Bakú, Azerbaiyán. – Este domingo a las 3 de la madrugada terminó, por fin, la COP29, una Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático que parece no haber dejado feliz a nadie, que ha sido el escenario de protestas como las que no se veían hace algunos años (la salida de la plenaria de países del sur global, por ejemplo), y que deja muchas tareas y desafíos a ser superados en la COP30 de Brasil.
Casi 36 horas después de lo previsto, los países industrializados aceptaron aumentar su compromiso de aporte a la acción climática para las naciones en desarrollo, triplicando la suma prometida en la COP15 de Copenhague (2009), para llevarla de 100 mil a 300 mil millones de dólares al año, cifra que está muy lejos de lo requerido.
Para muchos países y organizaciones, el acuerdo fue excluyente, pues fue una decisión tomada sin la participación de líderes del Sur Global, como India, que calificó el acuerdo como inaceptable y fuera del consenso requerido para cualquier acuerdo climático global.
Aunque algunos acusan a la presidencia de la COP (en manos de Azerbaiyán) de no dirigir las negociaciones correctamente, hay que valorar que esta nación no posee el peso geopolítico para convencer a los países desarrollados de priorizar la entrega de dinero para la acción climática por encima, por ejemplo, de la compra de armas para el conflicto en Ucrania.
Y eso era de esperarse cuando se decidió realizar la COP29 en Bakú, la única sede que tuvo consenso para realizar la Conferencia en Europa del Este debido, precisamente, a la polarización global que genera la Guerra en Ucrania. De hecho, a pesar de que sabemos que Brasil será la sede de la COP30 desde hace al menos 2 años, la COP29 no tenía sede elegida hasta hace un año.
De manera que los 300 mil millones al año que los países industrializados acordaron como meta de financiamiento para la acción climática en el sur global es una voluntad casi impuesta ante en la cual sólo podemos protestar sin que ello les obligue a cambiar su postura.
A pesar de las voces optimistas, el mejor termómetro sobre este acuerdo es el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, quien aseguró que “esperaba un resultado más ambicioso, tanto en materia financiera como de mitigación”, es obvio que seguimos muy lejos de lo necesario.
¿Para qué es el dinero?
La cifra que demandan los países en desarrollo y que los expertos afirman que es necesaria para alcanzar las metas trazadas en el Acuerdo de París de 2015, ronda ahora los 1,3 millones de millones de dólares al año, es decir, un billón de dólares más de lo acordado aquí en Bakú.
Hay que recordar que aquella promesa de los 100 mil millones de dólares al año, por distintas razones, jamás fue cumplida y la cifra transferida a los países en desarrollo jamás estuvo cerca de ese objetivo, lo que ha hecho que el camino por recorrer sea hoy más largo y difícil.
Con los aportes acordados, los países desarrollados deberán financiar la transición a energías limpias como la eólica y la fotovoltaica a gran escala para que logremos abandonar los combustibles fósiles, el desarrollo de infraestructuras más resistentes y resilientes a fenómenos extremos, mejorar las capacidades técnicas y las infraestructuras para prevenir los daños de huracanes y tormentas, etc.
Especialmente, las comunidades golpeadas por fenómenos meteorológicos extremos necesitan grandes sumas para adaptarse y prepararse ante fenómenos como inundaciones repentinas, huracanes, sequías o incendios.
También es necesario destinar recursos a mejorar las prácticas agrícolas para que sean más eficientes en la producción, sean más sostenibles en cuanto al uso de suelos y, además, resistan los impactos de fenómenos meteorológicos extremos.
Los asentamientos en zonas rurales y urbanas también deben adaptarse a los escenarios climáticos presente y futuros, a través de construcciones más sostenibles y adaptadas al posible impacto de tormentas.
Esto sin contar la necesidad de nuevas investigaciones sobre los impactos del cambio climático en la salud, la adaptación de la industria turística, la mejora en la gestión de los residuos sólidos, la descarbonización de las industrias y muchas otras áreas de la producción económica y el quehacer de las sociedades.
Acciones nacionales
Entre los documentos aprobados en la COP29 se cuenta, a pesar de las dificultades, la metodología para la puesta en funcionamiento de los mercados de carbono, un instrumento que puede ser clave para facilitar el flujo de financiamiento climático para los países en desarrollo como la República Dominicana, que ya forma parte de mecanismos como el Acelerador de la Transición Energética (ETA, por sus siglas en inglés) que lideran las Fundaciones Bezos y Rockefeller, para financiar el desarrollo sostenible.
Además, la delegación nacional sostuvo productivos intercambios con la empresa certificadora de reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero Global Standards, para explorar en el futuro, las opciones de cooperación con esta prestigiosa firma. República Dominicana también anunció en la COP29 que profundizará la cooperación con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, AECID, para mejorar la adaptación nacional a los efectos cambio climáticos.
Retos de Brasil 2025
A pesar de todo, la COP29 dejó elementos positivos qué valorar, por ejemplo, los organizadores lograron captar y preparar a un muy numeroso grupo de voluntarios que estuvieron desplegados, con su mejor sonrisa y la máxima información posible, a lo largo y ancho de la enorme sede de la Conferencia.
La logística dispuesta para movilidad de los delegados y participantes en la conferencia, por toda la ciudad, es otro de los puntos positivos en la organización, que también dispuso de un eficiente control diario en el acceso a la sede y logró transformar el Estadio Olímpico de Bakú para convertirlo en una sede accesible y cómoda, menos dispersa que los escenarios de las tres COP anteriores. Pero, sobre todo, Brasil tendrá el desafío de impulsar y concretar acuerdos realmente ambiciosos y realizables en la COP30, en el año que se celebrará el 10º aniversario del Acuerdo de París.