“Un barco está más seguro en el puerto, pero no fue construido para eso”
-Albert Einstein-
El pedagogo venezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874) escribió el “Manual de urbanidad y buenas maneras” (1853) como guía del comportamiento en la sociedad, siendo uno de los textos prácticamente desconocidos que hoy son tan necesarios para la enseñanza de la vida en comunidad.
Con el uso inapropiado de las redes sociales en una revolución tecnológica donde cualquier persona solo necesita poseer un aparato celular para comunicar lo que desea sin restricciones, en un mundo que, como decía Julio Verne en su libro: “París en el Siglo XX”, ‘todo el mundo sabrá leer, pero nadie leerá’, debe promoverse este tipo de lectura.
¿Qué aporta conocer defectos personales o bienes de alguien o que se difunda su vida privada? Sólo el morbo y la vulgaridad que agradan sobre todo a algunos jóvenes con acceso a Internet.
¿Qué diferente sería si esa maravilla de la revolución tecnológica se utilizara de manera didáctica y justa, sin dejar de decir la verdad, sobre todo a los funcionarios gubernamentales de los que se sospecha que dilapidan el erario, para que sepan que están bajo la lupa del escrutinio público?.
La urbanidad es un conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y para manifestar a los demás la benevolente atención y el debido respeto que les son debidos. Son las pautas mínimas que permiten convivir socialmente en el ámbito colectivo: los buenos modales, la educación, la amabilidad y la decencia .
Las buenas maneras son referentes de conducta, claves para cohesionar los grupos sociales y fomentar una buena comunicación entre los miembros de una comunidad , haciendo referencia a comportamientos adecuados como: el saludar, el despedirse, el pedir por favor, los buenos modales en la mesa, el vestuario apropiado, la higiene personal, la tolerancia y el respeto a las opiniones del prójimo.
La urbanidad no es solo tener consideración por los demás en los aspectos de la vida, sino que la misma hace que la persona se sienta segura de sí misma y conforme con su propia personalidad. Ser agradecido, cuidar el lenguaje y el volumen de la voz al hablar, son componentes de la sinfonía armónica del buen vivir.
Hay que retomar las reglas de urbanidad poco aplicadas hoy en día: no tirar basura en el espacio público, cuidar el agua, respetar al peatón, las leyes y señalamientos viales, no conducir en estado de ebriedad, ceder el asiento a una persona mayor, cuidar el mobiliario urbano y respetar espacios reservados para personas con discapacidad.
El respeto a las leyes y las normas establecidas para el cumplimiento de las obligaciones fomenta el bienestar social. De ahí que la urbanidad enseña la etiqueta y el protocolo que se observa en reuniones de carácter elevado que exigen indefectiblemente un código de vestimenta solemne, excluyendo el grado de familiaridad y de confianza.
Las reglas de urbanidad implican que antes de cualquier interacción entre dos personas, deben saludarse entre sí. Y que la confianza entre personas se adquiere con el tiempo, y no debe hablarse de intimidades con quien no se conoce. Los defectos de otra persona no deben ser mencionados, para evitar ofender.
En la puntualidad, Carreño era preciso: “seamos severamente puntuales en asistir siempre a toda reunión de la que hayamos de formar parte, a la hora que se nos haya señalado y en que hubiéramos convenido. Sólo en casos extremos de fuerza mayor tenemos el derecho de hacer que los demás aguarden por nosotros”.
Es importante que ante avances nefastos (la inteligencia artificial y el uso de los bots simuladores de reacciones humanas para crear falsas percepciones y los trolls para interrumpir o boicotear el debate de altura de forma ofensiva, irónica o agresiva), el escudo de la urbanidad fortalezca la integridad y la moderación. Se puede criticar sin ofender.
La sociedad dominicana debe contar con gobiernos y ciudadanos que asimilen el respeto por el pensamiento ajeno, aplicando correctamente las estrategias de la comunicación en una época donde al contrario político se le ve desde el poder como el enemigo en un escenario de combate, conceptos que son contrarios al bienestar colectivo.
El término “civismo” se originó en la Revolución Francesa, cuyas normas son diferentes en cada país, aunque la mayoría tiene la misma función de respetarse mutuamente para tener una convivencia agradable. Con este tipo de estándares se generará la sociedad del civismo, donde se prepararán correctamente los hombres y mujeres del futuro.
Hay que forjar al ser humano capaz y comprometido con el servicio público y privado, educado, con urbanidad y lealtad. Principalmente desde el Estado, donde la capacidad de gestión se ajuste a perfiles profesionales y conductuales correctos no negociables en vez del favor político, el económico o el impulso emocional.