close

Colibríes gorriazules en Colombia

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
Facebook
Facebook
Youtube
Instagram

Para llegar a San Francisco de Sales quedan 52 kilómetros desde Bogotá y mucha pendiente. De camino, siempre es momento de hacer una parada técnica en el puesto del paisa Ramiro, Aquí Medellín, y recordar a Séneca, que ante la mesa llena preguntaba a sus invitados: “¿Cuándo vamos a vivir si no es ahora?”. Las arepas con queso y los chorizos fritos con un puntito de lima son obligados. Da igual la hora que sea.
 
El paisaje lo dominan las vertientes de la cordillera Oriental, la intuición del valle del río Magdalena y un cielo por fin despejado y luminoso. A partir del descenso en El Encuentro, el calor toma consistencia y cuando se llega a San Francisco de Sales ya casi se hace sólido. Pueblo del departamento de Cundinamarca, bañado por los ríos San Miguel y Cañas, inmensamente rico en flora y fauna, goza de un casco urbano simpático y colorista. Un sábado a la una de la tarde, en las terrazas del parque Central, a la sombra de árboles centenarios, la cerveza Poker lleva la iniciativa y todo está en orden. Por el renqueante hilo musical suena a todo trapo el vallenato Así me hizo Dios,de Diomedes Díaz (que tuvo 28 hijos con 11 mujeres, siendo devoto ferviente de la Virgen del Carmen, “yo sé que no te gustó la vida que yo he llevado, pero así me hizo Dios, contento y enamorado”). El mercado antiguo es buen lugar para recrearse entre frutas autóctonas como granadilla, carambola, borojó, papaya, maracuyá o los eternos lulos.
 
Desde ahí, solo hay que seguir la carrera 8 para llegar a la Finca La Tortuguita y descubrir uno de los secretos más impactantes de la región, clásico para los apasionados de la ornitología: el Jardín Encantado. Una reserva de desarrollo científico, observación y fotografía visitada por retratistas, ambientalistas y expertos de todo el mundo. La princesa Sayako de Japón, reconocida amante de la naturaleza e investigadora en un instituto de ornitología, apareció por aquí y dejó su firma y su admiración en 2004.
 
La algarabía se percibe desde la puerta. Nos recibe Leonor Pardo, propietaria. Mientras nos conduce al patio, cuenta que vino a vivir hace más de veinte años, pero que no abrió el jardín al público hasta 2010. “Yo amo a los animales. Y cuando llegué, teniendo en cuenta que en Colombia hay 165 especies de colibríes clasificadas, quise ver uno e instalé un pequeño bebedero con agua y azúcar. Para mi sorpresa, empezaron a venir muchos más. Ahora gasto 950 libras de azúcar al mes y hay más de 40 bebederos. Podemos apreciar 27 especies”.
 
El colibrí es un símbolo de Colombia, el país más rico en aves del mundo. Para constatar esta apreciación, se recomienda el visionado de la reciente pelícu­la Colombia: Magia Salvaje, un itinerario sin precedentes por la extraordinaria biodiversidad del país, que desde su estreno, el pasado septiembre, no deja de sumar elogios; así como un paseo por el libro del ornitólogo Fernando Ayerbe Quiñones Colibríes de Colombia, guía ilustrada publicada por la organización Wildlife Conservation Society.
 
Para entrar dos horas al Jardín Encantado hay que pagar 12 dólares y consultar horarios en la web (www.jardinencantado.net). A los habitantes del pueblo les basta con traer un paquetico de azúcar orgánico. Observar un colibrí con detenimiento no es tarea fácil. Sin embargo, aquí lo vemos en acción a menos de un metro, reconociendo sus colores, su morfología, la delicada longitud de su pico, de donde para beber alargan una finísima lengua, tan inesperada como larga (¡dos veces su pico!). Leonor explica las particularidades de cada especie: “Mira, ese es el heliodor, ¡el más pequeño!”, dice entusiasta, “y a ese verde, el Amazilia cyanifrons, se le llama diamante de frente azul, o capiazul, o gorriazul; y ese que parece que tiene una cresta morada alrededor del cuello es el coruscán”.
 
Cerebro y corazón
 
El colibrí es delicado y sentimental. Son las aves más pequeñas del mundo, pero, en proporción a su tamaño, poseen cerebro y corazón (158 latidos por minuto) gigantes. El espectáculo es sonoro, vibrante y colorido. El colibrí carece del sentido del olfato, pero sabe dónde prepara el néctar Leonor. Mueve sus alas entre 60 y 90 veces por segundo y para sobrevivir necesita consumir el doble de calorías de lo que pesa. Su vuelo es un garabato en el aire que va a una velocidad de 72 kilómetros por hora. Vive a ritmo vertiginoso y no puede caminar, solo posarse. Atesora tan poca grasa corporal que depende de su metabolismo para mantenerse caliente.
 
“Los distingo por el color del pico, las patas, cómo se mueven… Tengo que agradecer a muchos ornitólogos que han venido y me han ido explicando, como Steven Hilty o Jurgen Beckers”, confiesa agradecida Leonor. El primero es uno de los autores (junto a William L. Brown) de la celebrada obra A Guide to the Birds of Colombia (una guía de las aves de Colombia), publicada por la Princeton University Press, presente en muchas bibliotecas colombianas. “Todos los días”, prosigue, “me levanto a las 3.30 para desinfectar los bebederos porque a las cinco de la madrugada empiezan a venir. Se van hacia las seis de la tarde, cuando refresca. Los amo, y trabajo para reafirmar el respeto por lo maravilloso de la naturaleza”.

No Comments

Leave a reply

Post your comment
Enter your name
Your e-mail address

Story Page