Cuando escribía mi ensayo de marzo sobre las epopeyas del 19 y 30 de Marzo, hacía referencia a los bravos generales Pedro Santana, Antonio Duvergé, Vicente Noble, Lucas Díaz, José María Imbert y Fernando Valerio, entre otros valientes, respectivamente, e intentaba hacer un análisis sobre ciertos aspectos de estas batallas en el terreno táctico, y entre estos tratar de “visualizar” el campo de operaciones para poder entender cómo en un espacio geográfico con muy pocas llanuras podrían agruparse aproximadamente 10,000 soldados de las tropas haitianas, así como sobre otros aspectos que contribuyan a la depuración de datos históricos en los ámbitos operacionales y tácticos de esos enfrentamientos bélicos. Imbuido en este ejercicio de análisis histórico militar, me llegaron unos mensajes electrónicos de mi hija y de una joven, opinando sobre el futuro del país, lo que me obligo a dar un giro al timón de mi prosa para analizar ese tema en particular.
El primero de estos mensajes fue de mi hija, que está realizando un posgrado fuera del país, el cual cito: “Yo nada más pienso cuando me toque volver. Al final todo el mundo tiene sus cosas, pero aquí -refiriéndose al país donde estudia- por lo menos hay seguridad y educación”.
El otro mensaje, no menos conmovedor, fue un video de una jovencita, comentando el discurso presidencial del pasado 27 de febrero, solicitándole al Sr. Presidente de la República, poner el oído en el pueblo y no dejarse confundir por asesores que a veces le presentan un panorama irreal del país en algunos aspectos fundamentales, complicando la gobernabilidad.
Pienso que tales comentarios son sin duda un reflejo palpable en la juventud de ese pesimismo arrastrado por un grupo de dominicanos sin fe que quería desprestigiar y luego disolver la doctrina duartiana, movimiento que continuó en el siglo XIX con intelectuales de prestigio igual de pesimistas, cuyas ideas gravitaban en el espectro político local, difundiendo la teoría de que por la herencia que dejó Colón, cuya expedición como sabemos no estaba conformada por gente educada, sino por convictos que a pesar de que eran valientes y audaces, carecían de principios morales, se ha creado la percepción de que la naturaleza e idiosincrasia del dominicano es un reflejo de esas circunstancias de la historia colonial, y no es así, aunque algunos políticos hayan pretendido que sea de esa manera, para dominarnos con más facilidad.
Ciertos letrados sostienen la tesis de que nacimos amorfos, sin planificación, ideales, ni sentido de pertenencia a nuestro pueblo, pero no explican las razones por las cuales toda una generación de “líderes” políticos, enarbolando promesas inciertas, frágiles esperanzas y desilusiones, no han sido capaces en 174 años de vida como república de conformar un verdadero Estado- nación, manteniendo, por el contrario, a todo un pueblo en las tinieblas mentales con su modelo de “dominicracia”.
Desde el nacimiento de la República Dominicana en 1844, sin democracia, hemos repetido los mismos errores, siendo evidente que las heridas causadas por el colonizador no han cicatrizado aún, por las instituciones carentes de estrategias que reviertan las influencias negativas.
Una de esas herencias dañinas que nos atribuyen algunos intelectuales, es el hecho de que el colonizador se llevó el oro que se obtenía con facilidad lavando nuestra aurífera arena, siendo ésta, según ellos, una de las causas de que en la mente de algunos dominicanos persista aún la errónea idea de obtener el dinero fácil.
Muy por el contrario, hay que precisar que en su evolución como ciudadano, el dominicano ha soportado casi de manera estoica las penalidades de la vida, como las leyes restrictivas de la metrópoli, las devastaciones de Osorio, las invasiones, los monopolios comerciales, las imposiciones sociales; y en la ocupación militar de 1916 a 1924, los norteamericanos nos obligaron a estructurar el Estado en función a sus intereses, igual que ocurrió en la Guerra Fría con nuestra doctrina de Seguridad Nacional.
