“La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”
Miguel de Cervantes, autor del ‘Quijote de la Mancha’, refiriéndose a la batalla de Lepanto, en la que participó y fue herido en el brazo izquierdo, dejándolo inmovilizado. De ahí el origen de su sobrenombre: el manco de Lepanto.
Antecedentes
Sin dudas, la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en el año 1453, provocando la desaparición del imperio bizantino, fortaleció al islam en el Mediterráneo oriental. La estrategia expansiva de los turcos otomanos en el frente del Mediterráneo europeo provocó temores en el occidente europeo cristiano.
Los turcos atacaron posesiones venecianas y españolas. Sus intentos de tomar la isla cristiana de Malta con su posición estratégica en el Mediterráneo central recordaron al papa Pío V la intención del sultán otomano de entrar a caballo en la mismísima Basílica de San Pedro. Esto lo motivó a desplegar una compleja maniobra diplomática, política y militar.
En la misma, se formó la Liga Santa, integrada por España, los Estados pontificios, Venecia, la orden de Malta y la República de Génova; bajo el mando de don Juan de Austria, hijo del emperador Carlos I de España.
El enfrentamiento bélico
La flota de la Liga Santa se componía de 208 galeras, 6 galeazas, y 100 naves para usos múltiples con sus aproximadamente 50.000 tripulantes y una artillería de 1.215 piezas respaldadas por 31.000 soldados de infantería.
Del lado turco, bajo el comando de Alí Pachá, su flota estaba conformada por 275 galeras y 66 naves menores, así como de 58.000 tripulantes y 750 piezas de artillería respaldadas por 34.000 soldados de infantería, donde se destacaban los temibles jenízaros, ex esclavos cristianos entrenados como fuerza de élite turca.
Las galeras fueron el tipo de embarcación de destacada eslora (largo) y poca manga (ancho), utilizada por ambos bandos. Estas eran livianas, maniobrables e impulsadas a remo, movidas por la fuerza muscular de los esclavos, con el complemento de las velas.
Esta batalla fue el último enfrentamiento naval de envergadura utilizando ese tipo de estructuras flotantes con la infantería luchando en las cubiertas de los barcos, empleando arcabuces-armamento de madera cargado con pólvora, antecesor del mosquete y el fusil-, espadas, flechas y cañones.
En esa contienda de destreza y arrojo marinero se utilizaron las embarcaciones denominadas galeazas, diseñadas para navegar en mar abierto con propulsión a remo y velas, construidas por los venecianos, a fin de contar con fortalezas móviles y una pesada carga de artillería.
Las galeazas, a pesar de ser poco maniobrables, en Lepanto, con su poder de fuego y el rugir de sus cañones, demostraron su efectividad luchando contra el centro del avance de la media luna otomana.
Entiendo que los portaaviones, como fortalezas móviles, fueron diseñados inspirados en ese tipo de concepto en el arte de la guerra naval.
La táctica de formación en línea de frente para colisionar y abordar las naves enemigas con el espolón, prolongación de la proa —parte delantera de una embarcación utilizada para cortar las aguas—, utilizado para embestir, perforar y hundir a otras embarcaciones, puso en práctica el combate: “vencer o morir”.
El 7 de octubre de 1571, en el golfo de Lepanto, actual golfo de Corinto en Grecia, tuvo efecto la batalla naval de Lepanto, donde se enfrentaron cristianos y musulmanes, con sus respectivas flotas, representadas por los buques insignias, el Real, al mando del español don Juan de Austria, y el Sultana, comandado por Alí Pachá.
El Sultana, en el fragor del combate, embistió con rumbo franco de colisión, al Real, insertando en el casco de madera del barco oponente su fuerte espolón para abordarlo.
Esa acción fue seguida de un encarnizado combate cuerpo a cuerpo, destacándose la infantería cristiana, con sus armaduras y efectivas tácticas de combate, venciendo y capturando el barco insignia turco.
Ese emblemático momento, cuando el estandarte, símbolo del poderío en el mar de la nave perdedora, fue arrebatado por los victoriosos, exhibiendo la cabeza decapitada de Alí Pachá, esta última acción aberrante desaprobada por don Juan de Austria, constituyó el fin de los intentos expansionistas de los turcos en el Mediterráneo, enfilados al oeste.
Pérdidas
Esa batalla no constituyó el fin del imperio otomano, sino una contundente derrota de quienes se vanagloriaban de ser invencibles, habiendo perdido 220 galeras, así como sus más avezados comandantes —que conocían bien el Mediterráneo—, y sufrir aproximadamente 30.000 bajas; superando en desgracia a los cristianos, que perdieron 12 galeras y tuvieron alrededor de 10.000 víctimas.
Esta epopeya naval constituyó el punto de inflexión en el intento del islam de apoderarse del mundo cristiano europeo, incursionando en el Mediterráneo occidental.
¿Quién sabe?, si los otomanos hubiesen derrotado a la Liga Santa en Lepanto, y hoy, las tierras conquistadas por los españoles, como la isla La Española, hubiesen sido convertidas al islam.