Si hablamos del deber ser, de buenas prácticas profesionales, entonces, tenemos que hacer un reconocimiento a las y los docentes que cada día dentro y fuera de las aulas realizan una labor encomiable en pro del desarrollo de su nación. Concomitantemente con la buena formación y preparación permanente para seguir haciendo aportes significativos a la patria. Porque quienes conocen su función no dejan de aprender, para así servir de manera perenne. Al entender que “aprender es como remar contra la corriente, que en cuanto se deja, se retrocede”.
Reza un proverbio hindú: “con mis maestros he aprendido mucho; con mis colegas más; con mis alumnos todavía más”. Aseguraba el científico, ilustrado idealista Emmanuel Kant, que tan solo con la educación, el ser humano, puede llegar a ser humano, porque no es más que lo que la educación hace de él.
Por eso, a propósito de la efeméride, recordamos y agradecemos el aporte del ilustre educador Eugenio María de Hostos que en 1880 propició la creación de la Escuela Normal Preparatoria en nuestro territorio. Y la notable contribución de la excelsa maestra y poetisa Salomé Ureña, creó el Instituto de Señoritas, a quien tributo de pie encomio por su altruismo y servicio a la nación; más tarde sustituida por las hermanas Pellerano de Castro. Del primero emergió la promoción inaugural en 1884, mientras que de la segunda egresaron los seis primeros maestros graduados, entre ellos, Félix Mejía, Arturo Grullón y Francisco José Peynado.
De igual forma, del Instituto de Señoritas, en el 1887, recibieron título de Maestras Normales, Catalina Pou, Leonor María Feliz, Ana Josefa Puello, Mercedes Laura Aguiar, Luisa Ozema Pellerano de Castro y Altagracia Henríquez Perdomo, de acuerdo a datos extraídos del Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (ISFODOSU).
Es imperioso reconocer por siempre, que las y los educadores nos moldean, al relatarnos el pasado, mostrarnos el presente y prepararnos para el futuro. Pero ese profesional que ayer fue sustitutos de las aulas, de la madre y el padre, hoy, soporta los efectos del irrespeto y la indisciplina de sus alumnos, quienes descerrajaron la función del maestro; de la maestra; ante la falta de sanción enérgica, en común acuerdo con la buena norma, el profesorado y la sociedad de padres, madres, amigos y amigas de la escuela, para sujetar dificultades dentro y fuera del aula.
Con los años también parece que se ha perdido entre docentes y discentes, valores como la tolerancia, trabajo en equipo, seguridad, la armonía, el diálogo y la protección entre los actores del sistema de educación, carencia que genera violencia escolar, junto con la influencia de acciones propia de la transculturación. A esto se suma el descuido de la familia en su rol protagónico de ser la primera escuela. ¡Sin duda hoy más que nunca urge rescatarlo!
Es bien sabido que el docente es capaz de enseñar y transmitir correctamente conocimientos a las alumnas y los alumnos. ¡Es un sacerdocio, en el que se asumen grandes sacrificios en favor de la transmisión de la cultura! Por tanto, no es justo recibir el desprecio y la violencia de los discentes. ¡Reflexionemos!, aprender sin reflexionar es una ocupación inútil, aseveraba el destacado educador Confucio.
Las y los docentes realizan esfuerzos mayúsculos para hacernos partes y generar interés en nosotros-as por el aprendizaje, para que obtengamos desarrollo personal y social; aptitudes para la comunicación, capacidad de interacción o creatividad. Para formar liderazgos; contribuir a que alcancemos objetivos, en fin, abrirnos la mente a nuevas puertas de desarrollo, mientras mantenemos respeto y devoción hacia el buen docente.
“Un buen maestro puede crear esperanza, encender la imaginación e inspirar amor por el aprendizaje”, ¡no lo olvidemos! Como solía expresar el científico más importante del Siglo XX, Albert Einstein: el estudio nunca debe considerarse una obligación, pero sí una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber. Respeto a las maestras y los maestros dominicanos. ¡Ovación a su labor y vocación de servicio!
Hasta la próxima entrega
La autora reside en Santo Domingo