Por: Fernando A. De León
Si no se es simpático con el orden político establecido en República Dominicana, y además, se cuestionan las falencias de la directiva del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), nuestra trayectoria profesional, es ignorada.
Sabemos que hay un litoral periodístico que nos discrimina y, potencialmente, es xenofóbico con respecto a algunos veteranos periodistas que residimos en Estados Unidos; en nuestro caso, Nueva York.
Algunos entienden que no necesitamos nada, mientras otros suelen marginarnos por estar fuera de la patria. Regularmente, en una absurda posición que todavía no entendemos, nos juzgan como antipatriotas o traidores. Parecería un delito el residir forzosamente en el exterior.
Pero muchos de lo que así piensan son los mismos que, aunque enarbolen un otrora izquierdismo, por fanatismo o cuando les es conveniente, no critican el que autoridades estadounidenses intervengan en nuestras políticas domésticas. Saben perfectamente cuándo y cómo hacerse los locos.
Nunca fueron auténticos izquierdistas ni camaradas; simplemente enfebrecidos aficionados. Se han beneficiado de todos los gobiernos de turno y los poderes fácticos de la derecha, aunque se esfuercen por aparentar ser contestatarios.
Disimulan tan bien su presunto patriotismo o soberanía, que celebran las efemérides del imperio. Son consumistas enfermos y, en su estilo de vida, imitan a estadounidenses y europeos. Por si fuera poco, quisieran que sus hijos y nietos nacieran en estas latitudes.
Son hábiles en lo licencioso. En ocasiones suelen distraer los dineros que no les pertenecen; además, sus bienes y vida de sibaritas no resisten un profundo análisis.
Aun así, obstaculizan cualquier beneficio que le corresponda a un periodista de larga data de la diáspora. De alguna forma, ellos hacen difícil nuestro retorno.
Para nuestro asombro, son capaces de reclamar remesas, y no tienen inconvenientes en recibir vestimentas y otros regalos, provenientes de familiares o amigos del exterior de dudosa reputación. En realidad, demuestran que no son lo que dicen ser.
El autor es periodista miembro del CDP en Nueva York, donde reside.