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Una experiencia personal con la reforma policial

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El pasado viernes, mientras me dirigía por la avenida Circunvalación con rumbo a la autopista Duarte, me vi envuelto en una situación que, aunque común en nuestro país, me llevó a reflexionar profundamente sobre la necesidad de una reforma policial integral.

Al tomar la curva para incorporarme a la autopista, escuché el sonido de bocinas insistentes. Al mirar por el retrovisor, observé un vehículo policial —una camioneta—, que se acercaba rápidamente. Intentando ser prudente en medio de la curva, continué hasta poder ceder el paso en un tramo seguro.

Sin embargo, al llegar a la autopista y moverme hacia la derecha para facilitar el tránsito del vehículo policial, me sorprendí cuando la patrulla se colocó a mi lado y me ordenó detenerme.

El vehículo se estacionó paralelo al mío, y del mismo descendieron cuatro agentes policiales, entre ellos una femenina. Sin mediar más que una instrucción de detenerme, se agruparon al costado derecho de mi vehículo. La primera pregunta que me formularon fue “si yo era militar”, a lo que respondí que sí, un oficial almirante en retiro.

Lógicamente pregunté por el motivo de mi detención. En ese momento, fue la agente femenina quien, sin dirigirse directamente a mí, comentó: “Él no tiene ningún letrero en el carro que diga quién es él y nosotros estamos ejerciendo la autoridad”.

Sorprendido por la falta de tacto y profesionalismo, decidí mantenerme sereno y me dirigí al de mayor rango, un teniente. Le solicité, en virtud de la detención, que me permitiera sacar mis documentos de identificación, licencia y demás papeles del vehículo. El oficial me miró fijamente y me dijo de manera respetuosa que me podía ir. Así de simple.

Lo que más me llamó la atención fue que ninguno de los policías, incluyendo el teniente, se dio cuenta de que en mi vehículo llevaba mis armas de reglamento al alcance de mis manos, una pistola Glock 26 cal.

9 mm y un fusil de asalto CZ cal. 5.56. Si hubiera sido un delincuente, con el entrenamiento que poseo, el resultado de ese encuentro pudo haber sido trágico para ellos.

Durante mis más de 30 años de servicio, recibí, sobre todo en el extranjero, un entrenamiento riguroso en manejo de armas y estrategias de control de situaciones críticas, y me cuesta creer que en el día a día de nuestras calles, policías con tan poca preparación puedan estar al frente de situaciones potencialmente peligrosas.

Lo que más me impactó no fue el simple hecho de la detención, sino la forma en que se llevó a cabo.

Ninguno de los agentes llevaba placas de identificación visibles, ni nombres en sus uniformes, y mucho menos cámaras digitales. Este detalle puede parecer menor, pero es un reflejo de la falta de rigor con la que muchos agentes desempeñan su trabajo.

Este encuentro me llevó a reflexionar sobre los esfuerzos que se han hecho en varios gobiernos para modernizar y reformar la Policía Nacional. Aplaudo las iniciativas y los recursos invertidos en la transformación de la institución, pero aún queda mucho por hacer.

La reforma no debe ser solo una cuestión de nuevas leyes, equipos o infraestructuras, sino una verdadera transformación en la actitud, el entrenamiento y la supervisión de los agentes que están en las calles.

El entrenamiento policial no debe limitarse al uso de la fuerza o la ejecución de órdenes. Es vital que los agentes comprendan que su rol es servir y proteger, no intimidar, sin menoscabo de su autoridad. La cortesía, la disciplina y el respeto hacia los ciudadanos deben ser pilares fundamentales de su formación, así como del ciudadano al policía correcto.

No perdamos la esperanza de que, con profesionalidad, perseverancia, y obviamente con los actores adecuados, algún día contaremos con una policía eficiente que inspire respeto, confianza y tranquilidad.

 

 

 

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