La democracia tiene, como todas las cosas, su lado positivo y su lado negativo; como las monedas, tienen dos caras. Nada es tan, tan malo que no tenga su lado positivo. Pero hay “democracia” y democracia. La dominicana es una caricatura deformada que le otorga derechos a quienes no deben tenerlos, como los corruptos, que, en vez de estar presos o muertos, como sucede en muchos países, gozan de vida, salud y libertad para disfrutar de lo que se robaron aún estando en procesos judiciales interminables.
Es difícil que un caso de corrupción adquiera el carácter de la cosa irrevocablemente juzgada. Los procesos duran años y años. van de una corte a otra hasta llegar a la Suprema Corte de Justicia. En este país condenar a un maldito corrupto es más difícil que ir a la luna.
La justicia dominicana es como un rayo cuando se trata de los pobres que resultan condenados en un “santiamén”, mientras a los políticos acusados de corrupción el llamado “debido proceso” es más lento que un “suero de mil de abeja”. Se prolongan durante años. (Recientemente nos enteramos que un pobre diablo se mantuvo doce años en la cárcel sin acusación, sin expediente ni sentencia de un juez) El infeliz que se roba un pollo o “una mano de plátanos” va a la cárcel sin remedio. La mujer de servicio que se lleva de la casa donde trabaja una libra de arroz, un muslo de pollo y un cartón de leche o de huevos es humillada y apresada sin mediar palabras. Sin embargo, el que se roba cientos, incluso miles de millones de pesos es tratado como un “Señor” o un “Don”, merecedor de un trato distinguido y privilegiado. Nadie le dirá ladrón ni asesino aunque lo sea, pues tiene periodistas, abogados, fiscales y jueces para defenderlo y protegerlo.
En 1959, cuando Lee Kuan Yew se convirtió en primer ministro después de encabezar una lucha por la independencia de la isla, tenía 35 años de edad y Singapur, de apenas 700 kilómetros cuadrados y menos de 5 millones de habitantes, era un estercolero sacudido frecuentemente por los escándalos de corrupción, secuestros, narcotráfico, violaciones de mujeres y niños, con altísimos niveles de pobreza, analfabetismo, insalubridad y violencia. Junto al pueblo, Lee decidió reconstruir el pequeño país asiático. Emprendió manos a la obra. Ordenó el fusilamiento de todos los condenados por corrupción y otros delitos y crímenes graves. Limpió las cárceles y el país de escorias. Estableció tolerancia cero contra la corrupción, el narcotráfico, etc., etc., etc. Singapur tiene hoy el segundo puerto más importante del mundo, tiene uno de los mejores sistemas de educación, de salud, transporte, y seguridad ciudadana, del mundo. Hoy, gracias a las medidas extremas que se adoptaron, Singapur es un modelo en el mundo, independientemente de las quejas de organismos de derechos humanos. En el pequeño país asiático hay orden, organización y disciplina. El régimen de consecuencias es fundamental. Hay que respetar las leyes. Lee dijo en una ocasión: Para combatir la corrupción hay que estar dispuesto a enviar a la cárcel -incluso fusilar- a los propios familiares.
En China Popular -otro ejemplo- la corrupción se castiga con cadena perpetua y muerte, dependiendo de la magnitud de los casos. En la República Dominicana y otros países latinoamericanos la corrupción se premia, no se castiga, salvo en honrosas excepciones.
Si el presidente Luís Abinader quiere limpiar el país de corrupto, tiene que hacer como Lee Kuan, solo que el sistema de justicia dominicano no se lo permitirá, ni el Estado, concebido y construido precisamente para permitir la corrupción que ha permitido validar y justificar riquezas y fortunas.
La democracia es una vaina, porque le da derecho a quien no debe tenerlo. El corrupto es un ser despreciable que no merece consideración, ni respeto, merece cárcel, expropiación, y muerte, si es necesario. (¡He dicho¡)