El 27 de julio pasado, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, urgió a una acción rápida y contundente por parte de la comunidad internacional para romper el control generalizado por parte de las pandillas en Haití, al decir que el país necesita establecer una fuerza robusta a través de un despliegue policial multinacional, con respaldado militar, para desarmar a las pandillas y devolver el orden a la nación. Estas palabras, en boca del máximo diplomático mundial, son indicadoras de que la situación haitiana ha sobrepasado todos los límites.
Es evidente que Haití es un Estado fallido (debido a fallos de gobierno), deforestado (debido a la aplicación consistente de políticas equivocadas en un ámbito de corrupción generalizada) y con pocos recursos hídricos (debido a la falta de previsión). Se presenta en consecuencia, como un posible bastión del narcotráfico internacional.
Por el armamento moderno que exhiben públicamente las bandas haitianas se deja ver la complicidad y el interés que subyace de que continúe el caos, por el simple hecho de que “en río revuelto, ganancia de pescadores”, aunque en este caso los pescadores sean comerciantes inescrupulosos, traficantes de drogas y otros explotadores, cual conquistadores del siglo XV —problemas estos, en los que nada tiene que ver la República Dominicana—.
Hablar de solución de la crisis haitiana es arriesgado por el caleidoscopio de situaciones que afronta el país más pobre del hemisferio oeste. El papa Francisco ha sugerido buscar caminos de diálogo en relación con los conflictos que se pueden presentar entre países vecinos, sugerencia que ha sido tomada por el presidente Luis Abinader.
Nuestro presidente ha actuado con paciencia y aplomo ante una situación que ha recrudecido espasmódicamente como consecuencia del desgobierno del país vecino. ¿Qué habría sucedido si la situación hubiera sido al revés, con la República Dominicana en problemas y Haití como espectador de lujo?
El gobierno dominicano ha aplicado correctamente los fundamentos esenciales de diplomacia, seguridad y defensa —a través de la disuasión— para que los vecinos entren en razón sobre su pretensión de construir un canal de riego que viola los acuerdos y cánones diplomáticos, afectando el sistema hídrico y la foresta de la República Dominicana, como los humedales de laguna de Saladilla.
El río Dajabón (Masacre) tiene su nacimiento en el Pico del Gallo, en la Cordillera Central Dominicana a 1.205 metros sobre el nivel del mar, y sirve de frontera entre ambos países desde poco antes de llegar a Dajabón (frente a Juana Méndez). Desemboca en el mar en la bahía de Manzanillo, tras recorrer 55 kilómetros. Su cuenca cubre una superficie de aproximadamente 380 km2, donde sólo penetran en Haití 2 kms del río.
En agosto de 2018, Haití comenzó a construir un canal que sería abastecido por las aguas del río Dajabón. En junio de 2019 la empresa cubana DINVAI se hizo cargo de las obras. Tras la muerte del presidente haitiano Jovenel Moïse, los trabajos quedaron paralizados.
En agosto de 2023, algunos agricultores de Ferrier y Juana Méndez, —a través de una iniciativa privada, inconsulta e ilegal— decidieron continuar las obras paralizadas por el gobierno.
La luz en el fondo del túnel debe priorizar el establecimiento de un gobierno legítimo en Haití, donde inevitablemente debe existir un acuerdo con las bandas-para lograr concluir un procedimiento legal-, en busca de la indispensable paz para desarrollar un proceso donde se logre tener un gobierno con representación legítima con poderes indispensables como el monopolio de la violencia.
En ese orden de ideas, más que una fuerza de intervención con soluciones violentas, hay que pensar en un teatro de operaciones de paz o de cese del fuego: la única manera de iniciar sin traumas el proceso institucional en Haití.
El gobierno dominicano debe mantenerse firme, sin ceder a presiones, y continuar las negociaciones diplomáticas, siempre y cuando no peligren la integridad territorial ni la seguridad pública, conscientes del peligro que conlleva el desabastecimiento alimentario en Haití desde la República Dominicana. Sería la mejor fórmula para que los haitianos comprendan que nuestro país no va a aceptar chantajes de ninguna índole.
El presidente Luis Abinader, con lenguaje sosegado pero firme, se presentó este 20 de septiembre, en el foro de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con un discurso de estadista, reflejando el interés nacional con argumentos sólidos que consolidan la posición de la República Dominicana a nivel global.
El caso de la construcción del canal de riego en cuestión, un grano de arena en el mar de las contradicciones haitianas, contrasta con la cooperación y la transparencia dominicana con Haití.
La República Dominicana, con la paciencia y la solidaridad que ha mostrado en el discurrir de los años beneficiando al pueblo haitiano, muchas veces en su propio perjuicio, debe afrontar esta coyuntura con tacto, diplomacia y honor a través del refuerzo de los controles migratorios como escudo eficaz para evitar la balcanización del Estado dominicano, así como desatar de una vez por todas los nudos mafiosos en la frontera.