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Máximo Gómez en Baní y Cuba

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En el Baní dominicano nació uno de los más grandes héroes de la América Nuestra, Máximo Gómez, ese “general fiero, a veces indomable, que se estremecía al contemplar un álbum con fotografías de niños,  y que tal vez estuvo muy lejos de imaginar que su nombre estaría unido de manera indeleble a la historia de Cuba”.
 
Fue un día de junio de 1865, cuando el joven dominicano Máximo Gómez Báez llegó a costas cubanas. Consigo llevaba a su anciana madre y a sus dos hermanas, cargaba también con el recuerdo de la tierra que lo había visto partir tras la triunfante Revolución Restauradora contra la anexión a España. Aguardaban años difíciles al entonces oficial de las Reservas Dominicanas, pero también de aprendizajes al calor de nuevas realidades y experiencias desconocidas.
 
La esclavitud del negro en Cuba, la discriminación hacia la población mulata del oriente cubano y la explotación en general de los amplios sectores, grupos y capas pobres de la mayor de Las Antillas estarían entre las claves de reflexión y toma de conciencia política de Máximo Gómez en torno al significado y alcance del colonialismo español.
 
En modo alguno era el inicio de un pensamiento. Cuba fue un eslabón esencial en un largo y complejo proceso de formación y madurez iniciado en tierra natal banileja, donde al cuidado de unos padres, «tan honorables como severos y virtuosos», aprendió a amar y a juzgar a los hombres, no por el linaje que ostentaban, sino por sus valores y principios éticos.
 
¿Cómo el joven Gómez llegó a convertirse en el Generalísimo del Ejército Libertador de Cuba? ¿Cómo asombró al mundo con sus intrépidas cargas al machete entre alambradas y fortines, escabulléndose entre constantes marchas y contramarchas con la genialidad del estratega? Estas son interrogantes que han acaparado durante décadas la atención de historiadores y estudiosos del quehacer de la personalidad.
 
El 17 de junio de 1905 se apagó la vida del guerrero, rodeado de seres queridos agolpados en la casona de 5ta y D en el Vedado habanero y con un pueblo entero orando por el General en Jefe del Ejército Libertador Cubano; héroe de la trocha militar de Júcaro a Morón en 1875; el de la primera carga al machete; aquel que vivió el infortunio de El Zanjón, y luego protagonizó junto a José Martí la firma del Manifiesto de Montecristi.
 
Como Yoel Cordoví, prologuista del libro Máximo Gómez, el viejo mambí, en su segunda edición, recuerdo el momento en que Gómez, pluma en mano, confesó a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez  de Tió el significado de Cuba y República Dominicana en su  vida. El heroico viejo escribió ese 15 de marzo de 1901, como quien firma su testamento antillano: «Yo no puedo vivir ni en Cuba ni en Sto. Domingo como extranjero, teniendo dentro del  pecho un corazón cubano y dominicano».
 
Aquel 17 de junio
Muchos no podían creer que falleciera así el férreo dominico- cubano, protagonista de estrategias y tácticas que le ubican entre las glorias militares más importantes de la centuria.  Rodeado de los hijos, su esposa Manana y el pueblo que le respetó y admiró sin límites, el doctor Pereda pronunció aquellas sentidas frases: el General ha muerto.
 
“Fue velado en la capilla ardiente del salón rojo del Palacio Presidencial. Ocho mulas arrastraron hasta el cementerio la cureña donde yacía el féretro suntuoso, cubierto por los colores de las banderas de Cuba y Santo Domingo. Hombres, mujeres y niños lloraban en las aceras.
 
“Junto al armón, en guardia de honor, marcharon los veteranos de la guerra, seguidos de congresistas, representantes de logias masónicas, alcaldes, y un mar de gente atestando las calles al paso del féretro y la policía, aplacando a la multitud que adolorida se lanzaba sobre el sarcófago, disputándose la gloria de llevarlo en sus hombros”.
 
El poeta Manuel S. Pichardo, escribió estos versos que hoy repetimos a la memoria del inolvidable guerrero:
 
La Gloria canta sobre el cuerpo inerte, mientras Cuba no cesa de llorarlo/ ¡Callad, que el ruido puede molestarlo! ¡Corazón tan viril, alma tan fuerte, que para reducirlo y dominarlo, gigante esfuerzo le costó a la muerte!

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