo meditabundo y pasando páginas. No gasto el tiempo inútilmente, en esta selva no es fácil encontrar para hablar cosas edificantes. El meditar es estar, hablar y escuchar a Dios. Autoanálisis, orar, orar. Edificar la paz interior, nunca estoy solo…
No olvido al maestro de la montaña “Bienaventurados los sencillos porque tendrán mucha paz”. Este es nuestro invitado de hoy. Consérvense buenos.
El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana.
Meditabundo: La vida no se da hecha. Obedecer la ley natural
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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