“El esfuerzo y el riesgo
son el precio de la gloria”.
-Alejandro Magno-
Revisando los archivos del almirante Lajara Burgos encontré la fotocopia de una interesante misiva fechada 11 de abril de 1970 del doctor José Francisco Peña Gómez al profesor Juan Bosch, donde le hacía un informe detallado de la situación nacional. En la misma me llamó la atención un relato del ámbito militar.
Según el mismo, en las Fuerzas Armadas existía un grupo reeleccionista dividido en tres subgrupos. En primer lugar, el grupo del general Neit R. Nivar Seijas, con influencias en el Ejército, con su punto de apoyo en la entonces poderosa Primera Brigada de Infantería. En segundo lugar, el grupo del general Enrique Pérez y Pérez, a quien cuando el doctor Balaguer asumió el poder en el 1966 lo encontró como mayor general, ministro de las Fuerzas Armadas.
El general Pérez y Pérez de formación militar ortodoxa y con don de mando, al ser confirmado en el cargo respondía a Balaguer, y Peña aseguraba que también a los americanos con influencias marcadas en la Policía Nacional, principalmente después de la creación de un comando mixto para el patrullaje en el país.
Peña Gómez manifestaba que la policía era la encargada de la represión, así como el cuerpo de espionaje que dirigía un general del Ejército y hombre de la más alta confianza de Balaguer, de donde salieron los incontrolables.
Sólo el grupo de Neit era independiente de los americanos y el mismo se mostraba amistoso con el PRD con la idea de que Bosch y su partido eran los únicos que en ese momento histórico decidirían el destino del país.
Sobre el grupo no reeleccionista, existían dos subgrupos, con el bizarro general de la Fuerza Aérea, Salvador Lluberes Montás, lidereando el más compacto, ya que tenía el control de sus hombres y en los últimos tiempos se mostraba amistoso hacia el PRD, aunque Peña Gómez aclaró que no había tenido contacto directo con él.
Peña veía en el general Lluberes Montás el soldado que el pueblo suponía que podría encabezar un golpe revolucionario, aunque entendía que él y sus subordinados visualizaron la oportunidad y no supieron aprovecharla y que en un futuro tampoco lo harían.
Él hablaba de una persona: “Daniel”, aunque Peña no especificó, al estar en el contexto militar, deduzco que era un uniformado, de acuerdo a Peña, con aspiraciones políticas que para cristalizarlas “no podía depender solamente de los yanquis”.
Había otro sector que tenía sus raíces en la Marina de Guerra con algunos componentes dentro de la Fuerza Aérea con elementos dispersos en el Ejército. Peña pensaba que era el sector más pro norteamericano y el que ellos-los USA- elegirían para tomar el poder si la situación se descomponía del todo.
Ese grupo era encabezado por el comodoro (general de brigada) —desde 1977 grado de contralmirante-Ramón Emilio Jiménez Reyes y el capitán de navío Francisco Amiama Castillo, sin descartar al comodoro Francisco J. Rivera Caminero por ser un hombre confiable para los norteamericanos.
Como un dato desconocido por muchos, Peña le informó a Bosch que tenía informaciones fidedignas de que existía el proyecto de entregarle el poder a una “junta para la defensa nacional”, encabezado por el coronel (capitán de navío) Amiama Castillo.
Peña definía a Amiama Castillo como un soldado (naval) muy apreciado dentro de su tropa, un hombre sin vicios y muy honrado, lo que le daría a esa junta un aire liberal, especificando a Bosch que el “plan Amiama” se llevaría a cabo sólo en el caso de que el proceso electoral fracasase.
El presidente Balaguer, siempre muy bien informando, a pesar de Amiama ser uno de los oficiales navales más brillantes nunca lo designó en posiciones con mando directo de tropas. Lo ascendió a comodoro, por su alto prestigio, y se limitó a nombrarlo por varios años como subsecretario de Estado de la Fuerzas Armadas.
En el 1978 el presidente Antonio Guzmán lo ascendió- a Amiama-, a vicealmirante (mayor general) nombrándolo jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra.
Volviendo al contenido de la misiva, Peña reveló que los americanos, bajo ese panorama, visitaron la Fuerza Aérea para hacerles saber que no aceptarían un golpe de Estado contra Balaguer y que harían todo lo posible para impedirlo.
Para sorpresa de muchos, los jefes del aire, dando una demostración de dignidad militar, reaccionaron que si la oportunidad les aconsejaba actuar actuarían al margen de los americanos, pues estaban hartos de sus intromisiones.
Los políticos de hoy, quienes ejercen sin el sonido de las armas silenciosas de la Guerra Fría, no han aprovechado la ventaja de tomar decisiones sin ese lastre castrense auspiciado bajo la sombra por potencias extranjeras y asesores civiles que no dejaban gobernar en paz.
Ojalá que, sin ser paleógrafos, este análisis de los inicios de los setenta ayude a entender que los militares y policías salen de las entrañas del pueblo con las mismas características de los tiempos. Por eso la importancia de elegir, sobre todo los mandos, solo por la integridad, el talento, la experiencia y de supervisar los desempeños.
Los uniformados siempre han sido “cabeza de turco” de los políticos que los utilizan a su conveniencia. Hoy, idealizando unas Fuerzas Armadas virtuosas y apartidistas, veo cierta luz en el fondo del túnel. El tiempo dirá.