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Agonizando nuestros juegos callejeros dominicanos

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Pasaron los años, corrieron las horas, con ellos tantos recuerdos que añoro, tiempos felices entre amiguitas vecinas del barrio, amigas y comadres hoy, añorando vivo aquellas estampas entre jueguitos de cocinas de hoja lata, muñecas sin tetas, ni pelos rubios, haciendo un cocinao realmente.
 
Las horas transcurrían cada tarde en mi populoso barrio, Los Guandules, cada una con nuestros juguetes, muñecas igualmente de trapos, yo con mis cinco moños apretao tejidos con tiras de colores, al lado del colmado de Vidal, quien se negaba a darnos la ñapa, el platanero del ticiclo que venía desde otro barrio aledaño a vender sus víveres, lo entreteníamos para ver que nos regalaba.
 
Miraba yo apenada aquel niño limpiabotas hambriento, tan pobre, envueltos en ropitas rotas, en la noche ya de jovencita el juego de la botellita en pleno apagón barrial, «que se fue la luz, suban», gritaba mamá, «no despercien el agua mis hijos», decía cuando nos mojamos con la manguera ajena.
 
Para cocinar a comprar carbón en latas, con aquel sol donde doña Ofelia, allá en la calle 13, del barrio 27 de febrero, el manicero, vociferaba calentando con brazas la lata de salsa Victorina, vendo caña, pasaba sin fallar un joven por mi calles cada ocaso, también les quitábamos un pedazo sin pelar.
Recuerdos tan hermosos jugando al topao, el escondio, vitilla, al bateao, trúcamelo y arroz con leche matarile- rile- rile, arroz con leche, matarile – rile lon.
 
«Yo quiero un paje, matarile, rile, rile, ¿ que paje quiere usted? Matarile, rile, rile».
 
Yo quiero a Dominga, matarile, rile, rile, rile.
Ese paje no combiene, matarile, rile, rile lon.
! Oh mi dios!
 
Bellos recuerdos de mi niñez, añoranzas, estampas que se han ido perdiendo cada instante, en nuestros sectores y barrios, porque ya las niñas de hoy juegan a tener amoríos con apenas 12-13 años, vestida como mujeres enanas, maquilladas y peinadas como adultas y en competencia para ver, quien culea el reggaeton y el dembow mejor.
 
Los padres los únicos y verdaderos culpables de esta situación, porque es en los hogares donde se les educa y enseña valores a los hijos.
 
Insisto en que debemos rescatar aquellos juegos infantiles quisqueyanos, como los son: el sun sun de la carabela, juego del saco, bola o canecas, el gallo, manos calientes, musa tataramusa, el pañuelo, apara y batea, vitilla, entre otros, que no solo producen diversión a los niños, sino que les permiten socializar y desarrollar sus habilidades psicológicas.
 
En tanto que los juegos electrónicos llevan a los pequeños al sedentarismo y la muy de moda obesidad infantil y otros tipos de condiciones médicas causadas por la vida sedentatia y la mala nutrición.
 
Hay tantos beneficios cuando los niños juegan al aire libre saltando, corriendo, interactuando con otros pequeños, evitando el comportamiento agresivo que vemos hoy día en los jovenzuelos, producto del bombardeo tóxico de la música chatarra incitando a temprana edad a las niñas y niños al sexo, drogas y alcoholismo.
 
Añoro jugar al trompo y una manita de jacks o si no entretenerme con aquel pin pong, e ir por las calles detrás del roba la gallina o los pintoresco y coloridos diablos cojuelos, cuidando que no me llevase la muerte en Jeep.
 
Si nadie hace nada, ya mismo serán sepultutados nuestros añorados y divertidos juegos infantiles que nos produjeron a mí y a mis compinches tantas alegrías y lo mejor de todo iniciar la amistad que hoy aún conservamos después de 40 años, claro que ya no podemos bailar el aro como ese ayer, pero podemos jugar trúcamelo aún.

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