Por: Néstor Estévez
Las buenas personas suelen ser agradecidas. Si a alguien se le dificulta eso de ser buena persona, no estaría mal comenzar por “tomar un cursito” sobre cómo agradecer.
En lo personal, un motivo muy frecuente para agradecer es el hecho de contar con seres humanos que han pasado por mi vida dejando grandes enseñanzas. Entre ellos destacan de especial manera muchas personas dedicadas a la docencia.
A uno de mis maestros le debo el título de este breve escrito. El padre Roberto Alonzo, entre otros muchísimos temas de gran importancia, solía referir esa costumbre tan generalizada de olvidarse de Dios cuando todo va bien, y acudir al “dios de los apuros” (con “d” minúscula) cuando el panorama se presenta sombrío y las posibilidades de salir bien parecen muy remotas.
Roberto refería a quienes dicen creer en Dios, pero se les olvida cuando están en alguna fiesta o simplemente cuando todo va “viento en popa”. Él criticaba que esa misma gente caía dándose golpes en el pecho cuando “la tierra temblaba”, cuando amenazaba un huracán, cuando se deterioraba la salud, cuando se acercaba la fecha de los exámenes, en fin, cuando el control de la situación escapa a nuestras manos.
Algo similar al “dios de los apuros” le sucede a la comunicación. Ocurre en términos personales o familiares, pero también acontece con funcionarios, líderes políticos o empresariales, y hasta a nivel de países u organismos internacionales.
Es bien sabida la connotación de tres palabras que sirven como alerta de que algo no marcha como debiera: tenemos que hablar. Si bien es cierto que simplemente escritas y hasta pronunciadas sin un contexto específico, parecen casi inexpresivas, no menos cierto es que de manera general son asumidas como una especie de “luz amarilla” que está a punto de cambiar a rojo.
Es que de manera habitual se asume que si todo está bien no hace falta hablar nada. Pero ¿nos hemos preguntado cómo influye hablar (y entenderse) para lograr objetivos? Lo real es que la comunicación es soporte de la sociedad a todos los niveles; cuando falta comunicación comienza a resquebrajarse todo lo que alguna vez pudo estar en pie.
Por supuesto, es muy común encontrarse a quienes asumen que comunicar es “hacer saber”, y en gran medida así ocurrió durante mucho tiempo. Se atribuía a ciertos medios y a ciertos emisores un alto rango para “comunicar”. Lo que por ahí se decía o lo que ciertas personas decían lograba convertirse en “palabra de Dios”.
Lo cierto es que, aunque mucha gente lo ignore, los tiempos han cambiado y siguen cambiando. Y con los cambios, la comunicación mantiene su función como soporte de la sociedad. Solo que, quienes se han quedado estacionados no caen en la cuenta de la real dimensión de ese soporte, pero mucho menos reparan en la connotación estratégica de la comunicación, de cara a lograr objetivos.
Por eso es muy frecuente encontrar a un funcionario que, ante un escándalo en la entidad que dirige y hasta cuando ocurre alguna denuncia que logra tomar cierta fuerza en la sociedad, se apresura para que se haga saber su verdad a los cuatro vientos.
Por eso, en tiempos de campaña, cuando hay almas que salvar, desde uso de las redes de moda hasta el atiborrado de afiches con fotos en las que se parecen a sus nietos, son el típico accionar de quienes pretenden dirigir los destinos de la sociedad. Y si se descubre que la candidatura contraria lleva ventaja, entonces se quiere “hacer magia” con acciones desesperadas de comunicación al vapor.
Por eso, cuando una empresa se ve envuelta en cualquier situación engorrosa, ya sea porque se ha descubierto algo que se creía secreto o sencillamente porque la competencia le está “comiendo los caramelitos”, suele recordarse que hay algunos “milagros” que puede lograr la comunicación.
A quienes asumen la comunicación con la misma lógica con la que se acude al “dios de los apuros” conviene hacerles saber que, más que asunto de magia o milagros, comunicar implica escuchar. Conviene que sepan que todo comunica, pero lo que hacemos comunica más que lo que decimos.
Es muy útil recordarles que la comunicación, más que cosa de un día o un momento, es lo que nos permite mantener adecuado conocimiento de la realidad circundante y hasta cierto nivel de predicción.
Finalmente vale recordar que vivimos en la llamada “sociedad red”. Para que se entienda mejor, esto se ha vuelto una especie de “caja de cristal”, en la que transparencia y adecuada comunicación han de ser “pan nuestro de cada día”.