Lejos estaba de imaginar el hombre nacido en el Baní dominicano, el 18 de noviembre de 1836, que su nombre estaría unido de manera infinita a la historia de Cuba. Fue en junio de 1865, cuando llegó a costas cubanas junto a su madre y hermanas, cargando el recuerdo de la tierra que lo había visto partir tras la triunfante Revolución Restauradora contra la anexión a España.
Le acompañaron desde entonces días difíciles al entonces oficial de las Reservas Dominicanas, aprendiz insuperable de las nuevas realidades, que implicaban la esclavitud del negro, la discriminación hacia la población mulata y la explotación en general de los amplios sectores, grupos y capas pobres de la mayor de Las Antillas.
Gómez creció en espíritu, conocimientos y experiencias, ganó el respeto de quienes al principio no creían en él y repetían que “para mandones sobramos”. Fue bravo y asombró al mundo con sus intrépidas cargas al machete, escabulléndose entre constantes marchas y contramarchas con la genialidad del estratega.
General fiero, indomable, que se estremecía al contemplar un álbum con fotografías de niños, que gustaba de la poesía, la pintura y la música, que escribió pequeñas, pero profundas obras literarias.
A este hombre inolvidable, al gran jefe militar que rechazó la presidencia de la República de Cuba, porque vino a este mundo para liberar hombres, no para gobernarlos, a quien fundió como pocos los lazos históricos entre Cuba y República Dominicana, recordamos en este día de noviembre y siempre.
Gómez, banilejo cubano
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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