Mucha gente, especialmente la ignorante, desea castigarte por decir la verdad, por ser correcto, por ser tú. Nunca te disculpes por ser correcto, o por estar años por delante de tu tiempo. Si estás en lo cierto y lo sabes, que hable tu razón. Incluso si eres una minoría de uno solo, la verdad sigue siendo la verdad”. –Mahatma Gandhi
En este nuevo intento de reestructuración de nuestra Policía Nacional, escuchamos voces diversas, generalmente desconocedoras de las interioridades de una institución de ley y orden que en el pasado cumplió el papel que le asignaron los gobiernos para controlar y vigilar a sus opositores , por eso es injusto estigmatizar y mucho menos irrespetar a los policías que, con los excesos que siempre suceden, cuando el monopolio de la violencia se sale del rumbo legal, solo han sido un instrumento de la voluntad política.
El gobierno y sus asesores, incluyendo extranjeros desconocedores de la idiosincrasia del dominicano, no deben tratar la reforma policial como si fuera una novedad en el ámbito de la seguridad pública, olvidando las pasadas experiencias que les pueden servir de faro, y que los policías, los que salen a las calles a arriesgar sus vidas, son el insumo primario que no se puede desmoralizar.
La globalización trajo progreso y pesares, como el aumento de la criminalidad, la delincuencia y el sicariato, y sacó a la luz la ausencia de una planificación en seguridad pública, que en el caso del narcotráfico, sólo se limitaba a seguir estrategias foráneas para impedir que nuestra posición geográfica fuera puente de drogas para incrementar el tráfico hacia los EE.UU.
Nos encontramos en otra República Dominicana, con edificios altos y bonanza económica de jóvenes que saltaron de la noche a la mañana a ser referentes dañinos en los barrios, por sus gastos desproporcionados producto del dinero fácil, principalmente del narcotráfico, influyendo en militares y policías que les servían de parapeto, deslumbrados por el lujo, en un día a día presionados por la cuota que había que llevarle a ciertos comandantes, producto del soborno o el chantaje, apoyados de forma soterrada por sectores políticos, económicos y sociales que se han servido de ese dinero sucio para fines individuales y electorales.
Los gobiernos, desbordados, se dieron cuenta de que nuestras fuerzas policiales y antinarcóticos no estaban preparadas para luchar contra los antisociales del Siglo XXI, causantes de desgracias en la familia dominicana, no sólo en nuestros barrios, sino en las urbanizaciones de lujo.
No sería noble dejar de reconocer los ingentes esfuerzos de los gobiernos para controlar los daños causados por el rostro de Medusa, las drogas y el crimen organizado, sin dejar de admitir que han fracasado, debilitados por el lado oscuro de la fuerza. Tampoco se pueden hacer juicios de valor precipitados a un gobierno que aún no llega a los dos años de ejercicio en medio de calamidades mundiales.
A pesar de las voces agoreras y la falta de fe, fuera de los que solo buscan fallas del gobierno para ganancias electorales, el Estado cuenta con el indispensable apoyo de la sociedad, para que organice una policía eficiente, bajo el horizonte de un crecimiento económico, hasta hoy sostenido, que ni siquiera los malos políticos, la corrupción, la pandemia y la guerra en Europa del Este, han hecho zozobrar.
Como la seguridad es el oxígeno de la economía, hay que reconocer a los empresarios que toman decisiones valientes, invirtiendo en el país a su propio riesgo, con visión de compromiso social corporativo, pero que necesitan contar con el soporte de una policía eficaz para que siga el progreso, y esos impuestos, junto a la agricultura, el turismo y las remesas desde Estados Unidos y Europa, sigan fortaleciendo la paz social.
Si los gobiernos emularan a Abraham Lincoln, cuando decía: “si pudiéramos saber primero dónde estamos (diagnóstico) y hacia dónde vamos (visión, dirección de desarrollo), podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo (plan operativo), los planes y proyectos, como las inversiones planificadas en seguridad pública, nos conducirían a las metas deseadas.
Y si en ese proceso de planificación, sin menoscabo de la disciplina, capacitación y el entrenamiento, se tomara en cuenta la Pirámide de Maslow, creada en 1943 por el psicólogo que lleva ese nombre, para jerarquizar las necesidades humanas de seguridad, sociales, de aprecio y de autorrealización, se podría entender mejor la manera de reducir las causas que hacen que la dignidad de algunos policías se quiebre a favor de los criminales y delincuentes que les ofrecenprebendas.
Entre las cosas que han impedido crear la policía del milenio, podemos enumerar algunas de ellas, como la ausencia de un “liderazgo constante”, adornado por la virtud y el talento, en un país de improvisaciones, donde el lastre de la influencia partidista influye en todo.
En estos momentos, la gravedad de los peligros que ya estamos viviendo, no permite ciertos privilegios del pasado, como la designación de policías en posiciones sensitivas sin el perfil profesional y moral.
Es básico que en este proceso se tomen en cuenta elementos que deben arrancarse de raíz, como los ascensos desmedidos e injustificados. Se debe legislar para insertar en la Ley Orgánica de la Policía Nacional “disposiciones especiales transitorias”, con criterio institucional, hasta enderezar la pirámide de mando y control, sin traumas.
Esa nueva legislación debería incluir la eliminación de trabas que la misma ley policial protege, como la “costumbre” de que la impunidad, sustentada en la ley, cuando un policía no es capaz ejerciendo una función o se involucra con delincuentes , sobre todo en una posición de mando, solo se sustituye, en vez de ser sancionado o expulsado de las filas policiales, dependiendo de la magnitud de la falta .
Solo con la óptica de la búsqueda de la excelencia, recordando que para imponer la ley hay que ser fuertes, bajo el imperio de la ley, podrían verse resultados a mediano y largo plazo, para contar con una policía 6.0, con la prioridad en la “prevención”, generando la indispensable confianza y respeto ante la ciudadanía y la misma ante los policías, cuidando de que el autoritarismo no sea sustituido por la flojedad, caldo de cultivo del incremento de la criminalidad y la delincuencia.