Por Luis Pérez Casanova
Si en verdad entre los presidenciales del PRM existe una lucha fratricida por la candidatura para 2028, los protagonistas deben sentirse altamente preocupados por la intrascendencia de esa batalla.
Al menos en centros tan fértiles para reproducir el ambiente de los partidos políticos, como la calle y los mentideros, no se percibe esa confrontación que se dice amenaza con agrietar y limitar las posibilidades del oficialismo para retener el poder en las próximas elecciones.
Lo que sí se advierte es a quienes se citan como potenciales candidatos presidenciales más concentrados en sus funciones públicas, a la vez que a un PRM desmovilizado, que no se ha sentido ni siquiera en las horas más bajas del Gobierno. De no ser por el protagonismo del presidente Luis Abinader, quien en todas las circunstancias ha explicado, defendido y hasta revocado decisiones controversiales, el partido en el poder está como si no existiera por lo mucho que se ha desconectado del debate.
El panorama se ensombrece con la presencia de funcionarios, a los que el mandatario ha tenido que regañar, porque en gran medida no escuchan ni atienden las necesidades de la población ni las sugerencias que puedan hacerles dirigentes del perremeísmo.
Pero de ahí a que exista esa feroz lucha interna, que amenaza con dividir a la organización, parece más propio de un deseo que de la realidad.
La lucha por la nominación presidencial no debe, como han planteado algunos, comprometer la imparcialidad del presidente Abinader con el señalamiento de una suerte de delfín.
Con el fiasco de Guillermo Moreno como candidato a la senaduría del Distrito Nacional se evidenció una rebeldía de los votantes del PRM. El partido arrasó al ganar 13 de las 18 diputaciones en las tres circunscripciones, pero se perdió, por las razones que fueren, la emblemática plaza.
Aunque ya lo ha advertido, el presidente Abinader debe estar preparado para cortarle la cabeza al funcionario que se compruebe que utiliza su puesto o recursos públicos para promover sus aspiraciones o la del candidato de su simpatía. Con el liderazgo que tiene también debe propiciar que el candidato sea escogido en una convención. De esa manera la organización se antepone a eventuales fracturas por supuestas irregularidades o disgustos en la nominación.
Pero hay que significar, en honor a la verdad, que por ahora no se han sentido los estertores de la lucha fratricida que se libraría o germinaría en el PRM por la candidatura presidencial. Que haya aspirantes que incluso desde temprano conforman su estructura no es ningún signo de división ni de riesgo en la organización. Peor es la apatía de sus dirigentes y los malos funcionarios.