Leyendo el libro Cicerón y Las Leyes, en la biblioteca del ingeniero Don Félix Benítez Rexach, Cannes, Francia 1953.
Decido traducir del idioma francés y copiar esta parte. «Existe un solo Derecho, aquel que constituye el vínculo de la sociedad humana y que nace de una sola ley; y esta ley es la recta razón en cuanto ordena y prohíbe.
Quien la ignora es injusto, esté o no escrita en algún lugar. Si la justicia consiste en obedecer las leyes escritas y en conformarse a las instituciones de los pueblos, y si-como se sostienen en la misma escuela-todo debe medirse por la regla de la utilidad, entonces quienquiera lo crea provechoso tratará si puede de desconocer y violar las leyes. De ahí resulta que la justicia no existe en absoluto si no deriva de la Naturaleza; y que la utilidad acaba con toda justicia edificada sobre la base de la utilidad. Si la Naturaleza no debe respaldar al Derecho, todas las virtudes se derrumban. En efecto, ¿Dónde cabrían la generosidad, el amor a la patria, al respeto y el deseo de prestar servicios a los demás o de agradecer los servicios prestados? Puestas estas virtudes nacen de una inclinación natural que nos lleva a amar a los hombres y en la cual reside el fundamento de Derecho. Y no son únicamente las obligaciones hacia los hombres las que se vienen abajo, son también las ceremonias religiosas y las obligaciones hacia los dioses, porque, a mi juicio, éstas no deben conservarse por temor, sino en vista de la unión que existe entre el hombre y la divinidad. Si el origen de Derecho se encontrará en los mandamientos populares, los decretos de los jefes o las sentencias de los jueces, el Derecho consistiría en cometer robos y adulterios o en falsificar testamentos siempre que estos fueran ratificados por los votos o las decisiones de las masas. Si los juicios y mandamientos de los tontos puedan hacer que la naturaleza de las cosas se transforme de acuerdo con los votos, entonces ¿Por qué no deciden que lo malo y lo pernicioso se tenga por bueno y saludable? Y desde que la ley puede con lo injusto fabricar un derecho, ¿Por qué no podría con lo malo fabricar también lo bueno? Pero nosotros, para distinguir la ley buena de la mala, no podemos recurrir a otra norma que a la Naturaleza. Es la Naturaleza la que permite discriminar no sólo entre el Derecho y la Justicia, sino aun entre lo honroso y lo deshonroso en general. Pues la Naturaleza nos preparó inteligencias comunes e implantó sus gérmenes en nuestros espiritus para que relacionemos lo honroso con la virtud y lo deshonroso con el vicio. Habría que ser loco para creer que estas distinciones se fundan en la convención y no en la Naturaleza.
La virtud es una razón desarrollada; no cabe duda de que su base es natural, y eso vale también para la honradez en general. Pues así como lo verdadero y lo falso, lo lógico y lo ilógico, se juzgan en sí mismo y no con referencia a otra cosa, del mismo modo una regla de vida constante y continua (es decir, la virtud), o al contrario, una conducta inconstante (es decir, el vicio), han de juzgarse de acuerdo a su propia naturaleza. Si nos referimos a la Naturaleza para apreciar los caracteres de un árbol o de un caballo. ¿No hacemos lo mismo para apreciar el carácter de los jóvenes? Y si apreciamos los caracteres de acuerdo a la Naturaleza. ¿No hacemos lo mismo con respecto a las virtudes y a los vicios que nacen de estos caracteres? Y en tal caso, ¿No hallaremos necesario referir a la Naturaleza lo honroso y deshonroso? Si el bien es laudable es porque posee en sí mismo algo que nos obliga a alabarlo; pues lo bueno no depende de las convenciones, sino de la Naturaleza.
De no ser así, la felicidad también se fundaría en la convención y no puede decirse nada más estúpido. Luego, dado que el bien y el mal se juzgan en sí mismo y constituyen principios naturales, es obvio que lo honroso y lo deshonroso debe juzgarse también por la misma regla y referirse a la Naturaleza».
Este libro Las Leyes Cicerón trata de justificar su tesis de que: Hemos nacidos para la justicia, y que el Derecho no se funda en convenciones, insistiendo en el carácter necesario de la sociedad humana.
Consérvense bueno, unidos a las cinco actitudes de Dios. Una alegría, amor, aceptación, bendición y agradecimiento totales.
El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana.