Los medios lo describían, durante su visita a México, con la energía “a la que nos tiene acostumbrados”, con la sonrisa y la palabra oportunas y esa sensación de que alguien quiere decirnos que el único camino real, verdadero, cierto e inaplazable es la unidad.
En la tierra azteca, también Francisco rompió el protocolo y sostuvo contacto con esos indígenas por tantos siglos excluidos y marginados, al punto de que en la liturgia se integraron lenguas de dichas etnias.
Ya en su cuenta tuit, el Sumo Pontífice había declarado: “Queridos hermanos mexicanos, están en mi corazón, nos encomendamos juntos a la Guadalupana, que no deje de mirarnos con ternura”. Antes, en la ciudad de La Habana, había hecho escala para encontrarse con el patriarca ortodoxo de Moscú, Kiril; indiscutiblemente, el histórico abrazo que les unió en la sala presidencial del aeropuerto José Martí de La Habana, devendrá el más importante símbolo entre un pontífice romano y un patriarca ruso.
La sencillez del denominado representante de Dios en la tierra tuvo retroalimentación constante en las multitudes, aglomeradas a lo largo del periplo. El papa Francisco sigue sorprendiendo a un mundo que revoluciona y desecha dogmas a su paso; responde a quienes, al principio de su nombramiento observaron religiosos dominicanos que el Vaticano necesitaba: “un papa vigoroso, con fuerza para vencer los desafíos y situaciones internas e intensas de su cargo, sin imponer su criterio; pero tampoco doblegar su posición…, con la capacidad de tratar a personas que piensan diferente y desarrollar la sensibilidad de caminar junto al pueblo, por muy disímil que este sea”.
Definitivamente, este es el Papa que en México trató con representantes de pueblos originarios y que sigue hablando del amor como único camino.
El Papa sigue siendo noticia
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