“Se un pensador libre y no aceptes todo lo que oyes como verdad. Se crítico y evalúa tus creencias”. -Aristóteles-
En el mundo de hoy, quien af i rme que no tiene intereses, aunque sean emocionales, difícilmente esté apegado a la verdad, por esa razón la opinión más sincera sería decir: “como humano imperfecto, trato de acercarme lo más posible a ser proactivo en beneficio del bien común”. En ese sentido, estando conscientes de que una herramienta tan útil como la tecnología, la cual, mal utilizada, ha causado percepciones falsas que crean paranoias en las redes sociales, una de las maneras de combatir esos males es aportando, cada cual en su área de desempeño, con la iniciativa más expedita de beneficiar a los demás, como contribuir a la elevada deuda social con los que menos tienen.
En ese aspecto, en apoyo al Estado /nación y sin banderías partidistas, los empresarios, que son los que pagan más impuestos, juegan un papel protagónico en la primera línea de defensa de la paz social en momentos donde parecería que las emociones están suplantando la razón. Ya que, insultando por intereses diversos, algunos quieren colocar a todo el mundo en el plano de lo negativo y perverso, siendo este el objetivo del hombre vulgar.
Como estos son tiempos de hechos y no de palabras, es oportuno que se formen organizaciones apartidistas empresariales que se dediquen a hacer obras comunitarias en toda la geografía nacional en coordinación con las autoridades municipales, agregando un “programa de captación de jóvenes talentosos”, dirigido a quienes su situación económica les impide aplicar a profesiones que en un futuro les permitirían ser los líderes políticos y sociales, sustitutos de generaciones sin compromiso de nación y con preparación deficiente, influyendo en el proceso de toma de decisiones, tanto en el Estado como en la sociedad misma.
La paz es el oxígeno de la economía, y sin economía exitosa no hay paz. De manera que el compromiso de “seguridad social corporativa”, para bien del futuro de los nuestros, sería un valioso aporte para que el crecimiento vaya de la manocon el progreso, sobre todo, que se refleje en los más necesitados.
En la búsqueda del porqué estamos prácticamente viviendo en una “democracia emocional”, tuve la dicha de enriquecer mis ideas con el libro: “Estados nerviosos”, de la autoría del sociólogo y economista londinense, William Davies.
Y es que, en este milenio, el crecimiento de las redes sociales ha sido una tendencia que está compitiendo con la tradición de los periódicos y editores de noticias, quienes eran los que proporcionaban la comunicación de un emisor a varios receptores, informando a públicos y lectores específicos.
Al inicio del año 2000, estos esquemas iniciaron el cambio con la comunicación dinámica de varios emisores a varios receptores, donde la información se mueve como el pensamiento y a veces no hay tiempo de depurarla.
Este proceso afecta no sólo la veracidad, sino la reputación de gente decente. Por eso, Davies, precisaba: “cuando unos sucesos se desencadenan a una velocidad vertiginosa y las emociones se inflaman, se produce una repentina anulación de cualquier perspectiva fidedigna de la realidad”.
El nuevo modelo que sustituye la “democracia representativa” por la “democracia directa”, que implica mayor compromiso colectivo, ha creado grandes retos, sobre todo en la depuración de las informaciones con el peligro de que se obvien la objetividad y las pruebas por acciones puramente emocionales.
Si las palabras y las imágenes se convierten en “simples herramientas” que motiven las personas a movilizarse, sin importar la validez y la objetividad de las reflexiones sobre la realidad, estaríamos sujetos a reaccionar por noticias falsas en un tejido social lleno de grietas por la influencia de las agendas grupales y personales, alejadas del interés nacional y ausentes de valores morales y cívicos, sostenidas por el populismo, la corrupción y el narcotráfico, entre otros males que impiden la unión nacional con un propósito común.
En este milenio, donde la violencia es manejada por medios diferentes a los militares (guerra cibernética), ha surgido el fenómeno de los “estados nerviosos”, donde individuos y gobierno viven en un constante estado de alerta, provocado por el hombre vulgar, que al encontrarse con este mundo técnico y social, él cree que lo ha producido la naturaleza y no piensa en los hombres y mujeres excelentes que lo forjaron.
En esta era las emociones son captadas por las masas, sean “plebeyas o aristocrá-ticas”, analizadas mediante algoritmos, y algunos tienden por un afán de vivir apostando a la destrucción, odiando a muerte, inducidos por el germen del resentimiento y la frustración, convirtiéndose en “mercenarios cibernéticos”.
En medio de esta guerra de la comunicación, el tiempo debe ser de reflexión y autoevaluación, para reajustar el rumbo y cuidarse del hombre masa, sin rumbo progresista, un ser primitivo (homo natura) que desea el automóvil y goza de él, pero en su mundo de oscuridad cree que es fruto de un árbol edénico y no del trabajo arduo de expertos.
El Estado, con el mayor aporte de los que tienen mucho, debe seguir accionando para reducir la exclusión, creando empleos e incentivando la inversión planificada y supervisada, construyendo las estructuras institucionales en educación , salud, etc; enfiladas en la transparencia que impida el mal uso de los recursos públicos. Este proceso contrastaría con una eminente “democracia emocional” que, de no dársele la respuesta adecuada, peligraría la coexistencia pacífica y armoniosa de los que nacimos en esta tierra de Duarte, único lugar en el mundo, donde no somos extranjeros.