El cantante José Rómulo Sosa Ortiz, mejor conocido como José José «El príncipe de la canción», murió a los 71 años.
Se fue El Príncipe, pero no en «La Nave del Olvido». El pueblo lo recordará siempre como el gran ídolo de la canción romántica que fue, entonando esas baladitas ricas, deliciosas, que se meten en el corazón y rasgan el alma.
Se levantó en varias ocasiones para seguir deleitando al público con sus grabaciones, con su arte interpretativo. Y se convirtió en un ídolo de masas. No solamente en México, sino en todos los países de habla hispana donde, hasta nuestros días, se le rinde culto a través de sus grabaciones, más de medio centenar entre elepés y recopilados que han vendido unos millones de ejemplares.
El comienzo
José Rómulo Sosa Ortiz adoptó el nombre artístico de José José desde el momento mismo en que conoció a Olga Guillot, otra grandiosa de la canción romántica quien le aconsejó cambiarse el nombre: «Oye, chico, si quieres triunfar desde ahora te llamarás José José», lo bautizó la extraordinaria cantante cubana.
Un dato que nadie conocía hasta ahora, salvo Edoardo Narváez y un servidor. Edoardo era un amigo íntimo de Olga y me lo transmitió en una noche de bohemia. Fuente confidencial y digna de todo crédito.
Agonizaban los años 60 cuando se dio el detalle Guillot. José se ganaba la vida tocando el tololoche con un trío llamado Los Peg, cuando en una de esas reuniones se topó con la grandiosa Olga.
Entre nieves de chicharrón
Clavería es un barrio de la capital mexicana donde nació José Rómulo. Conurbada con la colonia Nueva Santa María y ésta colindante con Santa María la Ribera, Clavería era famosa por sus nieves insólitas de chicharrón y aguacate; de mole y jitomate. Ahí se registran las primeras andanzas musicales del cantante que llegaría a ser considerado el gran ídolo de México.
Pero, obvio, el joven contrabajista soñaba triunfar en solitario. Era un chico de sueños, de ilusiones, de inquietudes. Hasta que se encontró en el camino al trovador Pepe Jara, quien lo impulsó en sus inicios.
Ya traía la música en la sangre. Su padre, José Sosa Esquivel, cantaba ópera y su madre, Margarita Ortiz Pensado, era concertista de piano. Así que en los festivales escolares deslumbraba la voz del futuro Príncipe.
La carrera comenzó de manera profesional en 1965 al grabar para discos Orfeón un sencillo de 45 revoluciones con los covers de “El mundo”, de Jimmy Fontana y “Mi vida”, de Alain Barriere, éste, el mismo autor del éxito romántico “Y volveré”. Más tarde vendría otro sencillo pero ambos sin promoción y el incipiente intérprete bajo el nombre simplemente de José Sosa.
Con Los Peg, la situación no marchaba del todo bien, pues algunas veces había trabajo y otras no, hasta que dos años más tarde lo escucha el compositor (“La bikina”) y productor Rubén Fuentes, quien le consigue un contrato en la RCA Víctor y en conjunción con Armando Manzanero le supervisan un primer álbum con temas como “Cuidado que”, sin embargo, no consigue impactar por falta de difusión. En la disquera consideraban que era demasiado y sin posibilidades de comercialización.
Sin embargo, el mismo año en que murió su padre a causa de alcoholismo, el año olímpico de nuestro país y la matanza de Tlatelolco, José José consigue su primer gran éxito discográfico al lanzar “La nave del olvido”, una composición del argentino Dino Ramos que se convertiría en su carta de presentación. Entonces todo México entonaba dicha melodía y el nombre de José José corría de boca en boca mientras su popularidad ganaba terreno, pero vendría lo mejor: el 25 de marzo de 1970 el público que abarrota el teatro Ferrocarrilero de la Ciudad de México lo aclama de pie al culminar su magistral interpretación de “El triste”, una composición de Roberto Cantoral con la que el joven cantante representa a nuestro país en el II Festival de la Canción Latinoamericana.
Este evento constituyó el antecedente del Festival de la OTI (Organización de la Televisión Iberoamericana). No ganó José, pero la belleza de la obra de Cantoral y su excelsa interpretación lo catapultaron a los máximos lugares de popularidad.
Qué noche la de aquel día. Embriagado por la fama y la fortuna, sin embargo, el cantante cayó en una crisis de alcohol que orilló a su madre a internarlo en un centro contra las adicciones. Fueron largos años de ostracismo hasta que en 1977 se reencontró con el éxito gracias al tema “Gavilán o paloma” en una primera producción con el español Rafael Pérez Botija, que incluía temas como “Buenos días amor” y “Amar y querer”. Al año siguiente vendrían éxitos como “Volcán” y “Lo pasado, pasado”, “Si me dejas ahora”, “Dónde vas” y otros de compositores como Camilo Sesto y Juan Gabriel.
