Por ser de interés nacional, como otros tantos, me permito compartir el siguiente artículo del querido amigo Federico Henríquez Gratereaux
Veinte veces he dicho que ningún pueblo “cede” su territorio “por razones humanitarias”. No lo hacen los nacionales de las grandes potencias que invocan “los derechos humanos” a favor de emigrantes indocumentados haitianos. Veinte veces he dicho que lo que determina la identidad de los pueblos no es la raza; es la cultura. Japoneses, chinos y coreanos, pertenecen a la raza amarilla.
Son tres culturas distintas. Algunos negros de África hablan la lengua árabe y practican la religión mahometana; su piel es negra; pero su cultura es arábiga. Los dominicanos –negros, blancos, mulatos– hablan la lengua española. El torso básico de su cultura es hispánico.
Veinte veces he dicho que la cultura dominicana contiene ingredientes tainos, africanos y europeos, como es visible en el “perico ripiao” –tambora, güiro y acordeón–. Veinte veces he dicho que “blanquismo” y “negrismo”, “africanismo” e “hispanismo”, son guerras fracasadas contra nosotros mismos. Dediqué a este tema un ensayo: “La guerra civil en el corazón”, que aparece en el apéndice de mi libro “Un ciclón en una botella”.
Los políticos dominicanos de las últimas tres décadas no han hecho nada para esclarecer estos asuntos en lo que concierne a la educación escolar. Menos aun para poner normas en asuntos fronterizos y migratorios.
Los militares dominicanos, los cónsules dominicanos, los oficiales civiles dominicanos, son culpables de todas las trapacerías que ahora entorpecen la puesta en práctica de la sentencia 168-13, un intento de poner orden administrativo a la inmigración ilegal haitiana. Los dirigentes políticos de todos los partidos han “cedulado” haitianos para que participen en las elecciones en calidad de “dominicanos provisionales”. Como siempre ocurre, cosechamos lo que sembramos: en este caso, los frutos de una prolongada negligencia.
A pesar de todo ello, los poderes internacionales que presionan para la fusión de los dos pueblos que comparten la isla, no tendrán éxito. Se trata de un problema “histórico, geográfico y etnológico”, como lo calificó el historiador haitiano Jean Price-Mars.
Es un conflicto político y social; no se resolverá con apelaciones jurídicas, ni doctrinas internacionalistas. Pronto los dominicanos comprobarán que cada día será más difícil emigrar y encontrar trabajo. Entonces defenderán su territorio con uñas y dientes. Vendrán unos tiempos dolorosos terribles.