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La Restauración y nuestra dominicracia

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El 16 de agosto del 1863, ocurrió en Dajabón el “Grito de Capotillo”, clarinada que inició Santiago Rodríguez, acompañado de bravos centuriones como Benito Monción, Eugenio Belliard, Segundo Rivas, Alejandro Bueno, Pablo Reyes, Juan Monción, el español Angulo (corneta), San Mézquita (artillero), Tomás de Aquino Rodríguez, José Cabrera, Sotero Blan, Juan de la Cruz y un soldado desconocido, dando con este hecho la génesis a la guerra de la Restauración de la República Dominicana, que nos liberó otra vez, tras dos años de lucha titánica, de las cadenas que, por segunda vez, cercenaron la libertad, esta vez bajo el yugo español.

En esta gran epopeya de nuestra historia, es de rigor destacar la valentía en combate del general Gregorio Luperón, quien bajo la guía de Gaspar Polanco, se destacó desde muy joven como la espada de Aquiles de la Restauración, en un combate desigual contra España, una de las potencias militares de la época, donde aproximadamente 6,300 soldados mal entrenados y con pocas armas, derrotaron una numerosa tropa bien equipada de soldados españoles.

A principios de 1861, cuando el general Matías Ramón Mella era comandante de armas de Puerto Plata, fue destituido y enviado a Santo Domingo por su desacuerdo con Santana en sus aprestos anexionistas, siendo encerrado en la Torre del Homenaje. Posteriormente fue deportado a Saint Thomas; retornó a Santo Domingo el 15 de agosto de 1863 y se integró de una vez a las luchas, siendo nombrado ministro de Guerra por el gobierno restaurador de Santiago. En ese período, produjo el “Manual de Guerrillas”, que fue usado por Luperón.

Según refieren historiadores de la época, el clima, la topografía y las enfermedades tropicales, le causaron más bajas a los españoles (aproximadamente 11,000), que el fuego enemigo, mientras que del lado dominicano las bajas fueron mínimas, pues las tropas mantuvieron siempre en alto la moral, a pesar del estado de miseria que vivían algunas regiones, con una economía afectada en su conjunto.

La guerra restauradora fortaleció el alma colectiva de los dominicanos (el Cibao, Sur y Este) con una dureza diamantina que los españoles no pudieron penetrar, por lo que terminaron mordiendo el polvo de la derrota en 1865, acontecimiento que dio lugar al nacimiento de la “Segunda República”.

Sin embargo, los albores de la Segunda República encontraron las ciudades del Cibao destruidas, principalmente Santiago, zona de duros combates. En la supervivencia de la posguerra, los dominicanos se vieron obligados a vivir en pequeñas villas dejando un vasto territorio deshabitado, pues la ganadería, riqueza de otra época, ya no estaba y solo quedaba el tabaco como la única fuente de producción en el Cibao central.

A estos males se le sumó la proliferación de “líderes locales”, quienes desde que formaban un pequeño grupo se autoproclamaban generales que no pertenecían a ningún cuerpo militar de la nación, pero que en ocasiones ofrecían sus empíricos servicios en la milicia, y como no había dinero para pagarles, se les otorgaban inmerecidos rangos militares, entre otros privilegios. Había el inconveniente de que al haber finalizado la guerra, estos “generales” ya no estaban en su elemento, pues eran el resultado de unas circunstancias donde la anexión a España los había unificado para sacar a los invasores del país y este escenario ya había cambiado.

Los hechos que acabo de describir afectaron el importante proceso de unificación política y la necesidad de darle el carácter nacional a un gobierno que solo mandaba en el Cibao central. Es por eso que cuando el Presidente del gobierno restaurador en armas, Pedro Antonio Pimentel, se dirigió a la capital a instalar su gobierno, se enteró en Cotuí que el general José María Cabral, vencedor contra los haitianos en la Batalla de Santomé (1855) y contra los españoles en la Batalla de La Canela (1864), nombrado por su resplandeciente espada contra el invasor como jefe de las fuerzas revolucionarias del Sur, había llegado primero a la capital, y con el apoyo de líderes prominentes como el general Gregorio Luperón y Fernando Arturo de Meriño, fue proclamado Presidente de la República.

Así continuó la dinámica histórica de nuestra todavía lenta evolución democrática, ya sin Santana en el escenario, pero con el anexionista Buenaventura Báez vigente, el cual, a pesar de que en el fragor de la lucha restauradora, fue nombrado Mariscal de Campo del ejército español, y tener en su historial haber engañado a los tabaqueros del Cibao en 1857, retornó al poder en 1865.

Este breve relato, muestra que nuestra historia es cíclica y que, en casi todos los períodos ha campeado la mezquindad, la mentira aviesa, la intriga manipulada y la traición, generando esto un sistema disfuncional donde un mal dominicano, sembrando cizaña, puede pasearse libremente por los pasillos palaciegos.

Así seguimos hasta el día de hoy, dirigidos con sus honrosas excepciones, por políticos con mentalidad del Siglo 19, donde vemos con asombro cómo los casos de Santana y Báez, Pepillo Salcedo y Gaspar Polanco, Pimentel y Cabral, se pueden interpolar con el accionar político de la actualidad.

Esto explica lo que ha sucedido recientemente, cuando se unieron tirios y troyanos para la defensa decidida de la Constitución frente a intentos, ajenos al interés nacional, para modificarla y hacerla como un traje a la medida de grupos de poder en contra de la voluntad de las mayorías, agraviando con esto la memoria de los próceres que desde 1844, lucharon para romper las cadenas de una de las potencias más poderosas de ese entonces.

Con la misma vehemencia y dedicación que se defendió la Constitución, tomo la iniciativa de exhortar a mis conciudadanos dominicanos a unirnos en la lucha contra los males que nos afectan y no nos dejan salir del puerto del subdesarrollo, como la falta de institucionalidad, la corrupción, el crimen organizado, la delincuencia, el analfabetismo, la inmigración ilegal y la ausencia de oportunidades, que incitan a nuestra juventud a emigrar por no tener fe en un país rico muchas veces, pero en ocasiones mal gobernado, en una DOMINICRACIA que aún no llega a convertirse en DEMOCRACIA…

Ése es el gran reto nacional.

El autor es miembro fundador del Círculo Delta.

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