Los 80, su máximo esplendor
Fue la década en que El Príncipe de la canción alcanzó su cenit, aunque a finales de la misma comenzó a tener problemas con su voz.
Convertido en un gran vendedor de discos, hasta tres millones por álbum, la gente enloquecía por verlo. El público latinoamericano le llenaba todos los sitios donde se presentaba. Era un volcán, ciertamente, que lo mismo hacía erupción en Santo Domingo que en Caracas, Bogotá, Lima, San José, Buenos Aires y su fama se extendía hasta países como Arabia Saudita e Israel.
Apoteósis en el patio
Sus presentaciones en El Patio, un pomposo centro nocturno de la capital mexicana, resultaron históricas. El status de postín del mencionado lugar situado en la calle Atenas, a unos pasos del Reloj Chino en la Ciudad de México, adquirió condición de escenario popular a donde indistintamente acudían fans de José José provenientes de Polanco que de La Merced o del Pedregal o la colonia Guerrero.
Los llenos eran espectaculares y las presentaciones del Príncipe resultaban apoteósicas. Las “colas” de los admiradores ansiosos se alargaban hasta dar vuelta por la calle Abraham González, por el costado oriente y por Bucareli del lado poniente para confluir en un tumulto histérico ante la puerta del lugar.
Había que cerrar el acceso. Anel, la entonces esposa del cantante, se trepaba en una silla en la parte interior y por una mirilla trataba de controlar la situación. No era fácil, todos querían entrar al mismo tiempo.
El griterío cuando empezaba a tocar la orquesta era ensordecedor. Estrellas del espectáculo como el propio Marco Antonio Muñiz poblaban el lugar mientras los meseros se esmeraban en atender lo mejor posible a la clientela. El show culminaba por ahí de las dos de la mañana con un Príncipe envuelto en ovaciones y un público extasiado puesto de pie pidiendo la “otra, otra, otra” que siempre le cumplía el cantante.
Ni con Raphael ni con nadie vivimos esos tumultos en El Patio, un centro nocturno donde solo se presentaban los grandes artistas. Pero una de aquellas noches, se quebró la voz del cantante y se le escapaban algunos “gallos”. Algo no andaba bien y la gente lo notaba. Le comenzaba a fallar la voz, lamentablemente.
Así cerró la década a la vez que continuaba sus altas ventas y la obtención de múltiples discos de oro y de platino, metido de lleno en el corazón del público y en la cúspide de la celebridad, en tanto melodías como “A esa”, “Lágrimas”, “Lo dudo” y “Voy a llenarte toda” se unían a la gran colección de éxitos del artista que colmaban el gusto de la gente.
Los duetos tan de moda en la actualidad, no son nuevos. José José ya grababa a dueto a mediados de los 80 con Lani Hall y José Feliciano. Por esos días fue invitado a participar en la versión latina de “We are the world”, proyecto para paliar el hambre de los niños en el que grabó al lado de grandes figuras como Plácido Domingo, Roberto Carlos, Julio Iglesias y don Pedro Vargas, y filmó la película Gavilán o paloma.
Además de El Patio, registró llenos impresionantes en escenarios de jerarquía internacional como el Madison Square Garden de Nueva York y los grandes casinos de Las Vegas y Atlantic City.
Bodas de plata
Al iniciarse la década noventera Raúl Velasco le organizó un programa de homenaje por sus 25 años de carrera. La voz ya no le respondía como antes.
Un nuevo álbum lo devuelve a los primeros lugares de ventas. Se trata de 40 y 20, pero cae en la depresión y problemas de alcohol y drogas lo hacen tocar fondo nuevamente. Su amigo el periodista Ricardo Rocha acude a rescatarlo.
Para 2001 continúa imparable vendiendo más de un millón de copias por álbum. Tiene su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y cuatro años después el Grammy latino lo honra por su brillante trayectoria.
En junio de 2007 una parálisis facial lo aleja varios meses de la escena, pero al año siguiente el mismo Grammy nuevamente le rinde homenaje en Miami.
En 70 se casó con Natalia Kiki Herrera Calles, luego se casó con Anel en 1976, con quien tuvo dos hijos, José Joel y Marysol, este matrimonio duró hasta 1990.
Desde 1995 se estableció con Sarita, nieta del actor de cine Abel Salazar, unión de la cual nació Sarita su hija.