Estoy aprendiendo en la tranquilidad, soledad, donde está la sabiduría del silencio, la conversación interior con el huésped del alma, la senectud. La senectud es el periodo de la unión de experiencia y aprendizaje, magnífica lección que entrega la razón. ¡Que preciosa, beneficiosa es la soledad! Me encanta, vuelvo a verme, encontrarme entre los hombres, pero en sí no es soledad, es amor en Cristo, con quien converso. Mensajero intercesor y eterno consejero. El alma se deleita y viaja en dulces recuerdos, momentos de hermandad. No es sueño, lo vivo, no estoy solo ni huérfano. Su amor vive en mí. Soy feliz
Aquí en la tierra de los amores de patria, hay lugares para soñar, ser positivo, reina la fe. Amo soñar como el amor en felicidad de todos. Soñar es el orgasmo de la historia feliz.
Para una buena costumbre no es vergüenza ni odio que se conozcan las precariedades. Si se ha de sufrir, se sufre y nada de lamentar. No es malo aceptar lo que no daña, fortalece caminar con el rostro al sol.
Hacen setenta y más veranos iba a misa, el sacerdote oficiaba la misa en latín, yo nada entendía. Hoy la iglesia es otra, el cura salió de las cuatro paredes y anda por el pueblo, realidades de la prédica de Jesucristo. Ya anciano me siento un hombre nuevo pensando, escuchando renovación carismática, curos de vida en el espíritu, oír hablar en lenguas, aunque no las entienda, estoy en la realidad, el idioma arameo es cautivante aunque no lo entiendo. Todo nos gusta. Seguro estoy que Jesús está entre nosotros.
Que maravilloso vivir que el sueño se está viendo, hasta nos anima a hablar del amor del hombre por el hombre como lo hizo Jesús. ¡Qué maravilla tiene la senectud!.. Meditabundo sin descanso frente a mí está la dignidad de los demás, de la persona humana. La larga travesía llena de experiencia nos impulsa a buscar, encontrar, entender las necesidades, exigencias del realce, excelencia, seriedad, decoro del hombre. En ese camino se encuentra el meditabundo. La dignidad respetarla.
El hombre dominicano no vive, práctica la Doctrina Duartiana, triste realidad. Ante el constante peligro de inseguridad, injusticia que todos debemos enfrentar. Actuar en favor de una justicia social. Aplicar con medidas de evolución que fuercen la transformación socioeconómica. No hay conciencia social, crearla en los que ejercen cargos de esa gran responsabilidad. No existe el coraje de la justa razón en el desempeño de funciones, deberes solidarios consigo mismos y los demás. No se separa, aceptan la diferencia entre la verdad y la mentira, el bien y el mal. La infinita necesaria distinción del corrupto y el honesto. La degradación moral es realidad, nos golpea en la plena luz del sol. No lo merecemos, no lo merecemos. El dominicano es hijo de Juan Pablo Duarte. Darle vida al amor del nacionalismo de la juventud Trinitaria de Dios, Patria y Libertad.
El honor es un universo intocable para el que es hombre dominicano, no es negociable en ningún aspecto ni condición. Hoy más que nunca, en nuestra historia se necesita mucha, mucha fuerza interior para actuar cimentado en el sitial de la dignidad. Para eso se es hombre dominicano. Se puede y se debe. Se prefiere concluir la vida que perder el honor.
El latifundio dominicano es la cara vergonzosa de la pobreza injustificada, lacerante. Hemos transitado por varias latitudes y solo aquí veo tanta tierra fértil mojada, negada a la mano de la necesidad, la pobreza. Bien cierto es, la economía, mente enferma del egoísta en miseria humana. La tierra naturaleza es productora de bienes para todos, su ley no crea, autoriza dueño y esclavo. No está en la ley de amaos los unos a los otros como yo os he amado. Dios no repartió nada, sus hijos todos son iguales en su amor. Maldito es el latifundista. No siente, por no tener el lenguaje directo al corazón cerrado a la razón. Es necesidad, no es solo, es ser de comunidad, de familia, sociedad. Enfocar, saborear la atención a la dignidad de la persona humana y una conciencia de su personal responsabilidad. De vivir con el ejemplo amoroso.
Duarte no ha muerto, sigue bien vivo.
El deber a nuestra familia exige mirar nuestro interior, en serenidad escuchar lo recto de la razón y los palpares del corazón siempre impulsado en el amor a los demás, el hermano dominicano. Ser el cambio que deseamos ver, servir es una entrega de amor, no olvido que para esta actitud soy dominicano. Si lo hacemos con el haitiano, porque no hacerlo con el dominicano. Sacerdote Rogelio usted, es el camino de Jesús: amaos los uno a los otros como yo os he amado, vale repetirlo siempre, ¡siempre! Bendecido el hombre que ama
sin decirlo he invitado al sacerdote de los necesitados. Rogelio su lucha no es un mandamiento, sino su entrega
El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana
Meditabundo: Cortos
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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