Fuera del formalismo de los artistas, políticos, empresarios y otras figuras, que no sabemos cuándo es demagogia o cuándo dicen la verdad, me puse a escuchar las sinceras palabras de las personas llanas del pueblo sobre el cantautor Anthony Ríos.
Hubo un señor que dijo que cuando fue a la Funeraria Blandino y lo vio en el ataúd, le pareció que no estaba muerto, sino durmiendo plácidamente. “Los artistas son especiales, son ángeles: lo vi igual como si tuviera vivo y con la misma graciosa sonrisa que lo hizo famoso”, dijo el señor.
Una señora a su lado dijo: “se murió joven, pero gozó su vida: era un villano, tuvo más mujeres que el Sabio Salomón; nunca hizo daño a nadie, siempre estaba contento; les mataba el hambre a muchos pobres, era deprendido con el dinero”.
Hubo un grupo que se quedó en el primer nivel de la Funeraria Blandino haciendo cuentos y chistes sobre Ríos. Decían que una vez andaba para arriba y para abajo con una serpiente pistón, su mascota. Y que supuestamente la enseñó a tomar alcohol (a emborracharse), pero que hubo un momento que no se sabe cuál de los dos, si la culebra o su dueño, tomaba más ron.
En realidad, no sabemos donde habrá ido a parar la serpiente pistón: escuché que creció tanto que el artista no la podía manejar en su casa y que la donó al Zoológico Nacional.
Particularmente, me queda la interrogante de porqué Anthony vestía siempre de negro y su mascota era una culebra. ¿Será misterio, brujería o superstición de artista?
Una de las cualidades de Anthony es que era un letrado, un lector voraz: era probablemente el artista con mayor formación intelectual. Una vez le pregunté qué tipo de libros me recomendaba para instruirme y me respondió que había que leer de todo, desarrollando el hábito a la lectura.
Ríos contó que se sorprendió que una vez el presidente Joaquín Balaguer le comentó que tenía muy buenas referencias sobre sus dotes de intelectual y él respondió: “no tanto como usted, he aprendido de usted, doctor: yo soy su discípulo”. Balaguer insistió en que le tenía doble admiración: como artista e intelectual; y lo aconsejó, incluso, a que debía emprender el oficio de escritor de libros.
Luego de la muerte de su amigo inseparable, el gran artista Luisito Martí, me llamó la atención una excelente entrevista que le hizo la comunicadora Jatnna Tavárez. Anthony lloró ante las cámaras, recordando que Luisito es quien le abre la puerta para recibir la oportunidad de su vida artística, entrando al Combo Show, que lideraba el popular merenguero Johnny Ventura. Narró que hubo quienes furiosamente se oponían a que perteneciera al grupo, alegando que un “blanquito, bonitillo, pelo bueno” como Anthony Ríos no tenía la chispa, el ritmo en la sangre para bailar y cantar como los carismáticos negros integrantes de la agrupación. Pero Luisito lo defendió y señaló que había que darle la oportunidad. Y así fue.
En fin, honremos con alegría a Anthony Ríos (Florián Antonio Jiménez), que no necesitó –ni necesita después de muerto– que ninguna asociación de críticos o cronistas de arte le haga un reconocimiento. El reconocimiento se lo hizo la gente cuando llegó a la capital en los años “70” desde un pequeño pueblo de Hato Mayor; y se convirtió en uno de los artistas más amado y aplaudido en República Dominicana y el mundo.