Por Fernando A. De León
No estamos de acuerdo con aquello de que entre bomberos no se pisa la manguera, pero tampoco creemos que la frase que reza: “lo importante no es como se termina sino como se comienza”, sea aplicable a todo el mundo.
Sin embargo, estamos contestes en que prohombres que han contribuido con el engrandecimiento de la patria y el bienestar de su pueblo, y los que aceptan sus yerros con humildad; sí son merecedores de estar a la altura de esa consideración.
La frase precitada, se ha convertido en una cómoda excusa para gentes enquistadas en ciertos sectores. Políticos, figuras mediáticas y de otros segmentos apelan a ella para, zorrunamente, justificar sus errores, actos irregulares y todo un rosario de corruptelas.
En un país afianzado en una cultura religiosa con tendencia a la revelación donde siempre hay un dios que promete otra vida en el más allá, los corruptos, equivocadamente, entienden que si terminan bien el pueblo olvidará sus fechorías y que, la deidad que adoran, perdonará sus pecados.
Están conscientes de que conformamos un pueblo amodorrado y fanatizado, pero además extremadamente religioso que siempre está presto a perdonar y, todo inconveniente, es obra de Dios.
El entendido de que lo trascendente es como se termina, se da mucho en la política. Por ello hay bandidos políticos que todavía, dizque pretendiendo terminar como entes de bien, aspiran a la Presidencia de la República. Y, aunque algunas importantes figuras políticas se precien de incorruptibles, sus alianzas y pactos, los desdice.
Si asentimos en siempre aceptar que todo el mundo se debe juzgar según cómo termine, siempre habrá un borrón y cuenta nueva. Los que incurran en actos licenciosos e inmorales, siempre gozarán de impunidad.
El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.