Es agudo en sus juicios, pulcro, organizado y decidido. Camina lento, sonriente, emana paz interna. No tiene aparataje de seguridad, a pesar de haber mandado al infierno a capos de las drogas, políticos, matones, violadores.
El juez José Alejandro Vargas Guerrero (62 años) es carismático, controversial: sus enemigos –a su espalda–lo apodan Satanás. Cabeza calva prematura. Por ser un negro de nariz ancha y cabeza raspada, parece un boxeador, en vez de un destacado catedrático que ha escrito varios libros.
Conversador, educado: difícilmente pasa por el lado a una persona sin saludar, sea pobre o rico. Siempre está rodeado de muchos amigos.
Su hobby es cantar en los karaokes, como en el afamado bar “Cafecito” del ensanche Lugo (Ciudad Nueva) en la capital. Los visitantes al lugar dicen que canta “muy bien” y que su especialidad es el bolero. Por ejemplo: ¡Niebla del Riachuelo! (Un tango llevado a bolero).
De las anécdotas que tienen abogados y presidiarios sobre los “consejos” o peroratas que les echa el juez Vargas se puede escribir un libro. A veces, valiéndose de su prestigio, se le pasa la mano, se muestra arrogante e insultante: un juez justo está para impartir Justicia no para humillar a nadie, sin importar el crimen que haya cometido.
Al acusado de matar dos ancianos en Gascue le dijo que no lo manda al infierno porque allá no hay cárcel, pero que merece arder en el fuego eterno de ese terrible lugar.
Renunció a su candidatura a juez de la Suprema Corte de Justicia, al percatarse que los políticos que conforman el Consejo Nacional de la Magistratura no querían un juez de su estirpe. Declinó diciendo que prefería seguir bregando con los pobres maloliente del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva.
Al declinar, cometió la afrenta de decir al presidente Danilo Medina que cuando baje del poder y no esté rodeado de sus acólitos trate de no encontrarse con un juez como él. ¿Qué quiso decir?
Es mundialmente famosa la “pela de lengua” que le dio al sindicalista Blas Peralta, acusado de matar al rector de la UASD, Mateo Aquino Febrillet. Dijo que es un don nadie que acumuló tanto dinero y poder que se construyó una estatua pensando que era un dios; que cometió todas sus diabluras pensando que el brazo de la Justicia nunca lo alcanzaría. Explicó que el Estado es el único responsable de crear un monstruo de esa naturaleza, aceptando un comportamiento aberrante como normal.
Un abogado narró que a un defendido suyo Vargas lo llamó y le dijo que en ese tribunal todo el mundo cae preso, incluso su santa madre, si viola la Ley. Y agrega que luego que haya condenado su mamá, va y se encierra con ella a llorar en la fría celda de la prisión “y maldigo al juez que la condenó”.
Conclusión: no importa que el magistrado sea un mal cantante (frustrado); y que a veces se le pase la mano con sus pelas de lengua o que se crea un dios griego negro en el estrado (en el Olimpo), pues es honorable (valiente), una especie en extinción en “RD”.
Lo fácil es culpar a otro
Este juez es una muestra que la honestidad o la desgraciada corrupción está en el gen de cada cual: es pura pamplina o un pretexto tonto el culpar al presidente Medina o a los peledeístas de la descomposición en el Poder Judicial. A mí que no me hagan cuentos, el que quiere ser corrupto lo es y el que quiere ser honrado lo es. A otro perro con ese hueso.