En 50 minutos, a Luis Suárez no se le había visto más que retorciéndose de dolor en el césped después de un choque fortuito en tierra de nadie en algún momento de la primera mitad. Preocupaba más el estado de Messi, que había sido derribado por Toni Kroos al más puro estilo canchero: entre dejar pasar al balón o al hombre, optó por dejar correr la bola y echarle el cuerpo encima al diez.
Real Madrid se contentaba con enjaular a Messi, presionar en la salida, y hacer lo posible por anular a Rakitic y Busquets en la media. Tan seguros estaban de tener con eso para controlar un partido que podría resolverse con la pura “pegada”.
Pero era difícil, si no imposible, que se salieran con la suya cuando su jugador más desequilibrante no tiene ni tino frente a la puerta.
Pero si no hay ni fortaleza defensiva o entendimiento a fondo del máximo rival.
Con dos llegadas, Barcelona tuvo para sentenciar. Con la tercera, para humillar.
Dos carreras por banda; dos centros sobervios de Dembélé al área y dos remates, los únicos, de Luis Suárez, para reventar al Madrid. La primera apenas comenzado el segundo tiempo, cuando mejor jugaba el Real Madrid y más presión ponía en Ter Stegen, Jordi Alba robó el enésimo balón para emprender la carrera y poner un paso adelantado al francés. El resto de la jugada les salió a la perfección. Un centro precioso del francés, y el remate de primera del uruguayo ante un anonadado Sergio Ramos.
El tanto dejó desencajado al Real Madrid que de tanto ir de crisis en crisis necesitan muy poco para verse hundidos anímicamente. 15 minutos y varias fallas de Vinicius después, Barcelona duplicó y con la misma receta. Escapada de Dembélé, centro al área y gol. Luis Suárez se lanzó al remate, pero se le atravesó Varane que hizo lo que pudo para cortar y acabó incrustando en balón en su propia red.
El Madrid ya se veía fuera. Y como siempre que se saben vencidos, se entregaron a los nervios. Desde Keylor hasta Benzema. Todos.
Un derribo a Luis Suárez dentro del área llevó al tercer tanto. El que coronó el partido del uruguayo para mostrar que no sólo de Messi vive el Barça.
No necesitó más el cuadro azulgrana. Madrid terminó de romperse sólo; casi como comenzó. Con Reguilón y Vinicius cargando con el equipo entero a las espaldas sin poder lograr mucho más de lo que su experiencia les permitía.
Reguilón se internaba una y otra vez y perdía el balón de las formas más absurdas. Vinicius se colaba por el centro, regateaba hasta a Piqué, o de plano se llevaba a Semedo por la banda como si fuera el viento, pero llegaba al área y volvía a ser sólo un chico de 18 años que cuando no se congela frente a la puerta, manda el balón a las nubes o se precipita demasiado y le termina haciendo la mitad del trabajo al arquero rival.