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Lecturas paternas y sus reflexiones

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“A nadie le falta fuerzas; lo que a muchos les falta es voluntad “
-Víctor Hugo-

Un 24 de diciembre, hace 25 años, zarpó en la barca de Caronte, mi digno padre , quien para su época fue un militar adelantado, debido a la influencia de sus estudios en Inglaterra (1947-1948) y como Agregado Naval en Washington DC, EE.UU., en dos ocasiones: 1952-1953 y 1955-1957.

En su meteórica carrera naval, lamentablemente finalizada a destiempo, mantuvo siempre un estilo heterodoxo, sin perder nunca la indispensable disciplina y tradición castrense, dedicándose desde muy joven a cultivar la lectura, sobre todo de “Los Clásicos”, estimulándome a leerlos diciéndome que los libros son el único camino en la búsqueda de la sabiduría y la luz.

Entre sus libros predilectos estaba “El Cantar del Mío Cid”, de autor anónimo del siglo XII. La obra celebra las hazañas reales y legendarias del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, quien era leal al rey Sancho; y al éste ser derrotado por Alfonso VI, el guerrero, por la intriga manipulada y los intereses circunstanciales de siempre, con el tiempo tuvo conflictos con el rey.

De nada valió que El Cid le jurara lealtad al nuevo rey, para ser acusado de robo, desterrado dos veces, desposeído de esposa, hijas y tierras, dedicándose a conquistar territorios en poder de los moros, mayormente a nombre del rey, en busca de rescatar su honor.

Para mi padre, esa obra era un símbolo de perseverancia ante la adversidad. Me relataba cuando El Cid tomó el reino de Valencia, el más ambicionado de la época, y esto no fue óbice para seguir al rey con lealtad inquebrantable, para poder lograr el perdón real, hasta volver a la corte, recuperar su familia y bienes, lo que al fin logró.

Pronto me di cuenta de que, con esos relatos, la intención de mi padre era enseñarme desde niño a tener valor y ser leal a las causas en las que se cree. Fui connaturalizado a esas lecturas cuando mi conciencia despertó, leyendo con avidez esa leyenda épica, describiendo cómo después de muerto El Cid, lo subieron en su caballo Babieca, y las tropas árabes, pensando que estaba vivo, al verlo huyeron. Esta lectura clásica creó fama universal en el imaginario colectivo.

Otro libro, que era parte de las lecturas habituales de mi padre, era “Los Miserables”, de Víctor Hugo (1862), considerada su obra cumbre, un excelente estudio de la sociedad de su época, la Francia del siglo XIX. Con las pasiones, caracteres y actos que en la misma tienen lugar, denunciando las injusticias sociales.

El libro narra también la historia de Jean Valjean, forzado de su caída en el infierno social a su redención moral, después de cumplir una pena criminal de casi 20 años, por robarse un pan para dárselo a un sobrino hambriento. Entre los episodios más famosos de la novela están: El encuentro de Jean Valjean con monseñor Myriel, obispo de Digne y la estancia del forzado evadido y su hija adoptiva, Cosette, en el convento Pipas.

Recuerdo las narraciones sobre la barricada de la calle Saint-Denis, durante la insurrección de junio de 1832, y la huida fantástica por las cloacas de la ciudad. Destacan también las figuras del policía Javert, representación de la pasiva obediencia al deber, quien optó por el suicido, bajo el dilema de cumplir con su deber o dejar marchar a un buen hombre, acusado por las autoridades; así como de Garroche, el muchacho heroico que murió cantando ante la barricada durante la revuelta.

Ese idealismo, la lucha a favor del desposeído, el despertar de un nuevo mundo motivado por la libertad, bajo el prisma de las revoluciones, la exaltación de los humildes y el valor del sacrifico por la Patria, con reflexiones sobre la naturaleza del bien y del mal, motivaron a mi padre, después de la caída de la dictadura, a estudiar a fondo las ciencias políticas.

Después de una exitosa carrera naval, en donde alcanzó la posición más elevada de Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, y luego como Jefe de la Policía Nacional, ambas designaciones durante una férrea tiranía y sin nunca haber manchado sus manos, ni de sangre ni del peculado, fue cancelado de las Fuerzas Armadas en 1959, por orden de Trujillo, con apenas 39 años de edad.

Como ciudadano, ingresó al Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en 1961, siendo posteriormente perjudicado, esta vez por un maleficio mediático, del cual aún quedan vestigios, por haber decidido, después de fundar el Partido Demócrata Popular (PDP) en 1970, ir como candidato presidencial en las elecciones de 1974, como único contrincante del Partido Reformista, y del presidente, Dr. Joaquín Balaguer, “por tener la firme convicción de creer que con eso evitaba un baño de sangre”.

Hay quienes escriben sin analizar ese hecho del ayer con rigor histórico justo, algunos de manera irrespetuosa o sin datos, obviando la trayectoria política de mi progenitor, anterior a 1974, distorsionando la verdad, creando puntos ciegos, que solo han tenido la luz brindada en tres libros que he escrito junto a los ensayos mensuales publicados en el Listín Diario, además de los dos libros escritos por él, donde dejó su impronta y su pensamiento político -aun vigente-, junto a testimonios años antes de su partida física.

Hoy, la mejor manera de ennoblecer la memoria de mi honorable padre, es recordar con orgullo esas lecturas inspiradoras que me dejó como legado, emulando a George Orwell: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.

Por esas enseñanzas inolvidables, prefiero seguir apegado a valores -sin creerme perfecto-, que no solo sirvan para adornar paredes de centros de estudios, incluyendo los militares y policiales, así como consorcios empresariales, sino que también sean el faro que guíe nuestras actuaciones, si queremos vivir en un mejor país, donde sus ciudadanos no sean indiferentes ante los problemas sociales y políticos que nos afectan como nación, siempre apegados a la institucionalidad y al imperio de la ley.

El autor es miembro
fundador del Círculo Delta
fuerzadelta3@gmail.com Enfoque Homero Luis Lajara Solá
Santo Domingo

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