Dedicado a los miembros de la Armada, de ayer y de hoy, que con sus actuaciones la han prestigiado.
La Marina Nacional, hoy Armada RD, nació con la República en el magno febrero, teniendo su bautismo de fuego el 15 de abril de 1844, bajo el mando del almirante Cambiaso, derrotando en el épico mar Caribe a la flotilla haitiana en la batalla naval de Tortuguero, celebrando su 178 aniversario empavesada de orgullo en momentos en que presta valiosos servicios al país .
Además de defender la independencia, soberanía de la Nación y la integridad de sus espacios marítimos, como centinela de nuestras costas y mar territorial, la Armada, autoridad marítima nacional, sobresale en sus misiones emergentes como luchadora contra el narcotráfico en el mar, labores de búsqueda y rescate, protección del medio ambiente marino y en la seguridad ciudadana.
En el epílogo de una pandemia y guerra en Europa del Este, por las implicaciones económicas mundiales, enlazadas con nuestra deficiente producción agrícola y una educación engorrosa; como no se puede cambiar de capitán en medio de la tormenta, es de rigor contar con un avezado comandante y una tripulación entrenada y motivada, cuando en lontananza se vislumbran vientos borrascosos.
No se trata de encontrar un mar tranquilo, sino de construir buques más fuertes, destacando la importancia de una flota moderna para el cumplimiento del deber, guiada por la estrella polar de la subordinación al poder civil legalmente constituido, cuya rosa náutica debe ser orientada correctamente para que, sobre todo, el mando de la Armada siempre se conceda a “líderes” forjados en la virtud y el talento.
Los buenos comandantes solo se forjan bajo el salitre del mar, en la cubierta de los buques y la fragua del cuartel, debiendo ser el diáfano espejo de un relevo generacional de alto porte que conforme una oficialidad naval élite que genere, con el insustituible ejemplo, respeto y confianza, dentro de la institución y ante la sociedad, como “escudo moral” para enfrentar los mares picados que siempre intentan hacer sucumbir paradigmas sagrados.
Es vital que al joven guardiamarina (cadete), al igual que al marinero principiante (grumete), además del amor a la Patria y las materias propias de las ciencias náuticas y el entrenamiento básico, en adición a la indispensable disciplina y el apartidismo, se le inculque la conexión emocional con el mar y el respeto a los símbolos y tradiciones de una institución permanente del Estado, donde no ingresa como si fuera a una empresa comercial, ya que por nuestra condición de isla, es una responsabilidad especial pertenecer a la fuerza naval que constituye la primera línea de defensa en la preservación de la dominicanidad, cuyo eje central es el alma nacional.
El espíritu naval siempre debe henchir las velas del deber por encima de las tentaciones del nuevo kraken, que trata de interceptar los principios doctrinales con el indigno garfio de la corrupción y la dádiva, para envolverlos en las tinieblas del descrédito y el servilismo, para impedir la conexión con el ancla redentora de las leyes nacionales.
El marino del milenio, en la era del hashtag, el podcast y los bots, donde se recibe un aluvión de informaciones incompletas, a veces inciertas e interesadas, a la velocidad del relámpago, que no dan tiempo a procesar, necesita ejemplares referentes como la fecunda trayectoria de los padres de la Armada; almirante Didiez Burgos, forjador de las ciencias náuticas como profesión, y el almirante César de Windt Lavandier, precursor de las leyes y protocolos marítimos.
Su discípulo más aventajado, el almirante Lajara Burgos, siguió la estela dejada por sus dos ilustres antecesores, inoculando listeza operacional con la histórica misión naval a España (1954), el despliegue naval/militar más numeroso de nuestra historia.
Visto desde el catalejo de un buque en reposo durmiendo el sueño de sus aguas y con el “inmenso deseo de que la institución esté mejor que como se dejó”, los marinos deben estar conscientes que el mejor homenaje a recibir, como a la Patria no se le reclama, es “la satisfacción del deber cumplido”, refrendado por el saludo espontáneo y respetuoso de un oficial o marinero, resaltando tiempos pretéritos, actitudes que superan cualquier acto rutinario de reconocimiento colectivo.
Los barcos de la institucionalidad deben de navegar el mismo curso, trazado por la Autoridad Suprema, bajo el imperio de la ley, ya que si un solo buque se desvía del mismo, se produciría una colisión en el convoy, retomándose el estigma de malas prácticas por influencias partidistas, afectivas y de otra índole dañina, abatiendo méritos adquiridos, generadores del estímulo para enfrentar con el tridente de Neptuno los desafíos a la paz y al progreso.
En la mente colectiva de perversos y desfasados todavía se cree que la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas es un instrumento de comandantes y políticos para retaliación o privilegios de su guardia pretoriana. Por eso, desde el mando superior, hay que seguir asumiendo responsabilidades, demostrando con hechos “el respecto a la carrera militar”, tal y como establece la Constitución de la República.
Por actos institucionales recientemente acaecidos en los cuarteles, parece que soplan los vientos de la ley, aunque falta mucho que afinar. Hay que seguir reparando las averías en el sistema de propulsión y adrizar la nave, asegurando la navegación a puerto seguro, para gloria de la Nación, fortalecimiento de la Armada y patrimonio moral de la familia.
Que en este 178 aniversario de la fundación de nuestra Armada, observemos el crepúsculo de la fe, el orto de la esperanza y el ocaso de la deshonra, emulando los héroes de la batalla de Tortuguero que alcanzaron los dinteles de la gloria, “fortaleciendo una cadena que no debe romperse de nuevo”, reforzándola con profilaxis continuas, conectadas al grillete de la integridad, para invocar a los cuatro vientos, enhestando el gallardete del deber y el honor, sin que sea una mera frase motivadora, que: “la Armada es una profesión honorable”.