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Ética política y Justicia en Brasil

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Desde conciencia crítica de quien pertenece a un país que en algún momento histórico ejerció el férreo poder del colonialismo y hoy se debate entre mil contradicciones y contrariedades, pero también desde la firmeza democrática y desde la convicción de defender valores universales, como la justicia, la libertad y la democracia, quiero compartir con todas y todos las ciudadanos y ciudadanas brasileñas y brasileños, algunas reflexiones que guardan estrecha relación con la difícil situación que institucionalmente vive Brasil.
 
Me duele en las entrañas observar que personas y referentes de la buena política defensora de los derechos de los pueblos, de los trabajadores y de quienes son los eslabones más débiles de la cadena humana, se vean en el punto de mira de las corporaciones que, insensibles a los sentimientos de los pueblos, a favor de sus aviesos intereses, buscan eliminar todos los obstáculos que obstaculicen su posición de privilegio y control económico sobre los ciudadanos, sobre su presente y especialmente para dominar su futuro.En esta dinámica perversa, se busca eliminar política y civilmente a quienes se les oponen y defienden a los más débiles; a aquellos a los que siempre se les privó de la voz y la palabra a la hora de marcar el destino de sí mismos.
 
Desde la perspectiva de quien no vive el día a día la política brasileña, debo decir que soy capaz de percibir que el espectáculo ofrecido con el juicio político seguido contra la presidenta Dilma Rousseff se asemeja mucho a los ya vividos en otros países como Paraguay u Honduras, en los que, como ahora, el golpe se fraguó institucionalmente por parte de quienes solo están interesados en alcanzar el poder a cualquier precio.
 
La interferencia política constante en el Poder Judicial con el fin de influir en sus actuaciones, debe cesar. Por experiencia sé lo arriesgado que resulta este juego de intereses cruzados no tanto en favor de la justicia sino para acabar con el oponente político, instrumentalizando, de paso, a uno de los poderes básicos del Estado que pierde el equilibrio que debe mantener en momentos tan delicados para el pueblo, en beneficio de unos oscuros fines, alejados de la confrontación política transparente y limpia.
 
La indignación democrática que siento por estos hechos duele en lo más íntimo y me compele a denunciar este ataque con el que algunos quieren destruir las estructuras democráticas
 
La pérdida de las libertades y la sumisión de la Justicia a intereses espurios puede costar un precio excesivo al pueblo brasileño. El Poder Judicial y sus componentes deben defender a la ciudadanía frente a este intento evidente y grosero de instrumentalización interesada. El objetivo no es ni siquiera, como dicen, acabar con el proyecto político del Partido de los Trabajadores y sus máximos exponentes, sino someter a la población de forma irreversible a un sistema vicarial controlado por los más poderosos económicamente.
 
La lucha contra la corrupción es vital y debe ser prioritaria en cualquier democracia, pero debe estar muy atenta a quienes se aprovechan de esa «ceguera» que aparentemente se presume a la Justicia. Esta debe tener ahora los ojos más abiertos que nunca para ver el manifiesto ataque al sistema democrático que se constata a través de un juicio político sin consistencia ni base jurídica suficiente que solo busca alcanzar el poder por vías tortuosas diseñadas por quienes se olvidan del pueblo en beneficio propio o de quienes nunca se presentaron a unas elecciones pero que tratan de sustituir la voluntad del pueblo, hipotecando su futuro.
 
La indignación democrática que siento por estos hechos duele en lo más íntimo y me compele a denunciar este ataque con el que algunos quieren destruir las estructuras democráticas que tanto ha costado levantar e interferir la acción de la Justicia en beneficio propio.
 
Nadie conquista un reino para siempre y el de la democracia debe ganarse y defenderse permanentemente, frente a quienes intentan menoscabarlo, desde el mas recóndito lugar de la última mina y de la más pequeña fábrica de metal a las selvas amazónicas sistemáticamente agredidas por criminales intereses; desde las redacciones de los periódicos o los platós de televisión que sienten la tentación de la sumisión corporativa, a las calles de las ciudades y los púlpitos de las iglesias;desde las favelas a las universidades, las escuelas; desde los consejos de administración de las empresas a cada familia brasileña, es necesario luchar permanentemente por la democracia. Y es obligación hacerlo, no solo por Brasil, sino por todos, porque la democracia es un bien tan escaso cuya consolidación, es misión del conjunto de toda la comunidad internacional.
 
Tanto el presidente Lula da Silva a quien conozco y admiro, como la presidenta Dilma Rousseff a quien no he tratado nunca personalmente, representan el mejor proyecto en términos de política social e inclusiva y que, en caso de que tengan incurrido en irregularidades, merecen un juicio justo y el derecho básico a la amplia defensa y no un aquelarre expiatorio en la plaza pública por quienes no tienen el derecho ni la categoría ética para hacerlo. El pueblo brasileño, nunca perdonará este ataque frontal a la democracia y al Estado Democrático de Derecho.

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