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Decir adiós a un padre duele demasiado

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Por: Emilia Santos Frias, santosemili@gmail.com

Nos conforta saber que quien bien vive bien muere

Decir adiós a un padre duele demasiado, aunque nos conforte el dicho que reza: quien bien vive bien muere. Así lo pudimos palpar mis hermanas y yo, durante la vida y  partida de nuestro amado progenitor, el señor José Ramón Santos, quien aunque de linaje más longevo, ayer mis hermanas,  yo y  la sociedad donde pernotó por más de 60 años, le  despedimos a sus 88 años. Agradecemos al Todopoderoso por su vida la que siempre disfruto en salud.

El sentimiento de congoja es profundo, aun  cuando estábamos conscientes de que algún día por albures del destino ese momento nos tocaría,  llegaría.

Nuestra familia y Villa Altagracia rindió durante los días 17 y 18 de este mes, respeto y honores a un ciudadano que hizo de ese municipio y su gente, su hogar. Un deportista natural, amigo del amigo, conversador versado y ameno, que en ese pedazo de tierra encontró paz.

Allí, se desarrolló como instructor de boxeo, siendo Villa Altagracia, su hogar,  plataforma para el deporte nacional, donde además, encontró el amor varias veces y en esas oportunidades procreó a varias de sus hijas. En ese apacible lugar obtuvo una familia grande,  la que formó y  la que vida le regaló por más de seis décadas. Sus amigos, amigas, compadres, comadres, ahijados, alumnos, y el relevo en el boxeo. Por eso lo despedimos allá, con la dignidad que el mereció siempre: esa fue su casa.

Hoy mis hermanas y yo despertamos más afligidas y con el acedo sabor de su profunda ausencia; con ese adiós para siempre de este terruño, esa despedida que indica que ya no disfrutaremos de ese abrazo y beso sincero, cálido, su bendición, consejos, su amor filial…

Reponernos es un camino difícil. De él tenemos tantas anécdotas que compartir, tantos momentos de risa, exhortaciones y de disciplina. Momentos memorables, su vida y sus amores.

Mi padre fue un exquisito cronista natural, amante de las historias; gustaba narrar hechos de nuestro acontecer nacional, temas que manejaba gracias a sus vivencias de juventud, el deporte y la disciplina política, aprendida en el partido donde militó durante muchas décadas. Filantropía sin buscar protagonismo, sin hacer nunca alarde de su cercanía o amistad con autoridades nacionales, más bien, a ellas las motivaba a ayudar a personas vulnerables, a quienes en ocasiones se veía precisado llevar incluso ante un pasado presidente de la República, para que este contactara directamente las penurias de algunos vecinos, y solucionara problemáticas sociales. Esa labor la aíslo al entrar en años.

Ese es su legado para nosotras sus hijas. Nos inspiró con o sin proponérselo, nos hizo ser mejores personas. En mi caso cultivo el amor a los libros, los que compro y regalo desde mis primeros años de vida, siempre pensando más allá. Me inculco el amor a la lectura. Que les puedo decir, anos después me convertí en Comunicadora Social.  Me enseñó historia patria, moral y civismo, cuentos, novelas de autores nacionales…, y me convertí en profesora  y escritora.

Nunca olvido que a mis tres años aun no alfabetizada totalmente, me regaló un libro que llamo demasiado mi atención un señor que llevaba toga y birrete: Tomas Bobadilla, del cual me leía cada día sus aportes en la gesta independentista  o construcción de nuestra Republica Dominicana. Hoy soy abogada. Sus relatos fueron bastantes y diversos, los disfruté todos. Como saben hace décadas soy periodista. Sin dudas me mi papá me inspiro.

El papá es el primer amor, el héroe de niña y en mi caso, un profesor permanente, pues con su manejo nos indicó como debíamos guiarnos en la vida. Amé de mi padre tantas cosas: asumió su rol en aspectos que hombres modernos aún se resisten hacer: colaboraba en casi todo en la casa, nos bañaba y peinaba cuando éramos infantes, cocinaba, incluso platos no comunes, hacia tareas con sus hijas, ayudo en la alfabetización, hacía las tareas de electricidad, sabía lavar y planchar, de ser necesario lo hacía. Organizaba nuestra pared de plantas de cayena ubicada en todo lo largo y hermoso jardín de nuestra casa de colores, la que personalmente, pintaba con frecuencia.

Amé su porte, hombre fuerte, de caminar erguido. Adoré  su correcta pronunciación a cada palabra, la hilaridad y coherencia de sus amenos diálogos…, sabía transportarnos mientras conversaba.

Amé esa la fuerza que le motivaba cada día seguir adelante, luchando como en su deporte olímpico preferido: el boxeo. Amé la determinación de sus actos; exquisito en cuanto a cortesía, tanto así que por donde pasaba se hacía notar. Ser cortés era parte de su encanto,  la gente conversaba acerca de ese hermoso valor universal que exhibía. Deferente, incluso al corregir o reprender. Formal y siempre acicalado de pie a cabeza, impecable. Amante de la limpieza y el orden. Así lo recordaré con lo que acuñé durante la infancia y nuestra estadía juntos, en la que disfrute cada relato con alegría. Sin dudas lo amo y él siempre lo supo, nos encargamos de decírnoslo con actos y con palabras. Él era muy cariñoso con sus hijas, con todos.

Quienes le quisieron en vida lo despidieron con respeto, entre hermosas palabras y fastos de como nuestro padre les ayudó, instruyó, dio palabras de aliento, les exhortó emprender estudios, proyectos o simplemente les ofreció afectos. Mis hermanas y yo nos sentimos gratas al ver como sus alumnos le despidieron con un último acto o breve, un último round de boxeo, una pelea  simulada, en plena avenida, delante de su féretro. El boxeo fue también su gran amor, le dedicó toda su vida, hasta pasar la antorcha a alumnos aventajados, y ellos le rindieron tributo camino a la tumba. Un acto sorpresa que fue un bálsamo para sus hijas, amigos y familiares que apesadumbrados que le llevaban al sepulcro.

Mi padre sembró en tierra fértil, por eso la población villaltagraciana nos acompañó. Personas de todos los estratos sociales y gente del ámbito político y social  de nuestro país, sin nosotras haber hecho uso de ningún medio de comunicación de masa, sin informar a nadie, ya que organizamos una despedida en la intimidad familiar, estuvieron allí abrazándonos y expresando como nuestro padre se comportó en vida. Los relatos de las acciones y vida de servicio fueron incontables. Estoy segura que durante mucho tiempo harán lo mismo las personas que aún no saben de su partida y que se irán enterando poco a poco. Fue despedido con la dignidad y orden conque vivió, un orden que le permitió hasta organizar su sepelio, el que incluso costeo. Sin dudas: quien bien vive, bien muere.

La autora reside en Santo Domingo, Rep. Dom.

Es educadora, periodista, abogada y locutora.

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