XXXVI
Del horizonte de la libertad
Diálogo imaginario con el sacerdote Juan Luís Lorda
Néstor: Estuvo en servicio naval durante 34 años y la dignidad me impulsaba a anteponer el sentido del deber a la llamada de los instintos. ¿Cómo usted analiza esa actitud?
Lorda: El hombre es el único ser capaz de anteponer el sentido del deber a la llamada de los instintos. Los demás seres solo se guían por la voz de los bienes. Por eso, porque es lo propio del hombre, siempre resulta bello que alguien anteponga sus deberes a sus gustos. Siempre despierta simpatía y admiración el que es capaz de sacrificar intereses egoístas y personales por el sentido del deber. En esos ejemplos, brilla la nobleza del ser humano. Demuestran cual es la dignidad del hombre y con eso nos hacen mejores a todos.
Néstor: ¿A cada paso debemos optar si sacrificamos nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestra pureza, en aras del deber o no?
Lorda: Lo propio de la madurez humana es poner el deber antes que la satisfacción de los gustos: ser capaces de aplazar las satisfacciones.
Néstor: ¿Influye el amor al buen comportamiento?
Hay una escuela prevista por la naturaleza donde se aprende este comportamiento heroico. Sin casi advertirlo: son precisamente las exigencias del amor. El amor es una gran fuerza con la que muchos hombres y mujeres que nunca se han planteado el tema en abstracto, saben vivir heroicamente, llegar a la plenitud porque han sabido darse repetidamente ante las exigencias diarias y concretas de sus amores. El amor a los padres, a los hijos, al esposa o a la esposa, y a los amigos, a la patria, suelen ser el gran educador de los hombres porque les enseña a darse y matar el egoísmo.
Cuando el amor es verdadero, la patria, el sacrificio no duele, el amor hace que lo que es un deber se quiera como un bien propio. Donde la moral se acerca a la plenitud, siempre se confunde bien y deber.