Por Claudia Fernández
Imagínese el lector un país gobernado por burros, sí, ese noble animal de carga, vilipendiado y muchas veces echado al olvido, pero en este caso engreídos y orgullosos de su poder. Hasta un día.
En medio del caos y el desorden que habían provocado entre ellos mismos, pues no querían, bajo ninguna circunstancia renunciar a su poder, ya que discutían, peleaban entre sí. Las envidias y la mediocridad eran la tónica imperante en este ilusorio país de los burros.
Hasta que un día apareció en el reino una yegua, elegante, de gran alzada, ojos tristes y muy desorientada. Estaba perdida entre la multitud de burros y burras, hasta que pidió auxilio. El silencio fue inmediato, pero no duró mucho tiempo y los burros volvieron a su cotidianidad de discutir quién sería el director de la recua.
Pero hubo uno que sí se fijó en la yegua joven y de gran alzada, y creyendo comer con su dam, le ofreció ayuda, a lo que ella accedió de buena fe. Pero el burro pensaba aprovecharse de ella y así lo hizo. Transcurrido un tiempo, la yegua tuvo una mula, la que no se acostumbraba a las directrices de la recua, maquinando cómo iba a zafarse de este grupo de animales, que no hacían más que pelear y discutir.
Y decidió aprender la idiosincrasia y la psicología de los burros para poder enfrentarlos. Al cabo de un tiempo, la mula supo cómo vencer a la recua desordenada y arrogante, y logró, con paciencia y perseverancia, colocarse por encima de todos, pero sin que se dieran cuenta, y se alió a un grupo de cerdos del país vecino, quienes comenzaron a alimentarse de toda materia vegetal que encontraban, haciendo incursiones nocturnas, hasta que un día los burros no tuvieron qué comer ni como defenderse y entonces, la mula tomó la dirección de la recua, y como terca que era, los puso a todos bajo sus pies.
La lección de este cuento. No subestimes al otro que no está a tu nivel, ya sea económico o de poder. No maltrates a quien te adversa porque puedes pasar un mal rato. No ataques a quien no te ha hecho nada y solo ha hecho su trabajo. No juzgues el por qué se actúa de una manera, si has provocado reacciones adversas. En fin, que las palmas son más altas y los puercos comen de ella. A quien le sirva el traje, que se lo estrene.