Ahora, influencias ateas, mercenarias y disociadoras, intentan una vez más castrar el intento de proyecto de nación, clavando el garfio infame del pirata.
Y es que ser descendientes de los convictos que vinieron con Colón no es excusa, como dicen algunos, para incumplir con las leyes, pretexto que esgrimen ciertos dominicanos para no respetar siquiera las leyes de tránsito, tirar basura en las calles, y los más osados hasta llegan al terrible descaro, con toda su naturalidad, de estacionar sus vehículos a plena luz del día para orinarse frente a todos los transeúntes, y nada les sucede. Esos mismos antisociales, cuando visitan países donde se respeta la ley, no se atreven siquiera a pensar en cometer tales barbaridades. Aquí, la falta de autoridad e irresponsabilidad de los gobiernos lo permiten.
Con relación al teatro mediático que escuchamos desde que nos levantamos, donde muchas veces el elogio y el denuesto suceden en función al dinero que se dé o no se dé, Azorín nos dice lo siguiente: “En estos tiempos modernos, en que los juicios se formulan rápidamente, y en que todo el mundo escribe, debemos considerar que existen muchas reputaciones gloriosas que no tienen fundamento ninguno, y muchos desprestigios que no deben considerarse como tales”.
Hay vidas ejemplares de dominicanos que son faro de luz, para guiar a las presentes y futuras generaciones: Duarte, Salomé Ureña, Antonio Duvergé , Luperón, el coronel Fernández Domínguez, Bosch, así como una pléyade de profesionales, que son muchos, como es el caso de los honorables miembros del Instituto Duartiano, la Academia de la Historia, y muchas fundaciones de carácter altruista que con sus valiosos aportes y trabajo honrado y perseverante, han contribuido a mantener vivos los valores patrios, la esperanza y el desarrollo nacional de un país que cuenta con hombres y mujeres como doña Mary Pérez de Marranzini, doña Monina Solá viuda Lajara, ingeniero Rafael Bisonó, el médico José Joaquín Puello; en el deporte, don Juan Marichal y Pedro Martínez; y en la música a Juan Luis Guerra, entre otros ilustres dominicanos.
Debemos emular las vidas ejemplares, fomentando los necesarios cambios en la política de los gobiernos, que a casi dos años para elegir el nuevo capitán de la nave del Estado, aunque sea vergonzoso decirlo, no se ven aún caras nuevas que “convenzan” al electorado, difundiendo en un clima de respeto, sin ofensas, programas de gobierno progresistas, modernos y posibles, que hagan que la esperanza vuelva a la juventud, para evitar la fuga de cerebros y el fardo de la pobreza no nos desborde como pesado lastre, con el peligro de que una sustitución poblacional del “Poniente”, sin calidad y en grandes cantidades, complique nuestros males, y nos traiga problemas mayores.
El país, sobre todo la juventud, clama porque bajo el norte de la Constitución y las leyes, resurjan de las cenizas del deshonor y la falta de sentido de grandeza, la linterna de Diógenes y la espada de Aquiles, y que, emulando a Duarte, se tenga muy claro que lo legal, si no es justo, carece de fundamento, y en nada contribuye a honrar esa sangre derramada a pólvora y machete en los campos de batalla de Azua y Santiago, ese Marzo de glorias inmarcesibles, con la génesis de un proyecto que aún no germina.
En este ciclo histórico que hoy vivimos, donde hay políticos que aún tienen tiempo de casarse con la gloria, es oportuno retrotraernos a Los Clásicos, con un pasaje que dedico a aquellos cuyas ambiciones no les permiten ver los linderos.
“Si Alejandro Magno, después de derrotar a Darío Codomano (Darío III), en la batalla de Gaugamela, en el 331 a. de C; se hubiera limitado a la helenización del inmenso territorio conquistado, hubiera tomado otra connotación, pero la ambición de más conquistas lo llevó al final de sus días sin la visión de ver el futuro ante la historia.