Cuando me gradué en la Academia Naval, año 1950, fui trasladado a navegar con el Capitán John Percival, a bordo del patrullero P204. Un atardecer, procedente de isla Beata, arribamos al puerto de San Pedro de Macorís. Amarramos los cabos detrás de la corbeta C105. Nos dieron salida de franco hasta la 07 del próximo día. Contento llego a la casa de mis padres y estoy paralizado, alegre. El comandante Luis Homero Lajara Burgos está recitando, lo escuchan papá, el Doctor Terc y mamá sentada al lado en el comedor. Yo en silencio beso a mamá y me siento a su lado. Cuando el comandante Lajara termina la poesía, papá me llama y le dice este es mi hijo. Lo saludo militarmente, él contesta me alegra conocerlo y su rostro muestra afecto. Yo voy y me siento al lado de mamá. El comandante Lajara recita dos poesías. Y papá recita una poesía y le dice “esta la escribió mi amigo Virgilio Díaz Ordóñez”. Y recita otra poesía y le dice “esta es de mi inolvidable Gastón Deligne”. El comandante Lajara recita otra poesía. Yo estoy ante un emocionado declamador, no sabía que el comandante tenía esa lírica sublime. A eso de las nueve de la noche, el comandante y el Doctor Terc se despidieron. Le pregunté a papá, cómo lo conociste. Hijo, tú sabes que con dos o tres amigos pescamos de noche en el muelle al lado de la corbeta, los peces vienen por la luz que sale del barco. El Comandante Lajara acostumbra a pasear en el muelle y a veces se detiene a vernos pescar y conversa muy simpático. Yo le refería que donde está la corveta se amarró el barco de los gringos en la ocupación del año 16 y le señalé dónde estábamos un grupo de personas cuando Urbano Gilbert disparó y mató a un soldado. Le referí todo lo sucedido y sus abusos por todo el Este. El comandante también nos habló de ese tema. Me di cuenta de sus conocimientos y de su encantador carácter. Un día vino al correo con el doctor Terc y como yo trabajo ahí lo recibí y le dije “vivo en la casa de al lado, ahí estamos a su orden, nos alegraría nos visitara” y me dijo “con mucho gusto lo visitaré”. Así comenzamos, él nos habló de los poetas macorisanos. Yo le dije que sabía algunas poesías y le recité una de Deligne. Él sonrió diciéndome: “yo escribo poesías”. Yo le dije: “por favor, recítenos”. Así comenzó y por lo regular venía a casa dos noches por semana. Nunca repitió una poesía. Él nos cogió cariño y me dijo: “Don José, cuando yo sea jefe de la Marina voy a ayudar a su hijo”. Sé lo hará, su carácter me lo dice. Un día en la mañana vino a la oficina del correo con el Doctor Terc a despedirse, se iba trasladado para la capital. Nos apretamos las manos con un abrazo y mucho sentimiento. Yo seguía navegando con el capitán Percival. El día 30 de octubre del 1953 fui trasladado de la Sección Naval E, Base Naval de las Carderas, con órdenes del Comandante Luis Homero Lajara Burgos de instruir a los grumetes en Marinería.
El primero de febrero de 1954, el Almirante Lajara me asciende a Alférez de Navío. Llamé a papá y este agradecido llamó por teléfono al contraalmirante Lajara, quien le dijo: “es el comienzo de lo que le prometí”.
El día 10 de febrero, entregué el comando de la Sección Naval E, con orden de reportarme donde el Jefe de Estado Mayor, Almirante Luis Homero Lajara Burgos. Voy muy alegre, pensando en algo bueno. Cuando entro a su despacho, me dice: “vaya donde su padre y dígale que continúo cumpliendo mis palabras. Usted se va el 10 de marzo a estudiar Artillería Naval a la ciudad de Washington, Estados Unidos y dos cursos de Guerra Antisubmarina en la base de Cayo Hueso, Florida”. Cuando llegué donde papá con la buena noticia se emocionó tanto que se le humedecieron los ojos y llamó por teléfono al contraalmirante, casi lloroso de gratitud. El almirante le dijo: “Don José, usted sabe que yo lo quiero mucho y pasé unas noches muy agradables en su casa”.
Amable lector. Cuando el almirante, comandante de la Armada, de fe firme y buen carácter, sus directrices están enraizadas en la moral del comando. Estética del espíritu. Aplica la emulación, el personal se siente orgulloso, lo admira. La institución está bien. Es mi grato recuerdo del contraalmirante Luis Homero Lajara Burgos. Quien se quedó en mi alma y corazón. Es el gran ejemplo a imitar.
Su hijo, vicealmirante Luis Homero Lajara Solá, cuando ejerció el comando general de la Armada, fue un retrato nítido, puro, sin retoque de su padre.
Consérvese bueno
El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana