“Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa”
-Mark Twain-
Leyendo el instructivo enviado a los columnistas por el director del portaaviones de la prensa nacional, Listín Diario : “Consejos para escribir artículo de opinión”, de la fundación Lucas de Tena, me llamó mucho la atención la parte donde dice: “Escribir bien artículos de opinión siempre es un reto”.
No artículos de opinión en los que los malos periodistas u otros escritores vuelcan sus pifias y fobias pasando por alto el mínimo rigor, con la única intención de disparar contra su enemigo personal, siempre de manera dogmatizante y excluyente. Artículos de opinión bien elaborados; aquellos que son capaces de despertar la inquietud intelectual porque las ideas tienen “racionalidad argumentativa”, deben ser la norma de una prensa humanista .
Esa es una de las maneras de contrarrestar males que siguen latentes en la psiquis colectiva del dominicano, secuela de la dictadura, como muestra uno de los capítulos del libro: “Memorias de un cortesano de la era de Trujillo”, escrito por el expresidente Joaquín Balaguer (1988).
Ahí él narra un episodio de su vida (1934), cuando por segunda ocasión fue secretario de primera clase de la Legación Dominicana en Madrid, España, donde fungía como jefe de misión el poeta Osvaldo Bazil, donde el joven Joaquín Balaguer hijo, publicó el libro :”Trujillo y su obra”, al cual Bazil le escribió el prólogo. En la doctrina Trujillo, la intriga, que aún persiste, era uno de los incidentes de la época, por eso el canciller Arturo Logroño, por rivalidad al talento de Balaguer, aprovechó para reportar a Trujillo, que en ese libro se había hecho una apología a Rafael Estrella Ureña.
Acusaba a Balaguer de alabar más a Estrella Ureña que a Trujillo, reflejando el comportamiento de casi todos los cortesanos: mezquino, intrigante, egoísta y temeroso.
Osvaldo Bazil, después de recibir una llamada telefónica del canciller Logroño, de parte de Trujillo, reclamándole por ese “desliz literario”, optó por dirigir un telegrama a la Cancillería, para evitar animadversión, con el siguiente texto: “Escribí prólogo más no leí libro”.
Un prólogo es un texto inicial de un libro, donde el autor u otra persona que designa, escribe lo que se va a encontrar en el libro, incluyendo los objetivos y la finalidad con el propósito de orientar al lector antes de su lectura,
Es obvio que nadie puede escribir un prólogo sin antes haber leído el libro, ni las dificultades, como hizo Bazil, se dan para capitular ante ellas, si no para ser vencidas con honor y dignidad .
Con el tiempo, Trujillo se dio cuenta que se había llevado de un chisme más y que el hecho no fue como decía Logroño, ya que comprobó que Balaguer no había resaltado más la figura de Estrella Ureña que la de él, y a los tres meses le levantó la suspensión.
Cada vez que observo un funcionario, civil o militar, evadir las consecuencias de sus errores, con la irresponsable respuesta de que el mismo fue causado por un subalterno, me remonto a ese tipo de síndrome.
Estos conceptos heredados de los denominados “sobrevivientes” y su constante temor a ser desvinculados del círculo de poder, se han arraigado tan profundo en la mente colectiva nacional, que ya es rutinario observar a ministros y directores de instituciones públicas, convertidos en malabaristas de sus yerros.
Esos males, por el carácter no deliberante de sus componentes, se resaltan en los cuerpos militares y policiales, cuando un oficial posee un perfil por encima del promedio y surgen las bajezas de los indignos por temores a ser sustituidos, o a no ser elegidos, tratando de indisponer al virtuoso y talentoso con el presidente de la República.
Tal costumbre malsana y heredada, me recuerda la carta que el profesor Juan Bosch le envío en la Habana, Cuba, (1943) a los intelectuales dominicanos Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral y Ramón Marrero Aristy.
En la misma les advertía, entre otros aspectos, refiriéndose a Trujillo, que: “la presión de su poder casi total, cambia los sentimientos de todos los dominicanos, los mejores sentimientos nuestros, forzándonos a abandonar el don de la amistad, el de la discreción, el de la correcta valoración de todo lo que alienta al mundo”.
Esas actitudes tóxicas, tales como la traición, la deslealtad y de no agradecer, deben de ser sustituidas por el ejemplo con altura, para evitar la propagación de confusiones que en nada estimulan un desempeño íntegro, que jamás debe verse como sinónimo de estupidez, sobre todo en las presentes y futuras generaciones.
Hay que implementar proyectos progresistas, liberando el lastre, como el síndrome de Osvaldo Bazil, para eliminar esa cadena de obstáculos que disuelven la motivación, a veces riesgosa, en países como el nuestro, para crear políticas públicas y privadas eficientes, propulsoras del desarrollo nacional, reestructurando nuestras instituciones sobre cimientos inmutables.